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El consumo de drogas tal y como lo conocemos hoy se inició en el siglo XIX, cuando el desarrollo del capitalismo dejo ver claramente que las promesas de un futuro luminoso se reducían a la acumulación de riquezas por unos cuantos y los decepcionados buscaron escapar utilizando los productos que los avances tecnológicos ponían a su disposición. Esto modificó el consumo tradicional de este tipo de sustancias, asociado a prácticas religiosas y fuertemente regulado por las convenciones sociales de los diferentes grupos que las utilizaban.


La masificación del consumo está asociado a expresiones supremas del desarrollo capitalista y coyunturas históricas como la Primera y la Segunda Guerra Mundial, durante las cuales se recurrió a sustancias con la cualidad de hacer olvidar el dolor de las heridas pero creaban adicción. Este uso creó una gran cantidad de usuarios con una característica; al terminar el tratamiento de sus heridas se habían vuelto dependientes de la droga.


Otro impulso importante del consumo de las drogas se dio durante los años sesentas del siglo pasado cuando el sistema capitalista fue sacudido por el descontento de grandes grupos de jóvenes en todo el mundo contra el futuro luminoso reducido a la acumulación de riquezas por un pequeño grupo. La diferencia con ellos y con los adictos surgidos de las guerras mundiales fue la unión de las drogas con las ideas burguesas acerca de la trascendencia individual por encima de lo colectivo con la creación de un negocio en gran escala de distribución de drogas y del inicio de su uso para el control y supresión de impulsos violentos contra el sistema, sobre todo en la juventud. Estos elementos produjeron una enorme masa de consumidores para quiénes usar drogas es una salida fácil ante la falta de perspectivas que les ofrece la economía capitalista.


Siguiendo la distribución del mercado mundial en general, los consumidores se concentran en los llamados países del primer mundo, hacia dónde fluyen estos comodities de las zonas productoras ubicadas en regiones depauperadas del Tercer mundo.


Una de estas zonas es México, productor tradicional de marihuana y de heroína, por la demanda norteamericana en la Segunda Guerra Mundial, con el agregado de la cercanía del más grande mercado consumidor, los Estados Unidos. Vastas regiones de México tienen condiciones favorables para el cultivo de mariguana y amapola, desarrollándose un multimillonario negocio de producción, transporte y distribución. Este negocio fue creado y ha crecido bajo la más salvaje lógica del capital y la violencia que lo caracteriza es la expresión más pura de esa lógica, sin adornos de "civilización" o "democracia"; el capitalismo tal cual es.


La burguesía mexicana y sus acólitos de "izquierda" no han encontrado mejor propuesta para "detener la violencia" que legalizar el consumo en el país, sin dejar de señalar qué es un gran negocio. Con estos dos pretextos han montado una campaña para legalizar el consumo de marihuana con los más inmaculados fines "medicinales" y de defensa del humanísimo derecho al “disfrute lúdico”.


Ya en los años sesentas el Partido de los Panteras Negras en los Estados Unidos se oponía al argumento "medicinal" señalando con razón que los avances de la medicina pueden suministrar medicamentos que alivien las dolencias sin producir dependencia tóxica. Argumentar el uso lúdico como un derecho humano es anteponer el derecho individual al derecho colectivo sin importar las consecuencias, por más negativas y destructivas qué estas resulten para el individuo y la colectividad.


Señalar que la legalización les "quitaría" el negocio a los narcos y ello acabaría con la violencia no es más que un cándido deseo. Para que ello sucediera se debería garantizar a todos los involucrados en la producción, el transporte y la distribución de las drogas ganancias iguales o superiores a las que actualmente tienen, por ello, expertos señalan que cuando mucho el 30% del mercado sería legal y el 70% restante seguiría en las condiciones actuales con la carga de violencia que ello implica. A lo anterior debemos agregar que como todo negocio respetable debe preocuparse por ampliar sus ganancias, lo cual quiere decir en este caso el crear más y más consumidores, todo ellos justificado sobre el sacrosanto derecho individual.


No está demás señalar que la legalización de las drogas (no sólo la marihuana, también la amapola), requeriría que las autoridades de todo tipo dieran seguridades efectivas para el ejercicio del negocio legal de la droga, incluyendo la protección policial y militar a los narcos "legales".


Siguiendo el razonamiento de los panteras negras, si la medicina puede ya suministrar medicamentos para los padecimientos por los cuales se quiere legalizar la droga, el siguiente paso es asegurar el suministro efectivo de esas medicinas a toda la población y bien sabemos que el negocio no es compatible con las necesidades del pueblo, así, la única forma de garantizar ese suministro es la nacionalización de las empresas farmacéuticas.

El consumo "lúdico" de las drogas enmascara una situación dramática en tanto este consumo es una forma de evasión ante la sombría perspectiva que el actual sistema económico ofrece a la población; sobreexplotación, bajas o nulas o prestaciones laborales, bajos salarios y cero posibilidades de estos satisfagan las necesidades de los trabajadores y sus familias.

Acabar con la violencia de las drogas es acabar con el mercado que las demanda, compuesto por quienes no tienen perspectivas en este sistema económico, ese 99% que aunque se deslomen en el trabajo, sus perspectivas reales de mejorar son nulas y a los que se quiere convencer qué el consumo "lúdico" es su única salida. Consumidores a los que se les ofrece el "derecho humano" de convertirse en dependientes de ésta o de aquella droga.

Frente a esos intentos, millones oponen su accionar colectivo para acabar con el régimen priista y de ellos, cientos de miles continúan la defensa del agua y la tierra, organizándose para exigir aumentos salariales, servicios sociales, educación y el alto a la violencia contra las mujeres y contra la población trabajadora. Esta es la salida a la violencia de las drogas.

En particular, para toda la izquierda revolucionaria, hay una tarea extra; todos requerimos ocupar nuestra inteligencia y atención para empujar la organización en centros de trabajo y estudio, en comunidades, colonias y ciudades de ese 99% para luchar por todo; una vida digna y sin carencias materiales.

Ello requiere nuestra plena disposición física y mental, no disminuida por los cantos de sirena "lúdicos y humanistas" y con pleno conocimiento de qué para un activista de la izquierda revolucionaria, una acusación policiaca de uso o posesión de cualquier droga será seguida de una dura represión, no por el uso o la posesión, sino cómo escarmiento para aquellos que se atrevan a levantar la voz contra este sistema económico que no sólo nos explota sino que también envilece y destruye la única decisión verdaderamente libre qué podemos tomar: Luchar por acabar con este sistema social y económico que oprime a la humanidad.


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