El programa de transición, el puente entre   las necesidades de la clase obrera y la revolución
 
Trotsky escribió El programa de transición para la Conferencia fundacional de la Cuarta Internacional, que tuvo lugar en París en septiembre de 1938, en la convulsa atmósfera previa al estallido de la Segunda Guerra Mundial. La victoria de Hitler en Alemania, propiciada por la lunática política de la Komintern, convertida en un mero portavoz de los intereses de la burocracia soviética, y las derrotas del movimiento obrero en Francia y España, habían convencido definitivamente a Trotsky de la imposibilidad de regenerar la Internacional Comunista. Era, pues, una tarea fundamental construir una nueva internacional que impulsara la lucha por la revolución socialista a nivel mundial, y dotar al movimiento de una dirección marxista, en un momento donde la lucha de clases se agudizaba también internacionalmente. 
El programa de transición, el puente entre   las necesidades de la clase obrera y la revolución
A menos que esté dispuesto a consentir en su propia desintegración, el proletariado no puede permitir que una parte creciente de los trabajadores se conviertan en parados crónicos, en miserables que viven de las migajas de una sociedad que se pudre. El derecho al trabajo es el único derecho serio que le queda al trabajador en una sociedad basada en la explotación, pero hoy se lo quieren denegar en todo momento
León Trotsky, El Programa de Transición

Trotsky escribió El programa de transición para la Conferencia fundacional de la Cuarta Internacional, que tuvo lugar en París en septiembre de 1938, en la convulsa atmósfera previa al estallido de la Segunda Guerra Mundial. La victoria de Hitler en Alemania, propiciada por la lunática política de la Komintern, convertida en un mero portavoz de los intereses de la burocracia soviética, y las derrotas del movimiento obrero en Francia y España, habían convencido definitivamente a Trotsky de la imposibilidad de regenerar la Internacional Comunista. Era, pues, una tarea fundamental construir una nueva internacional que impulsara la lucha por la revolución socialista a nivel mundial, y dotar al movimiento de una dirección marxista, en un momento donde la lucha de clases se agudizaba también internacionalmente.

La artificial separación entre el programa mínimo y el programa máximo

El programa de transición eliminaba la tradicional separación entre el programa mínimo y programa máximo1. En él desarrollaba toda una serie de reivindicaciones (el reparto de las horas de trabajo entre la totalidad de la clase sin reducción salarial, la escala móvil de salarios, con incrementos automáticos para afrontar el aumento de precios, el control obrero de la producción, o las expropiaciones de determinadas industrias) que eran necesarias para proteger a la clase obrera de las consecuencias más crudas de la crisis capitalista: el paro y la carestía de la vida.
Sin embargo, sería ingenuo pensar que alguna de ellas pudiera implantarse sin una lucha feroz que implicara, en sí misma, un cuestionamiento de los pilares básicos del sistema capitalista. De hecho, este era el objetivo fundamental del programa de transición: poner de relieve que, en las condiciones de brutal crisis económica imperantes en ese momento, la lucha por mantener unas mínimas condiciones derivaba naturalmente en una lucha política contra el capitalismo: "La tarea estratégica del próximo período (un período prerrevolucionario de agitación, propaganda y organización) consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones revolucionarias objetivas y la inmadurez del proletariado y su vanguardia (la confusión y desmoralización de la generación madura y la inexperiencia de los jóvenes). Es necesario ayudar a las masas a que en sus luchas cotidianas hallen el puente que une sus reivindicaciones actuales con el programa de la revolución socialista".
 De hecho, los propios trabajadores cuestionaban, en función de determinadas luchas, los cimientos del sistema, a menudo de forma inconsciente: "Las huelgas con ocupación de fábrica, (...) rebasan los límites del funcionamiento normal del régimen capitalista. Con independencia de las reivindicaciones de los huelguistas, la ocupación temporal de las fábricas es, en sí misma, un golpe al fetiche de la propiedad capitalista. Cada ocupación plantea en la práctica el problema de quién manda en la fábrica: el capitalista o los obreros".
Por este motivo, el texto también aborda la necesidad de potenciar la organización del proletariado de la forma más amplia posible, a través de comités de huelga, comités de fábrica y finalmente sóviets2 para poder hacer efectivas sus reivindicaciones. Sin menospreciar la importancia de los sindicatos de masas, y haciendo hincapié en la obligación para los revolucionarios de trabajar en ellos, se señalan también sus limitaciones: "Como organizaciones que expresan los intereses de las capas superiores del proletariado, los sindicatos (...) generan poderosas tendencias al pacto con el régimen democrático-burgués. En períodos de aguda lucha de clases, los organismos dirigentes de los sindicatos tratan de hacerse con las riendas del movimiento de masas para hacerlo inofensivo. Esto es lo que ocurre ya con las simples huelgas, especialmente cuando se trata de huelgas de masa con ocupación de fábricas, que socavan el fundamento de la propiedad privada. (...)
"Por todo ello, las secciones de la Cuarta Internacional no sólo deben luchar en todo momento para que se renueve el aparato sindical, proponiendo con audacia y decisión, en los momentos decisivos, a nuevos dirigentes combativos para sustituir a los funcionarios caídos en la rutina y en el arribismo, sino que también deben crear en todo momento oportuno organizaciones de combate independientes que se adecuen mejor a las necesidades de la lucha de masas contra la sociedad burguesa y que, si es preciso, no titubeen siquiera ante una ruptura abierta con la maquinaria conservadora de los sindicatos".

La lucha contra el fascismo

La década de los años treinta fue un periodo de ascenso revolucionario en prácticamente toda Europa. Y fue también la década de la aparición y desarrollo de los movimientos fascistas, algo que la clase obrera estaba padeciendo en sus propias carnes. Por todas partes las bandas fascistas y los pistoleros a sueldo de la burguesía disolvían las reuniones obreras y reventaban las huelgas, tratando de atemorizar a los trabajadores. Los líderes reformistas se conformaban con clamar, donde todavía podían hacerlo, en contra de la violencia (en países como Italia o Alemania, los fascistas estaban ya en el poder, y habían aplastado brutalmente a la clase obrera) y pedir al Estado burgués que tomara medidas para protegerlos, el mismo Estado que encubría y protegía a estas bandas. "En ninguna parte se da por satisfecha la burguesía con la policía y el ejército oficiales. En los Estados Unidos, incluso en tiempo ‘de paz', la burguesía mantiene batallones militarizados de esquiroles y pistoleros a sueldo en las fábricas. A lo que hay que añadir la aparición de diferentes grupos nazis en América. La burguesía francesa, al primer síntoma de peligro, ha movilizado sus destacamentos fascistas semilegales e ilegales hasta en el seno del ejército. Tan pronto como se deje sentir la presión de los obreros ingleses, dos, tres, diez veces se intensificará la actividad de las bandas fascistas en su cruenta lucha contra los obreros. La burguesía es perfectamente consciente de que en la época actual la lucha de clases tiende irremediablemente a convertirse en guerra civil. Los ejemplos de Italia, Alemania, Austria, España y otros países han enseñado mucho más a los magnates capitalistas y a sus lacayos que a los dirigentes oficiales del proletariado. (...) Los reformistas inculcan sistemáticamente a los obreros la idea de que la sacrosanta democracia estará más garantizada si la burguesía está armada hasta los dientes y los obreros permanecen inermes".
Frente a esto, Trotsky defendía la creación de milicias de autodefensa de los trabajadores, que pudieran hacer frente al aumento de la violencia fascista: "Sólo los destacamentos obreros armados, seguros del apoyo de decenas de millones de trabajadores, pueden mantener a raya a las bandas fascistas. La lucha contra el fascismo no empieza en las redacciones de los diarios liberales, sino en las fábricas, y termina en la calle. (...), para cada huelga o manifestación callejera, hay que propagar la necesidad de crear grupos obreros de autodefensa. Hay que introducir esta consigna en el programa del ala revolucionaria de los sindicatos. Allí donde sea posible, empezando por las organizaciones juveniles, es necesario crear grupos de autodefensa e instruirlos y familiarizarlos con el manejo de las armas.
"(...) Sólo por medio de este trabajo sistemático, permanente, infatigable y arrojado de agitación y propaganda, apoyándose siempre en la experiencia propia de las masas, es posible erradicar de su conciencia las tradiciones de sumisión y de pasividad; entrenar destacamentos de luchadores heroicos capaces de servir de ejemplo a todos los trabajadores; infligir una serie de derrotas tácticas a los pistoleros de la contrarrevolución; aumentar la confianza de los explotados en sus propias fuerzas; desacreditar al fascismo ante los ojos de la pequeña burguesía y allanar el camino del proletariado hacia la conquista del poder".

Huir del oportunismo

Los debates en torno al programa de transición pusieron de manifiesto las dudas y también los prejuicios de un sector de la Cuarta Internacional, que consideraban que determinadas consignas, entre ellas las del armamento del proletariado, no serían entendidas por los trabajadores. La respuesta de Trotsky a esta cuestión indica que, si bien siempre hay que partir de la experiencia concreta de la clase obrera para tratar de elevar el nivel de conciencia de los trabajadores, es totalmente necesario poner a la clase frente a sus tareas históricas, sin ocultar ni minimizar las dificultades. Esta no es una cuestión secundaria, pues de su correcta comprensión depende que el partido sepa encontrar el equilibrio adecuado para ganar el oído de los trabajadores sin caer en el sectarismo ni en el oportunismo: "Algunos camaradas dicen que, en alguna de las partes, el proyecto de programa no se adapta al nivel de conciencia, al estado de ánimo de los trabajadores americanos. A este respecto debemos preguntarnos si el programa debe adaptarse a la mentalidad de los trabajadores americanos o a las actuales condiciones económicas y sociales del país. Ese es el problema más importante a dilucidar".
Una de las cuestiones en las que más insistió Trotsky fue que el programa de transición no era la invención de un solo hombre, sino que provenía de la larga experiencia colectiva de los revolucionarios, y por tanto, no debía considerarse como algo inmutable sino como algo flexible que debía adaptarse a la situación concreta, destacando en cada caso aquellas consignas que permitieran conectar mejor con las necesidades del movimiento obrero en cada momento.
No obstante, muchas de las consignas centrales del programa parecen elaboradas ex profeso para la situación actual. Hoy, exactamente igual que entonces, la burguesía trata de hacernos corresponsables de la situación económica, intentando demostrar que todos (obreros y empresarios), somos por igual víctimas de la crisis, para que aceptemos como algo inevitable pagar las consecuencias de la misma. Para ello, esgrimen ante nuestros ojos la situación de determinadas empresas, mientras ocultan los resultados de otras y olvidan señalar dónde se han ido los beneficios multimillonarios de los años de boom. "A los capitalistas, especialmente a los pequeños y medianos, que se ofrecen por propia voluntad a abrir sus libros a los trabajadores (para justificar la necesidad de reducir los salarios), los obreros deben contestar que no tienen interés en conocer las cuentas aisladas de empresarios quebrados o semiquebrados, sino los libros de cuentas del conjunto de los explotadores. Los obreros ni pueden ni quieren adaptar sus condiciones de vida a las necesidades de los capitalistas individuales víctimas de su propio régimen social".
Frente a esta situación, Trotsky explica la necesidad de luchar por la expropiación de aquellas empresas claves para el conjunto de la economía y también de las pertenecientes al sector más parasitario de la burguesía, como única forma de preservar el empleo y garantizar la actividad económica, a la vez que sienta las bases para la lucha por el socialismo. Estas reivindicaciones, junto con la nacionalización de la banca y el control obrero de la producción mantienen hoy en día toda su vigencia, es más, nos atrevemos a afirmar que son el único programa posible para proporcionar una vida digna a los trabajadores. La filosofía del "mal menor" sólo beneficia a los empresarios. La "realista" política de las direcciones sindicales de luchar dentro de los márgenes que marcan los intereses de los capitalistas lleva a una claudicación tras otra, como podemos comprobar muy bien hoy en día.
Sólo la defensa intransigente de los intereses de los trabajadores puede invertir esa situación, pero para poder llevarla a cabo es necesario disponer de una alternativa económica y política al sistema capitalista. La lucha por el socialismo es una necesidad para la clase obrera. Las palabras de Trotsky reflejan, también hoy, las consideraciones que deben guiar a la dirección de la clase obrera en su tarea de dirigir la lucha contra la ofensiva de la burguesía: "No hay mayor grado de moralidad en una sociedad basada en la explotación que la revolución social. Son buenos todos los medios que aumentan la conciencia de clase de los trabajadores, su confianza en sus propias fuerzas y su disposición a sacrificarse en la lucha. Los únicos medios ilícitos son aquellos que inducen a los oprimidos a temer y a someterse a sus opresores, que aniquilan su voluntad de protesta y su capacidad de indignación y que sustituyen la voluntad de las masas por la de sus dirigentes, sus convicciones por la obediencia ciega y el análisis de la realidad por la demagogia y los amaños".

Una valiosa herramienta, no un recetario

Tanto en los puntos que hemos señalado, como en muchas otras cuestiones, imposibles de resumir aquí, El programa de transición aplica de forma brillante la teoría marxista a los aspectos concretos del periodo de la lucha de clases en que fue concebido. Elabora, de una forma rotunda, el cuerpo ideológico que los trabajadores necesitaban para combatir con éxito a la burguesía. Avanza, además, las particularidades que la lucha de clases tomará probablemente en determinados países y trata de adecuar a esto la presentación y el desarrollo del programa. Constituye, en definitiva, una herramienta de combate, que debe ser manejada con pericia por el partido. Nunca fue la intención de Trotsky crear un "recetario" que pudiera aplicarse de cualquier forma y en cualquier lugar, al margen del desarrollo vivo de la lucha de clases.
Precisamente por eso, El programa de transición ha conservado su vigencia a lo largo de la historia. El trabajador que lea esta obra se asombrará al comprobar qué parecidas son determinadas circunstancias a las que estamos padeciendo actualmente. Pero, por encima de todo, encontrará en sus páginas la inspiración y los argumentos necesarios para enfrentarse a la nueva oleada de ataques y recortes que la burguesía está firmemente decidida a llevar a cabo contra la clase obrera.

1. "La socialdemocracia clásica, en la época del capitalismo ascendente, dividía su programa en dos partes independientes: el programa mínimo, limitado a una serie de reformas en el marco de la sociedad burguesa, y el programa máximo, que prometía para un futuro indeterminado la sustitución del capitalismo por el socialismo. Entre uno y otro no había conexión. La socialdemocracia no necesita este puente, pues para ella la palabra socialismo está reservada para los discursos de los días de fiesta" (León Trotsky, El programa de transición).

2. Los sóviets no son otra cosa que consejos de trabajadores, organizados a nivel de fábrica, barrio, etc., formados por delegados elegidos de forma directa y revocables en todo momento. Su aparición se produce espontáneamente en situaciones revolucionarias, y en ellos están representadas capas de los trabajadores que en condiciones normales se abstienen de participar en la lucha política o sindical. Esta es una forma mucho más flexible de expresar en todo momento las aspiraciones y el nivel real de conciencia del movimiento obrero que el osificado aparato sindical, y representa una embrionaria organización del poder obrero frente al poder del Estado burgués.

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