¡No disparen, somos estudiantes!


El 10 de junio de 1971 este fue el clamor escuchado sobre la calzada de Tacuba, en lo que se conoce como "Halconazo", que no es otra cosa más que la provocación y represión de un movimiento estudiantil que salía a las calles a exigir cosas no muy lejanas a las que hoy en día se exigen: democratización de la enseñanza, libertad política donde obreros, campesinos y estudiantes puedan gozar de libertades democráticas reales, educación real, especializada y enfocada en los sectores populares, apoyo a la disidencia sindical de los obreros, entre otras.


Sin más, el Estado no dudó en reprimir de la manera más sangrienta a los manifestantes (la gran mayoría estudiantes de la UNAM y del IPN). Los Halcones, uno de los grupos de choque entrenados por el gobierno y creado por el entonces presidente Luis Echeverría, fueron uno de los participantes en la Matanza del 68, y otra vez salían a relucir el 10 de junio del 71, donde hasta con apoyo de la policía, la Cruz Verde y los bomberos, no dudaron en perseguir a los estudiantes hasta los hospitales, donde fueron rematados e igualmente asesinados dentro de la sala de quirófano. La manifestación, con más de 10,000 estudiantes y pueblo en general, terminó en un episodio de barbarie.


En el comunicado oficial, el cinismo se hizo más que presente cuando el presidente Echeverría dijo que las provocaciones provenían por parte de los estudiantes “extremistas”, así como “investigaremos arduamente para saber quiénes fueron los autores de esta matanza”, cuando él mismo sabía que había sido él junto con sus allegados políticos practicantes del autoritarismo y la represión. La cifra de muertos, según varios medios, asciende a más de 120, aunque resultó difícil presentar una cifra oficial, sin tener un aproximado de los cientos de heridos que hubieron.


La repercusión de estos hechos fue clara: cierta parte del movimiento en ese momento concluyó que no se podía dialogar con el Gobierno, lo que dio paso a guerrillas rurales urbanas.


Resulta muy importante reconocer el peso histórico que este hecho tiene, ya que es otra muestra de cómo históricamente el Estado Mexicano ha reprimido y llegado a límites impensables en la respuesta a movimientos sociales. Pero no siempre tiene que ser así, más allá de que en su momento (ni nunca) hubo culpables ni responsables de este fenómeno, la memoria colectiva no perdona ni olvida estos actos perpetuados por el Estado para callar las demandas sociales.

¡10 de junio no se olvida!


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