La crisis profunda que agrieta al Partido Laborista británico, consecuencia directa del fracaso de las políticas de la “tercera vía” promovidas por su anterior líder y ex-primer ministro Tony Blair, ha alcanzado uno de sus momentos álgidos durante los meses de verano. El aparato del Partido, controlado por la derecha blairista, y la mayoría de sus parlamentarios al frente, han decidido dar la batalla para acabar con Jeremy Corbyn. Y para lograrlo han contado con el apoyo entusiasta del mundo empresarial, de los medios de comunicación, de instituciones académicas como la London School of Economics y, por supuesto, del Partido Conservador.

También es una guerra contra los marxistas

La ofensiva mediática se ha centrado en difundir todo tipo de calumnias contra Corbyn para presentarlo como un “rojo” peligroso, resucitando la caza de brujas desatada en los años 80 contra el ala marxista del laborismo, representada por la tendencia Militant. Portadas de la prensa escrita y debates televisivos en horarios de máxima audiencia se han dedicado a denunciar la supuesta influencia trotskista en el entorno de Corbyn. La campaña llegó a su paroxismo álgido cuando Tom Watson, el segundo en la jerarquía laborista después de Corbyn, denunció públicamente el intento de retorno al Partido Laborista de los marxistas expulsados a finales de los años 80.

Alineados con la prensa más reaccionaria, el sector derechista del laborismo ha lanzado una ola de expulsiones, incluyendo la disolución de agrupaciones enteras como la de Brighton, además de privar del derecho a voto a los afiliados con menos de 6 meses de antigüedad, de manera que casi 200.000 nuevos militantes laboristas se quedan sin la posibilidad de votar la reelección de Corbyn en este mes de septiembre. Y por si estas acciones represivas fueran insuficientes, el Comité Ejecutivo del Partido Laborista ha prohibido que se realicen reuniones de las agrupaciones locales hasta que haya pasado la fecha de la elección.

Pero las bases laboristas no han permanecido pasivas ante una ofensiva que, si algo demuestra, es el pavor de los capitalistas británicos a un giro a la izquierda en el Labour. A lo largo de los meses de julio y agosto, en plenas vacaciones, numerosas ciudades del Reino Unido han vivido mítines y actos masivos de apoyo a Corbyn, con la participación entusiasta de decenas de miles de personas (tan sólo en Liverpool más de 10.000 asistentes)

¿Qué significó la victoria de Corbyn?

Hace apenas un año, en septiembre de 2015 y contra todo pronóstico, Jeremy Corbyn ganó de forma arrolladora el liderazgo del Partido Laborista, consiguiendo en la primera votación el apoyo de más de 251.000 afiliados y simpatizantes laboristas, lo que equivalía a un 59,5% del voto total. La representante del ala blairista, Liz Kendall, solo recibió un 4,5%, confirmando de esta manera el absoluto rechazo de las bases a las políticas procapitalistas realizadas por la dirección del Labour durante décadas. Tony Blair, en abierta traición a los principios de su partido, continuó con las políticas de Thatcher, se alineó sin fisuras con el imperialismo norteamericano en sus aventuras militares, atacó duramente los derechos del movimiento obrero británico y asfaltó el camino para los posteriores triunfos de la derecha tory.

La crisis capitalista de 2007 agravó las consecuencias de estas políticas y a día de hoy el Reino Unido sufre una regresión social sin precedentes, con un 20% de su población sumida en la pobreza y con unos servicios sociales, en su día un modelo para Europa, convertidos en una completa ruina.

Un malestar social profundo y una visión cada vez más crítica con el orden vigente se fueron extendiendo por todo el país, como demostró el rápido auge del independentismo escocés, directamente vinculado a la lucha contra los recortes sociales del gobierno Cameron. Pero este ambiente de frustración, rabia y deseo de cambio no encontró eco alguno en el aparato laborista, que, dando la espalda a sus votantes, cerró filas con los conservadores para seguir apoyando recortes aún más drásticos.

Fue en estas circunstancias cuando surgió la candidatura de Jeremy Corbyn, un viejo dirigente de la izquierda laborista, vinculado a los movimientos sociales. Esta candidatura, vista en un primer momento por el aparato laborista como algo meramente testimonial, conectó de forma inmediata con el ambiente social y despertó el entusiasmo de cientos de miles de activistas. La afiliación al Partido Laborista se dobló en pocos meses y más de 120.000 personas, en su inmensa mayoría jóvenes, se inscribieron como simpatizantes laboristas para poder votar a Corbyn y contribuir así a su arrolladora victoria.

El ataque a Corbyn es un ataque a la clase trabajadora

El programa de Corbyn, centrado en la defensa de los servicios sociales públicos, en la derogación de las leyes antisindicales, en el aumento del salario mínimo a 10 libras la hora, en la lucha contra los recortes y en la renacionalización de las empresas públicas privatizadas por Thatcher y Blair, despertó el pánico en la burguesía británica y sus representantes políticos. Ese pánico se vio multiplicado cuando el resultado del referéndum del Brexit mostró la verdadera magnitud del descontento y de la polarización social en el Reino Unido, y puso de manifiesto el enorme riesgo para la burguesía británica de que ese malestar masivo acabase por encontrar un cauce de expresión en un gobierno izquierdista encabezado por Jeremy Corbyn, a pesar de que en el referéndum defendió, sin entusiasmo, la posición oficial laborista de permanencia en la UE.

Dispuestos a cualquier cosa para hacer desaparecer a Corbyn del panorama político, la burguesía británica buscó la colaboración de los diputados del ala derecha del Partido Laborista. Pocos días después del triunfo del Brexit el grupo parlamentario laborista aprobó por una mayoría de 172 a 40 una moción de no confianza contra Corbyn, en un descarado intento de forzar su dimisión. Pero Corbyn, consciente del enorme apoyo social que su candidatura y su programa había recibido, no se dejó intimidar y se negó a dimitir, forzando así a la burocracia laborista a convocar unas nuevas elecciones internas a líder.

De momento los ataques a Corbyn han fracasado y todo apunta a que puede ser reelegido nuevamente. Su apoyo entre los sindicatos —especialmente entre la base y los cuadros militantes— aumenta día a día, y las maniobras del aparato están fracasando. Baste citar que cuando la Comisión Ejecutiva laborista exigió que los nuevos afiliados que se habían unido después del 12 de diciembre pagaran 25 £ en sólo 48 horas para poder votar ¡Más de 187.000 personas lo hicieron!

Las razones del éxito de Corbyn son las mismas que están detrás de la victoria de Syriza en Grecia o del ascenso de Podemos en el Estado español. Espoleadas por la ola de recortes, abocados a un horizonte de creciente pobreza, millones de jóvenes y trabajadores, y amplios sectores de las cada vez más empobrecidas capas medias, buscan la forma de convertir su rabia y su deseo de cambio en un movimiento político a la altura de sus expectativas y sus necesidades. Como los hechos lo demuestran, no va a ser un camino fácil. La resistencia de la burguesía y de sus agentes políticos en todos los partidos, junto a la debilidad de las fuerzas del marxismo, van a provocar todo tipo de distorsiones y altibajos en este proceso.

El lugar de los marxistas está al lado de los millones de oprimidos que han depositado en Corbyn sus esperanzas, participando de lleno en la pelea por la recuperación del Partido Laborista para la causa de la clase trabajadora, rompiendo definitivamente con el blairismo y planteando la defensa de un programa socialista combativo.


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