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La naturaleza del Estado capitalista mexicano


México vivió un importante periodo de reformas sociales bajo el mandato de Lázaro Cárdenas en los años treinta, muchas de las cuales completaron el proceso revolucionario iniciado en 1910. Dentro de lo que fue un periodo de enorme presión popular y ascenso de las luchas obreras, la nacionalización de los ferrocarriles y la industria petrolera por parte de Cárdenas supuso un desafió abierto al capital imperialista que monopolizaba las principales fuentes de riqueza de México. Estas medidas, y el fuerte impulso de la reforma agraria mediante el reparto de la tierra entre el campesinado, creó una base de masas al régimen.
Apoyándose en las grandes organizaciones de campesinos que se formaron al calor de estos procesos, integradas en 1938 en la Confederación Nacional Campesina (CNC), y de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), Cárdenas reforzó su posición. Su discurso nacionalista conectó con el programa frentepopulista del Partido Comunista de México (PCM) y del máximo dirigente de la CTM, Lombardo Toledano. La práctica de la colaboración de clases, envuelta en la bandera del nacionalismo burgués, permitió colocar a las organizaciones sindicales bajo el mando de la burguesía.


Obviamente entre la burguesía mexicana había vastos sectores que rechazaban sus planteamientos populistas de izquierda y reformadores de Cárdenas. Cuando Cárdenas decidió fundar el Partido de la Revolución Mexicana (PRM después PRI), se enfrentó con amplios sectores del Ejército y la oligarquía que actuaban como correa de transmisión del imperialismo británico y estadounidense.  


El Estado burgués mexicano siempre acusó características bonapartistas, reflejando la debilidad de la burguesía como clase y la base campesina del país. Las diferentes camarillas gobernantes tuvieron que maniobrar entre clases y facciones, entre grupos de poder, frenarlos para luego incorporarlos al aparato del Estado. El poder ejecutivo aumentó su preponderancia sobre el legislativo y judicial, tomando la forma del presidencialismo: un hombre fuerte, el Señor Presidente, un aparato político fuerte ideológica y económicamente, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), inseparable del Estado y, como hilo conductor, el autoritarismo y la represión. La naturaleza profundamente antidemocrática del régimen era la base para la monstruosa represión de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez y Marcelino García Barragán.

Campesinos y trabajadores


El México de la década de 1960 concentró procesos económicos y sociales de importantes consecuencias. Fruto del desarrollo industrial, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, la base productiva del país se ensanchó, pero no se eliminó el carácter atrasado y dependiente de la economía mexicana como proveedora de materias, principalmente al imperialismo estadounidense.


México se benefició del auge de la economía capitalista mundial y particularmente de los EEUU. Fue el periodo conocido como “Desarrollo Estabilizador”. Los efectos en la sociedad fueron notables: la población crecía a tasas de un 3,4% anual, empujando un gran desarrollo urbano; las inversiones públicas en grandes obras de infraestructuras y vivienda se multiplicaron e impulsaron la creación de empleo. 


Sin embargo, detrás de la espectacularidad de los fastos y las cifras macroeconómicas, los trabajadores, los campesinos pobres y la juventud sufrían una dura explotación y la represión política del régimen. 


En la década de los 60 la situación de millones de campesinos era desesperada. Con la reforma agraria paralizada por los gobiernos posteriores a Cárdenas, se produjo un nuevo proceso de concentración de la propiedad en manos de los terratenientes de siempre y de las empresas agroalimentarias imperialistas. Un número creciente de campesinos se radicalizó y entro en acción, contando con un aliado fundamental: el magisterio. Miles de maestros, salidos del ámbito rural, se convierten en esos años en el “intelectual orgánico” del campesino pobre, y dan alas a la lucha guerrillera en México. El 23 de septiembre de 1965 una guerrilla organizada por maestros y estudiantes normalistas se lanza al asalto del cuartel militar de Madera, en Chihuahua. A finales de la década Lucio Cabañas, también maestro y dirigente del Partido de los Pobres, hace lo propio en Guerrero, después de la experiencia sofocante de control gubernamental de las grandes organizaciones campesinas. 


Al mismo tiempo que el gobierno reprimía las protestas en el campo y la ciudad, imposibilitando la organización política independiente y descabezando a los movimientos y organizaciones, mantenía la sujeción de las masas mediante las organizaciones corporativas oficiales y charras.


Para lograr este control se otorgaban pequeñas concesiones, o algunas demandas eran incorporadas al discurso oficial aunque de manera mediatizada. 
Para 1968 la desigualdad social había aumentado considerablemente. El “Desarrollo Estabilizador” funcionaba a las mil maravillas para el 10% de las familias más ricas que concentraban la mitad de la renta nacional, no para el 40% de las más pobres que tan sólo disponían del 14%. La brecha social y económica también tenía rasgos regionales, con un sur mucho más pobre que el norte.

Efecto entre la juventud


En parte debido a las necesidades de desarrollo del capitalismo y de mano de obra cualificada, en parte como forma de acallar el descontento social, los diferentes gobiernos priístas permitieron que los hijos de familias trabajadoras pudieran acceder a estudios superiores. El número de estudiantes matriculados en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y en las universidades estatales, aumentaron exponencialmente. La universidad en México adquirió un rasgo distintivo: se convierte en una universidad de masas, aunque el mercado de trabajo es incapaz de absorber la masa de estudiantes licenciados. 


Miles de hijos de obreros y campesinos acudieron a las aulas. Ahí se formaron profesional y técnicamente pero también retomaron una amplia tradición de organización y lucha contra las injusticias sociales y la represión gubernamental, que particularmente en las Escuelas Normales y en la UNAM había sido siempre notable. 


El movimiento juvenil que irrumpió en la Ciudad de México y en todo el país no cayó como un rayo de un cielo azul. En cierto modo, fue el resurgir de la conciencia revolucionaria de todo un pueblo.


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