2009 fue un año para no recordar en materia laboral. El impacto de la crisis económica en nuestra supuestamente “blindada” economía no ha podido ser más desastroso para el conjunto de los trabajadores colombianos. Tan sólo en lo que respecta a las relaciones comerciales con Venezuela, venidas a pique por la política militarista del gobierno uribista, se estima que se perdieron 170.00 empleos en las diversas industrias del sector automotriz, lechero, ganadero, textil y demás; y esto cuando los efectos apenas comienzan a notarse, lo que se puede esperar para este año es, francamente, desolador. Es preciso recordar, después de todo, que las relaciones con el hermano país reportan una vasta proporción de empleo, a diferencia de los Estados Unidos, a donde se exportan mayoritariamente materias primas básicas del sector minero y de hidrocarburos, que no generan tanta demanda de trabajo1.

Evidentemente, esto no ha sido un impedimento para que el sector financiero, con el multimillonario Sarmiento Angulo a la cabeza, reportara utilidades gigantescas, que a diciembre del año pasado habían llegó a los 8.5 billones de pesos. En épocas de duras crisis, la burguesía no pierde el tiempo para buscar la maquina de hacer ganancias, mientras los trabajadores pagan con su propia existencia el beneficio ajeno. Después de todo, el poderío del sector financiero de la oligarquía se ha manifestado cristalinamente en los últimos años, primero en el saqueo más grande de nuestra historia, cuando provocó y se apropió de los dineros (seguro que no legales) de DMG y las otras pirámides, y luego en octubre de 2008, cuando, bajo su tutela, el gobierno decreto la emergencia social para atacar a la rama judicial en paro indefinido. Estas solas dos acciones bastan para mostrar el dominio absoluto que la oligarquía ostenta sobre el Estado, y cómo su uso tiene siempre como principal victima al conjunto del pueblo pobre, humilde y trabajador. 

Un modelo asesino del trabajo.

Sin embargo, la crisis económica y el deterioro de las relaciones con Venezuela no explican por sí mismos los altos índices de desempleo (12.5%) e informalidad laboral que se vive en nuestro país, sino que debe mirarse la matriz de todo esto en la política capitalista neoliberal aplicada tenazmente, a sangre y fuego, durante las últimas dos décadas, y muy singularmente durante los dos mandatos de Álvaro Uribe Vélez. La “apertura económica” que el gobierno de Gaviria promocionó como la vía de salvación a nuestra situación de dependencia se transformó en una gigantesca masacre laboral a escala nunca antes vista en el país. Empresa tras empresa privatizada, liquidada, quebrada, miles de sindicalistas asesinados, desaparecidos, encarcelados o exiliados, imperio de la precarización y el terror como herramientas para mantener en contención al movimiento obrero han dado los resultados que ahora la clase obrera tiene ante sus ojos: Un tasa de desempleo del 12.5% en las cifras del DANE, en las que se puede creer tanto como que mil ángeles caben en la punta de una aguja; un rango de informalidad en el trabajo del 58%; más de 15.000 niños que mueren al año por el hambre o enfermedades directamente asociadas a ella; más de cuatro millones de desplazados, en una contrarreforma agraria tan vasta como sangrienta; aumento veloz e imparable de la violencia en las ciudades, como consecuencia de la combinación siempre explosiva de pobreza, marginalidad, represión, drogas y armas, muchas armas, puestas al servicio de mafiosos, militares y paramilitares, paseos de la muerte de hospital en hospital hasta terminar en las alcantarillas, etc. Sin miedo a exagerar, podríamos llevar la lógica a una conclusión rigurosa: la principal causa de muerte en nuestro país ha sido, es y, mientras dure será, el sistema capitalista y sus políticas de miseria, explotación y represión.

La manera salvaje en que la burguesía criolla arrasó con la resistencia obrera sindicalizada, exterminando a diestra y siniestra los dirigentes sindicales y las expresiones fundamentales de organización de los trabajadores (sindicatos), conllevó a una sucesión de consecuencias a cual mas catastrófica: perdida de muchas organizaciones obreras, de la experiencia histórica acumulada de décadas de lucha gremial, una baja en picada del nivel de sindicalización (ahora en el 4.7%), la reestructuración en masa de empresas, bajo modelos laborales hiperexplotadores, tales como las cooperativas asociadas de trabajo y, finalmente, en el orden ideológico, una masiva campaña de despolitización de los trabajadores y de la sociedad en general, que apuntaba y apunta directamente a tachar a los sindicatos de ser los responsables de una política asesina que se cebó con ellos, y de ser cómplices de organizaciones insurgentes, lo que significa, en nuestro país, poner una lapida de muerto sobre la existencia de cualquiera que sea tachado con semejantes calumnias y amenazas. 

El caldo de cultivo de una política de choque en materia laboral, como se ve, fue planificado y ejecutado con trágica precisión, y así cuando arribó el fascismo representado en la figura de Álvaro Uribe, cuando la pequeña burguesía y el lumpenprobletariado habían sido cooptados en un proyecto represivo extensivo y cerrado, donde tras el culto a la personalidad del caudillo (del hampa, el crimen y la corrupción, sobra decir) se escondía una burguesía triunfante y exaltada, los nuevos amos se dieron a la tarea de coronar el triunfo parcial con nuevas arremetidas contra los derechos de las y los trabajadores y sus familias. La forma que se dio a la nueva fase de masacre laboral tuvo dos denominaciones entrelazadas: seguridad democrática y “flexibilidad laboral”.

Para comenzar, la política de “seguridad democrática” se planteó el objetivo de despejar el camino de insurgentes, en la teoría, porque en la práctica barrió el campesinado y a los indígenas que pese a su heroica resistencia, no pudieron contener el barbarismo del ejército y sus escuadrones de la muerte. Así la “seguridad democrática” se transformo dialécticamente en “seguridad demográfica”: millones de campesinos huyeron a las ciudades para preservar su vida, y en no pocos casos hacia países vecinos, que les han dado un trato fraternal y humano, que contrasta con el de este gobierno. Y se transformó también dialécticamente en “confianza inversionista”: con el campo colombiano convertido en un lote baldío, las multinacionales han hecho y hacen fiesta con los recursos naturales, las minas, los hidrocarburos y metales, que hay, y en abundancia, en este país del sagrado corazón. La seguridad democrática es un concepto de extranjeros (militares norteamericanos) para extranjeros (multinacionales norteamericanas y europeas, imperialistas de todas las procedencias que, ellos sí, no tienen “patria”), y lo decimos sin ningún tipo de nacionalismo barato, a lo RCN, sino antiimperialista.

El segundo aspecto de la doctrina, la “flexibilidad laboral”, lo define así la revista semana: 

“Para comenzar, en 2002 el gobierno sacó una nueva reforma laboral, la Ley 789, en la que se aprobó una reducción en los costos laborales, complementario a lo aprobado en la Ley 50 de 1990. Ricardo Bonilla, profesor de la Universidad Nacional y experto en el tema, afirma que estas dos reformas se comprometieron con lo mismo: reducir costos para aumentar el empleo, y el resultado fue que los costos sí se redujeron, pero el empleo no aumentó. Todos quedaron en deuda, empresarios y gobierno. No se generó empleo de calidad y se deterioró el que existía. "Los contratos permanentes fueron reemplazados por temporales y algunas plantas de personal fueron eliminadas y sustituidas por diferentes mecanismos de subcontratación", dice Bonilla.”2

Semana cita el hecho, pero oculta la significación: Para continuar aumentando la tasa de ganancia de los capitalistas, para ganar siempre a más y a lo fijo, para conseguir más beneficios privados, la oligarquía a través de sus representantes en el Estado, acabó con el trabajo estable, eliminó el pago de las horas extras, las dominicales, bajó los salarios, puso trabas progresivas al derecho de sindicalización, legalizó y extendió las tristemente célebres “cooperativas asociadas de trabajo” y otras figuras de precarización de la mano de obra. Cuando termino su obra, dejó a los trabajadores indefensos, con un salario que a día de hoy no supera los 100.000 pesos semanales, arrasó con el bienestar de sus familias y se aseguró que el sistema estaba bien aceitado, vio que todo esto era bueno (para ella) y se dio a la tarea de extenderlo, privatizando TELECOM, el ISS, una parte de ECOPETROL, algunas empresas de energía y así un bastante largo etcétera. Y luego se puso a festejar en palacio con sus cómplices para-políticos, antes que (algunos de) estos cayeran en desgracia. No se puede olvidar, después de todo, que en el capitalismo para aumentar el valor de cambio y ser mas “competitivo”, hay que abaratar el salario tanto como sea posible, hasta que este solo sirva para la mera reproducción de la clase obrera…o más abajo, una ley de hierro que se ha venido aplicando con particular meticulosidad por la oligarquía y su aparato estatal.

Es de esta manera en que hemos llegado a la actual situación, en que, durante los años 2003-2007, con tasas de “crecimiento económico” enormes, el trabajo se pauperizo y redujo en buena medida. ¿Qué puede esperar ahora la clase obrera, cuando nuestra “economía blindada” ha saltado en mil pedazos?

La lucha por unidad y extensión del movimiento obrero. Contra las cooperativas, por el salario digno.

Lo que hemos venido describiendo no indica, por otra parte, que sea este un momento para sentarse a llorar y lamentarse del estado de cosas, pues las crisis capitalistas, como habían ya pronosticado Marx, Engels, Lenin Y Trotski, son los momentos en que el desarrollo regular de la sociedad se ve sacudido por fuertes luchas de clases, tiempos en que en un día se condensan veinte años, y muchos acontecimientos permiten preveer una situación semejante comienza a presentarse. La huelga general, una de las herramientas más poderosas de la clase obrera, aparece como una necesidad cada vez más palpable, y nuestro deber como marxistas es ayudar en su preparación, dotando al movimiento obrero de las condiciones apropiadas para ello, y fomentando en los sindicatos el ambiente necesario para su declaratoria. ¿Por qué, al hablar del estado de cosas actuales, mencionamos la huelga general? Una cita de Lenin ayudará a aclarar este punto.

“¿Cuál es el significado de las huelgas (o paros) en la lucha de la clase obrera? Para responder a esta pregunta debemos reparar primero con más detalle en las huelgas. Si el salario del obrero se determina -como hemos explicado- por un convenio entre el patrono y el obrero, y si cada obrero por separado es en todo sentido impotente, resulta claro que los obreros deben necesariamente defender juntos sus reivindicaciones, recurrir a las huelgas para impedir que los patronos rebajen el salario o para lograr un salario más alto. Y, en efecto, no existe país capitalista alguno en el que no estallen huelgas obreras. En todos los países europeos y en América, los obreros se sienten impotentes cuando actúan individual mente; sólo pueden oponer resistencia a los patronos si están unidos, bien declarándose en huelga, bien amenazando con ésta. Y cuanto más se desarrolla el capitalismo, cuanto más se multiplican las grandes fábricas, cuanto más son desplazados los pequeños capitalistas por los grandes, tanto más imperiosa es la necesidad de una resistencia conjunta de los obreros, porque se agrava la desocupación, tanto más se agudiza la competencia entre los capitalistas, que tratan de producir las mercancías lo más baratas posible (para lo cual es preciso pagar a los obreros lo menos posible), y tanto más se acentúan las oscilaciones de la industria y las crisis. Cuando la industria prospera, los fabricantes obtienen grandes beneficios y no piensan en compartirlos con los obreros; pero durante las crisis tratan de cargar las pérdidas sobre los obreros.”3

En época de crisis económicas, los obreros se ven obligados a considerar su situación, y a unirse, sino quieren ver perecer su propia existencia. Esta es una verdad que se confirma cada día de la historia, no menos en Colombia que en España o Sudáfrica. Es cierto: la flexibilización laboral, el sistema de cooperativas de trabajo, ha precarizado tanto la condición de los obreros, el desempleo ha alcanzado niveles tan espantosos, la represión cotidiana material y Psicológica sobre los trabajadores ha sido tan intensa y sistemática, que un ambiente de miedo persiste entre la clase obrera; no son pocos los obreros que piensan de esta manera: “si me uno con mis compañeros en un sindicato y apoyo la lucha, puedo ser despedido, y entonces no tendré con qué sostener a mi familia”. Es natural que el miedo sea la primera respuesta a una situación tan dura para la vida y existencia de los obreros, pero el miedo es un estado temporal, que surge de la incertidumbre, y al que se opone, al final, la necesidad imperiosa de defender con uñas y dientes la vida del trabajador individual y de su familia, y los obreros adquieren, por experiencia propia, la certeza de que esta defensa de su vida sólo es posible bajo la unidad de toda la clase obrera, la única clase que puede parar la sociedad cuando toma conciencia activa de su fuerza, la clase sin la cual no se prende un bombillo, no se mueve un barco ni se pone a funcionar una máquina.

Desde hace ya varios años se vienen expresando situaciones esporádicas que dan cuenta de que esto ha comenzado a suceder, inconscientemente, entre los obreros de muchas ramas, incluso en los de cooperativas. La heroica huelga de los corteros de caña en el valle, en octubre de 2008, la huelga de los bananeros en abril del año pasado, e incluso el paro de los trabajadores de palo alto, el mes pasado, en la que la patronal hizo de bandas paramilitares para reprimir a los obreros, dan cuenta de que el ambiente está comenzando a cambiar, que el movimiento comienza a girar en una dirección revolucionaria. Incluso en el ámbito social se puede apreciar la situación que lentamente comienza a bosquejarse, en ejemplos como el movimiento indígena, el movimiento políticamente más fuerte y consciente que existe en el país, y que representa un aliado fundamental de la clase obrera, en la realización de su misión histórica emancipadora; o el movimiento estudiantil universitario, que en octubre pasado volvió a sacudir la conciencia aperezada de la sociedad; la tentativa de huelga del magisterio en el mismo mes, abortada por unas conciliaciones que, a la verdad, dejan mucho que desear de sectores burócratas de la dirigencia del profesorado, pero que dejó vislumbrar momentáneamente el poder de este sector social; por último, la impresionante y masiva movilización popular en contra de los decretos de la “emergencia social”, que ha encontrado profundo eco en los estudiantes del área de la salud, las asociaciones médicas y de pacientes, así como de algunos sindicatos, muestra un cuadro que, enhorabuena, comienza a cambiar las tonalidades de sus colores, con el rojo a flor de piel.

Para poder darle un impulso coherente a la nueva situación, es fundamental, de una importancia difícilmente exagerada, poner en el punto de mira a los trabajadores de cooperativas y en general flexibilizados, que constituyen ya la mayoría en las fábricas y empresas, y unir las luchas de los sindicatos con las de los trabajadores precarizados por la eliminación de las cooperativas, por el derecho de sindicalización, trabajo y vivienda digna, salud y educación para los hijos de los obreros, y enlazar estas demandas concretas con la lucha política de la izquierda revolucionaria, representada en el Polo Democrático Alternativo (en su fracción de izquierda, la del PC y el MOIR y otras fuerzas) por derrotar el proyecto burgués en el parlamento, en las elecciones presidenciales y por llevar a la izquierda al poder. Solo así será posible derrotar un gigante con pies de barro, un gobierno oligarca que se sostiene en la fuerza y en la manipulación mediática, pero que nada podrá hacer contra la movilización masiva y la huelga generalizada de la clase obrera y la lucha mancomunada con los campesinos, indígenas y estudiantes

 

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