La degeneración del Partido Comunista de la URSS y del Estado obrero atravesó por diferentes etapas y no fue un proceso pacífico: la nueva casta dominante tuvo que librar una virulenta lucha contra el ala leninista representada por la Oposición de Izquierda.

La Oposición de Izquierda

A finales de 1923, con Lenin gravemente enfermo, el Triunvirato dirigente—Stalin, Zinóviev y Kámenev— comenzó abiertamente la batalla contra Trotsky. Una batalla para despejar el camino hacia un conjunto de medidas que socavaban la democracia obrera dentro del partido y de las instituciones soviéticas, y aseguraban el dominio indiscutible de la nueva burocracia.

La orientación no respondía en un principio a un plan acabado, expresaba por encima de todo las presiones de clases ajenas, los Kulak y la pequeña burguesía urbana que levantaba cabeza gracias a la NEP, y conectaba con los intereses de una vasta capa de funcionarios que aspiraba a beneficiarse materialmente de su posición después de años de penurias y privaciones.

Pero el rumbo del aparato dirigente chocó violentamente con las viejas tradiciones del bolchevismo, acostumbrado a la disputa política que en no pocas ocasiones culminó en la formación de plataformas y fracciones. Frente a lo que posteriormente supuso el estalinismo, la tradición de libre discusión y democracia interna que existió en las filas bolcheviques mientras Lenin se mantuvo al frente está fuera de discusión. Los ejemplos son abundantes y se extienden a lo largo de toda la historia del Partido.

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A la izquierda Lev Kámenev. A la derecha Grigori Zinóviev

En marzo de 1918, cuando el Comité Central decidió aceptar las exigencias del imperialismo alemán firmando tratado de Brest-Litovsk, un grupo de dirigente entre los cuales se encuentran Bujarin, Preobrazhenski, Bubnov, Uritski, Piatakov, etc., dimiten de todas sus funciones y recobran su libertad de agitación dentro y fuera del Partido. Esta fracción de los “comunistas de izquierda” publica su propio periódico, hace campaña a favor de la guerra revolucionaria y desautoriza el punto de vista de Lenin. Cuando los hechos confirmaron dramáticamente la postura de este último, fueron de nuevo reincorporados a la actividad sin que ello impidiera a Lenin rebatir enérgicamente sus opiniones. Algo semejante ocurriría con la llamada “Oposición Obrera” constituida en el otoño de 1920 en torno a Shlyápnikov y Alexandra Kollontai, o en los debates sobre la cuestión sindical que enfrentaron a Lenin con Trotsky. Todo el conjunto de polémicas, muchas de ellas encarnizadas, como ocurrió con la oposición de Kámenev y Zinóviev a la toma del poder en Octubre, no impidieron al partido recobrar la mayor unidad y la disciplina. El método de Lenin jamás fue la calumnia, y mucho menos los arrestos, las deportaciones o el fusilamiento de sus contradictores.

El partido bolchevique se vio enfrentado a situaciones extraordinarias, empezando por la amenaza que supuso la intervención imperialista y la catástrofe económica que acompañó los momentos más agudos de la guerra civil. En marzo de 1921 se celebró el X Congreso que adoptó medidas muy difíciles. En primer lugar se celebró durante la represión militar del levantamiento de los marinos de Kronstadt, que vino a señalar el enorme descontento con las condiciones brutales que la guerra y la escasez generalizada habían creado. Aparte de Kronstadt los levantamientos agrarios se sucedían por todo el país, destacando el de Tambov donde un ejército de 50.000 campesinos desafió al Ejército Rojo durante meses. En segundo lugar, el congreso decidió el repliegue de la NEP y por último, pero no menos significativo, aprobó una resolución extraordinaria, aunque temporal, contra la formación de fracciones y tendencias dentro del partido que pudieran poner en peligro la unidad en esos momentos críticos. La resolución otorgaba al Comité Central el poder de expulsión, incluso de uno de sus miembros, si la decisión se adoptaba por una mayoría de al menos dos tercios.

El texto iba dirigido esencialmente contra la Oposición Obrera, que Lenin caracterizó como una desviación anarcosindicalista. Justificada por la emergencia de las circunstancias, aquella resolución se convertiría posteriormente en un arma en manos de la nueva burocracia. Pero en el momento de ser votada, tan solo 25 delegados se opusieron a ella. “La actitud de Lenin resultaba tranquilizadora —escribe Pierre Broue—. Todo el mundo sabe que propone una medida puramente circunstancial, justificada por la gravedad de la situación, se sabe que él opina que ‘la acción fraccional más vigorosa está justificada (…) si los desacuerdos son verdaderamente profundos y si la corrección de la política errónea del partido o de la clase obrera no puede realizarse de otra manera. Así, cuando Riazánov propone adoptar una enmienda que impida en lo sucesivo que la elección de miembros del comité central se haga en base a listas de candidatos procedentes de distintas plataformas, Lenin le ataca apasionadamente: ‘no podemos privar al partido y a los miembros del comité central del derecho de dirigirse a los militantes si una cuestión fundamental suscita los desacuerdos’…”.[1]

Pero con Lenin fuera de combate, la sucesión de atropellos burocráticos y el sofoco de la vida partidaria comenzaron a dar señales alarmantes. No tardaron en alzarse numerosas voces exigiendo la vuelta a las condiciones de democracia interna y libre discusión que siempre existieron en el seno del bolchevismo.

El 8 de octubre de 1923, Trotsky escribe una carta al Comité Central continuando la lucha por la democratización que Lenin había iniciado, y denunciando los métodos burocráticos de designación de los responsables partidarios:

 “ (…) Aún durante los días más duros del comunismo de guerra, el sistema de nombramiento dentro del partido no se practicaba ni en la décima parte que es practicado en la actualidad. La práctica de nombramiento de secretarios de comités de provincia se ha convertido en regla. Esto crea para los secretarios un puesto que es esencialmente independiente de las organizaciones locales. En el caso de que surgieran oposiciones, críticas o protestas, el secretario, con la ayuda del centro, podrá sencillamente ordenar la transferencia del opositor. En una de las reuniones del Politburó, se anunció con evidente satisfacción que en los casos en que se fusionaran las provincias, la única cuestión de interés para las organizaciones involucradas era quién sería el secretario del comité de provincia unificado. El secretario, nombrado por el centro, y por ende, virtualmente independiente de las organizaciones locales, es a su vez fuente de subsiguientes nombramientos y despidos en la provincia misma. Organizado de arriba hacia abajo, el aparato secretarial ha estado reuniendo, de manera cada vez más autónoma, ‘todos los hilos en sus propias manos’.

La participación de la base del partido en moldear la organización partidaria se está tornando cada vez más ilusoria. En el último año o año y medio, se ha generado una psicología especial de secretarios de partido, cuya principal característica es la convicción de que el secretario es capaz de decidir sobre cualquier cuestión de cualquier esfera sin conocer a fondo todos los factores implicados. A menudo observamos casos en los que camaradas que no han demostrado ninguna habilidad organizativa, administrativa o de otro tipo durante sus cargos en instituciones soviéticas sin embargo comienzan a tomar decisiones económicas o de otra índole de manera prepotente una vez que llegan al puesto de secretario. Esta práctica es aún más dañina porque disipa y elimina cualquier sentido de la responsabilidad (…)

La burocratización del aparato partidario ha alcanzado proporciones inauditas a través de la aplicación de los métodos de la selección secretarial. Aún durante las horas más crueles de la guerra civil, discutimos en las organizaciones partidarias, como también en la prensa, sobre asuntos tales como el reclutamiento de especialistas, las fuerzas partidarias versus un ejército regular, la disciplina, etc., mientras que ahora no existe muestra alguna de un intercambio de opiniones tan abierto sobre las cuestiones que realmente preocupan al partido. Se ha creado una capa muy amplia de trabajadores en el partido que desempeñan su labor en el aparato del Estado o del partido y que han renunciado totalmente a sostener opiniones políticas propias, o por lo menos a expresarlas abiertamente, como si creyeran que la jerarquía secretarial fuera el aparato apropiado para la formación de opiniones partidarias y la toma de decisiones partidarias. Bajo esta capa que renuncia a tener sus propias opiniones existe una amplia capa de masas partidarias ante las cuales cada decisión se plantea como un llamado o una orden.

Dentro de este estrato de la base del partido hay un grado extraordinario de descontento que es en parte absolutamente legítimo y en parte provocado por factores incidentales. Este descontento no está siendo aliviado a través de un intercambio abierto de opiniones en las reuniones partidarias ni tampoco a través de la influencia de masas sobre las organizaciones partidarias (en la elección de comités del partido, secretarios, etc.), sino que sigue gestándose en secreto, y después de un tiempo lleva a la existencia de abscesos internos.”

El 15 de octubre, antes de que el Buró Político respondiera a la carta de Trotsky, cuarenta y seis dirigentes bolcheviques hicieron pública una declaración demandando el fin del poder de los funcionarios y de la persecución contra los militantes que expresaban opiniones diferentes:

“La extrema gravedad de la situación nos obliga a declarar públicamente (en interés de nuestro partido y de la clase obrera) que de proseguir la política de la mayoría del Buró Político amenaza con causar verdaderos desastres a todo el partido. La crisis económica y financiera iniciada a fines de julio de este año, con todas las consecuencias políticas que de ésta se derivan, ha dado a conocer de manera inexorable la incapacidad de la dirección del Partido tanto en el campo económico y sobre todo en el campo de las relaciones internas del partido (…) el partido está dejando en gran medida de ser aquella viva colectividad independiente que con sensibilidad aferra la realidad de las cosas porque está ligada a esta realidad mediante miles de hilos. Comprobamos, en cambio, la siempre creciente, y hoy apenas oculta división del partido entre una jerarquía secretarial y la “gente normal”, entre funcionarios profesionales de partido designados desde arriba y la masa general del partido que no participa en la actividad común (…)

El régimen instituido en el interior del partido es absolutamente intolerable; destruye la independencia del partido, sustituyendo el partido por un aparato burocrático reclutado que actúa sin oposición en tiempos normales, pero que inevitablemente la provoca en los momentos de crisis, y que amenaza con transformarse en completamente ineficiente frente a los serios acontecimientos provocados por la crisis.

La situación así creada se explica por el hecho de que el régimen de la dictadura de una fracción en el interior del partido, creado de hecho después del X Congreso, se ha sobrevivido a sí mismo. Muchos de nosotros aceptamos conscientemente someternos a dicho régimen. El giro político del año 1921, y después, la enfermedad del camarada Lenin, exigían, según algunos de nosotros, una dictadura en el interior del partido como medida coyuntural.

Otros camaradas asumieron desde un comienzo frente a ella una actitud escéptica o negativa. De todas maneras, ya en la época del XII Congreso [abril de 1923] este régimen estaba superado. Había comenzado a mostrar el reverso de la medalla. Las ligazones en el interior del partido habían comenzado a debilitarse, el partido se apagaba. En su seno, movimientos de oposición extremos y evidentemente malsanos habían comenzado a adquirir un carácter antipartidario, dado que la discusión entre los camaradas acerca de problemas fundamentales y controvertidos estaba ahogada. Tal discusión habría revelado sin dificultad el carácter malsano de estos movimientos tanto a la masa del partido como a la mayoría de los participantes de ellos. Aparecieron, en cambio, movimientos ilegales que atrajeron a los miembros del partido fuera de los límites partidarios y provocaron un divorcio entre el partido y las masas trabajadoras.

Es indispensable una unidad real en las opiniones y en las acciones. Las dificultades planteadas requieren de todos los miembros del partido una acción unida, fraterna, plenamente consciente, extremadamente vigorosa, extremadamente concentrada. El régimen de fracción debe ser abolido, y esto debe ser hecho en primer lugar por quienes lo crearon; debe ser sustituido por un régimen de unidad entre camaradas y de democracia interna de partido (…)”.

Trotsky, que permaneció en un principio al margen de la Declaración de los 46, se solidarizó plenamente con ella publicando una serie de artículos bajo el nombre de El Nuevo Curso, donde reclamaba la participación real de la clase trabajadora y las jóvenes generaciones de comunistas para mantener y hacer avanzar la dictadura proletaria hacia el socialismo. En los meses que siguen la confluencia en la caracterización de la situación que atraviesa el partido cristaliza en la constitución de la Oposición de Izquierda, que agrupo a una parte considerable de los dirigentes bolcheviques que habían firmado la Declaración.

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"Trotsky, que permaneció en un principio al margen de la Declaración de los 46, se solidarizó plenamente con ella."

Estos acontecimientos coincidieron con el desarrollo de una nueva situación revolucionaria en Alemania. Como consecuencia de las cargas económicas del tratado de Versalles y de la ocupación de la cuenca del Ruhr por el ejército francés, estalló una nueva crisis. La respuesta de los trabajadores alemanes fue clara: se organizaron grandes huelgas de masas y un potente movimiento de delegados de fábricas emergió. Los obreros giraron hacia los comunistas, que ganaron la mayoría en numerosos sindicatos. También se empezaron a formar brigadas armadas. El Partido Socialdemócrata estaba desorientado y la burguesía profundamente dividida. Era el momento de desplegar una estrategia para tomar el poder. Pero cuando se requería la iniciativa y la decisión práctica de la dirección para empujar el movimiento hacia la victoria, el Partido Comunista Alemán (KPD) se mostró incapaz de asumir sus tareas aconsejado lamentablemente por Stalin.

“El 10 de julio —escribe Jean Jacques Marie—, los obreros gráficos encargados de alimentar las insaciables prensas de la casa de la moneda se declaran en huelga. El Ruhr, lazado contra el ocupante francés, es un hervidero. El 12 de agosto, la huelga general barre con el Gobierno de Cuno, reemplazado por un Gobierno de coalición con ministros socialdemócratas. La revolución golpea a la puerta. Los comunistas que avanzan en todas las elecciones sindicales, entran en los Gobiernos socialdemócratas de Sajonia y Turingia. En la URSS esta escalada suscita las expectativas entusiastas de muchos militantes. Cinco días antes de la caída del Gobierno Cuno, Stalin escribe a Bujarin que los comunistas alemanes deben tener la precaución especial de no agitar el avispero, y que es preciso dejar a los fascistas —en la época un grupúsculo gritón y marginal— tomar la iniciativa. Sin apoyarse en ningún elemento afirma lo siguiente. ‘Si el poder, por así decir, se derrumbara hoy en Alemania y los comunistas lo tomaran, ellos mismos se hundirían con estrépito. Y en lo que es un esbozo de la táctica que aplicará en la propia Alemania a comienzos de la década de 1930, agrega: ¡Tenemos interés en que los fascistas sean los primeros en atacar; esto congregará a toda la clase obrera alrededor de los comunistas (…) A mi juicio, debemos retener a los alemanes y no alentarlos’. Contra la opinión de Trotsky, la dirección del partido soviético y de la Internacional los retendrá tan bien que los amordazará definitivamente.”[2]

Renunciando a conquistar a la base descontenta de la socialdemocracia, que miraba con extraordinaria simpatía hacia los comunistas, la dirección del KPD vaciló agarrándose a la táctica de frente único de una manera formal, sin comprender que en ese momento las circunstancias habían variado rápidamente y era necesario pasar a la ofensiva. Los trabajadores alemanes sufrieron la tercera derrota en tan sólo cinco años.

Este nuevo fracaso tuvo un efecto demoledor en las filas del partido ruso, y alentó los ataques contra Trotsky. Una avalancha de artículos en los órganos de prensa soviéticos y del partido, firmados por Stalin y Zinóviev, trataron de desacreditarlo haciendo especial énfasis en su pasado no bolchevique. Las viejas diferencias con Lenin, completamente superada tras el triunfo de Octubre y por el papel que Trotsky había desempeñado al frente del Estado soviético en las responsabilidades más difíciles, fueron traídas a colación y groseramente manipuladas. Las citas de las controversias pasadas, sacadas de contexto, fueron utilizadas como munición.

No fueron las únicas infamias vertidas desde el aparato. Éste propagó por los círculos del partido que Trotsky no renunciaba a sus tendencias autoritarias, incluso “bonapartistas”, y que pretendía organizar un golpe de Estado apoyándose en su influencia dentro del Ejército Rojo. Estas calumnias se completaron con otras, especialmente la referida a su pretendida “subestimación” del campesinado y de la “capacidad” de la Rusia soviética para avanzar hacia el socialismo con sus propias fuerzas.

La polémica se extendió durante meses y Trotsky se defendió escribiendo Lecciones de Octubre, una reafirmación de su posición leninista durante la revolución, y a la vez una denuncia del lamentable papel que en las horas decisivas jugaron algunos de los “viejos bolcheviques”.

La fuerza de la Oposición de Izquierda quedó en evidencia en numerosas reuniones partidarias que se celebraron a finales de 1923. Su apoyo en el Ejército era notable, lo mismo que entre los cuadros dirigentes de la Juventud Comunista. Así lo relata Isaac Deutscher:

“Los trinuviros no podían reprimir fácilmente este “amotinamiento”. Los amotinados no eran simples soldados rasos, sino cuarenta y seis generales de la revolución. Muchos habían sido miembros del comité central. Algunos se habían unido a los bolcheviques en 1917, junto con Trotsky, otros habían sido bolcheviques desde 1904. Su protesta no podía ser ocultada (…) Las células del partido en Moscú estaban en actitud de rebelión. Recibían a los dirigentes oficiales con hostilidad y aclamaban a los portavoces de la Oposición. En algunas asambleas en las grandes fábricas, los propios triunviros fueron objeto de escarnio y perdieron las votaciones por amplio margen (…) Antónov-Ovséineko habló ante las organizaciones partidarias de la guarnición militar, y poco después de iniciado el debate una tercera parte cuando menos de esas organizaciones habían tomado partido por la Oposición. El Comité Central de la Juventud Comunista y la mayoría de las células del Komsomol en Moscú hicieron lo mismo. Las universidades fueron presa de la excitación, y una amplia mayoría de células estudiantiles declararon su apoyo entusiasta a los cuarenta y seis. Los jefes de la Oposición reaccionaron con júbilo (…)

Los triunviros se asustaron. Cuando  vieron de que lado se inclinaba la balanza en las células de la guarnición, resolvieron que no podían permitir que estas siguieran votando. Destituyeron inmediatamente a Antónov-Ovséineko de su puesto de principal comisario político del Ejército Rojo, alegando que éste había amenazado al Comité Central al afirmar que las fuerzas armadas  se alzarían ‘como un solo hombre’ a favor de Trotsky, ‘el jefe, organizador  e inspirador de las victorias de la revolución’. (…) A continuación se produjeron las destituciones de estos críticos. La Secretaría General, violando los estatutos, disolvió el Comité Central del Komsomol y lo reemplazó con funcionarios designados…”.[3]

La batalla se extendió más allá de las fronteras de Rusia. En el Quinto Congreso de la Internacional Comunista, celebrado entre junio y julio de 1924, Stalin y Zinóviev proclamaron la “bolchevización” de las secciones nacionales, sometiendo a su control los aparatos de los partidos comunistas y eliminando a los discrepantes. Este fue el primer paso de otros muchos, aunque la dinámica de depuración no tardó en volverse contra algunos de sus promotores.

El socialismo en un solo país

Desde finales de 1924 la discusión encontró un nuevo eje: los efectos económicos, políticos y sociales que suponía el mantenimiento de la NEP, y el fortalecimiento consecuente de las tendencias pequeño burguesas y el peligro de restauración capitalista que implicaba. En el “gran debate”, dirigentes como Trotsky o Preobrazhenski insistieron en reforzar la industrialización del país mediante un plan centralizado, y reducir progresivamente los altos precios de los productos manufacturados y de consumo necesarios tanto en el campo como en la ciudad. Con esta orientación se buscaba un salto adelante decisivo para acabar con la situación de atraso y baja productividad de la industria, y sobre todo mejorar las condiciones de vida y salarios de los trabajadores aumentando las tasas de prosperidad e igualdad, absolutamente imprescindibles para la construcción del socialismo.

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Yevgueni Preobrazhenski

La tesis a favor de la industrialización fue respondida por el aparato dirigente con dos teorías: el socialismo en un solo país y, desprendiéndose de esta, la llamada a la construcción del socialismo a paso de tortuga. Giuliano Procacci, un estudioso de aquellos años, señala:

“En enero de 1925, a la vez que el largo debate sobre el trotskismo iba tocando a su fin, Stalin reeditaba como prefacio al volumen Camino de Octubre, un escrito suyo en polémica con Trotsky que ya había aparecido el 20 de diciembre de 1924 en Pravda. Como es sabido, se trata de un escrito que alcanzó gran éxito y se reprodujo en las sucesivas ediciones de las Cuestiones del Leninismo. Es sabido, asimismo, que su éxito se debe al hecho de que en ese trabajo se formula por primera vez la idea de la construcción del ‘socialismo en un solo país’ (…) Los acontecimientos y las discusiones de los meses siguientes probablemente contribuyeron en gran medida a fijar la atención sobre esa fórmula. En efecto, a fines de marzo se reunió en Moscú el pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, y el signo bajo el cual se desenvolvieron sus tareas fue la admisión de que, agotada momentáneamente la gran ola revolucionaria abierta por la revolución de Octubre, se había entrado poco a poco en un periodo de ‘estabilización relativa’ del capitalismo (…)

En el mismo periodo en que se lanzaba la teoría de la construcción del socialismo en un solo país, se desarrollaba otro debate en la escena política soviética, en cuyo centro se encontraba también la figura de Bujarin. El 17 de abril, este pronuncia en el teatro Bolshói un discurso que iba a suscitar un amplio eco y viva polémica: en el mismo, Bujarin lanzaba como consigna para los campesinos ‘enriqueceos’, y delineaba la perspectiva política de una continuación por tiempo indefinido de la NEP y, por consiguiente, de una edificación del socialismo a ‘paso de tortuga’ —como lo expresará en el curso de los debates del XIV Congreso (18-31 de diciembre de 1925)— (…)”.[4]

La fórmula del socialismo en un solo país echaba por la borda los fundamentos de la teoría marxista y renunciaba al internacionalismo proletario.

“¿Qué significa la posibilidad del triunfo del socialismo en un solo país? —se interrogaba Stalin— Significa la posibilidad de resolver las contradicciones entre el proletariado y el campesino con las fuerzas internas de nuestro país, la posibilidad de que el proletariado tome el poder y lo utilice para edificar la sociedad socialista completa en nuestro país, contando con la simpatía y el apoyo de los proletarios de los demás países, pero sin que previamente triunfe la revolución proletaria en otros países”[5].

Paso a paso se preparaba la degeneración en líneas nacionales y reformistas de la burocracia estalinista, de tal forma que el “proyecto” de construir el socialismo dentro de las fronteras de la URSS no tardaría en decidir la política de la Internacional Comunista, condicionándola a las necesidades de la nueva casta dirigente rusa, a sus intereses materiales y nacionales y, dado el caso, a sus pactos y acuerdos con los diferentes bloques de la burguesía extranjera.

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Nikolái Bujarin

La teoría chocaba abruptamente con el internacionalismo leninista que una generación de revolucionarios había asimilado firmemente:

“Desde el principio de la revolución de Octubre —señalaba Lenin— nuestra política exterior y de relaciones internacionales ha sido la principal cuestión a la que nos hemos enfrentado. No simplemente porque desde ahora en adelante todos los Estados del mundo están siendo firmemente atados por el imperialismo en una sola masa sucia y sangrienta, sino porque la victoria completa de la revolución socialista en un solo país es inconcebible y exige la cooperación más activa de por lo menos varios países avanzados, lo que no incluye a Rusia (...) Siempre hemos dicho, por lo tanto, que la victoria de la revolución socialista sólo se puede considerar finalizada cuando se convierte en la victoria del proletariado por lo menos en varios países avanzados”.[6]

El Termidor de la revolución rusa respondía a poderosas fuerzas sociales. Stalin expresó el ambiente de depresión del movimiento obrero, reforzado por las sucesivas derrotas de la revolución europea, y proporcionó una justificación política para todos aquellos burócratas que podían sacar provecho de las nuevas circunstancias. Desde el nuevo poder autoritario que se iba configurando, las medidas represivas contra los cuadros y dirigentes opositores se multiplicaron. Trotsky vio como  sus colaboradores en el Ejército Rojo eran desplazados o directamente eliminados. Finalmente, obligado por una hostilidad creciente, se vio forzado a abandonar la dirección militar.

Un fenómeno político de este calado no podía consolidarse sin graves tensiones, sin resistencia y lucha. Durante la primavera de 1925 las discrepancias en el Triunvirato estallaron: la nueva teoría era una desviación demasiado grosera del pensamiento de Marx y Lenin, y Zinóviev y Kámenev la denunciaran reconociendo su responsabilidad en los ataques hacia Trotsky.

El 4 de septiembre de 1925, Kámenev, Zinóviev, Sokolnikov y a viuda de Lenin, Krúpskaia, presentarían una plataforma ante el Buró Político en contra de la política económica que privilegiaba a los campesinos ricos. Trotsky señalará dos meses más tarde:

“La posición adoptada por los círculos dirigentes de Leningrado es una expresión burocráticamente deformada de la ansiedad política que consume a la fracción más avanzada de la clase obrera frente a la orientación económica en su conjunto y frete al porvenir del régimen”.[7]

El XIV Congreso del PCUS, celebrado en diciembre de 1925, ratificó la posición de Stalin, ayudado por Bujarin, y constituyó un triunfo sonado sobre Zinóviev y Kámenev. No será hasta la primavera de 1926, en la sesión del Comité Central de abril, cuando Trotsky, Zinóviev y Kámenev coincidan en las votaciones de las enmiendas a las resoluciones de Stalin-Bujarin sobre política económica. A partir de ese momento, la Oposición de Izquierda se reforzó con la llegada de los partidarios de Zinóviev y Kámenev, que contaban con una amplia base militante en la organización de Leningrado y Moscú.

Trotsky sabía perfectamente del carácter poco fiable de sus nuevos aliados, pero entendía la necesidad de influir de manera directa sobre miles de obreros y militantes comunistas que estaban detrás de ellos, y que podían constituir una fuerza decisiva en el combate contra el aparto burocrático. La Oposición Conjunta no tardó mucho en provocar el pánico en las filas de la dirección estalinista.

La presentación pública de las nuevas fuerzas opositoras tuvo lugar en la sesión del CC de junio de ese mismo año y volvió a medirse en el debate sobre la revolución China. En mayo de 1927, ante el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, Trotsky expuso las tesis de la Oposición y condenó la política de Stalin y Bujarin, responsables de la alianza con el partido nacionalista burgués del Kuomintang y la derrota del comunismo chino[8].

El poder creciente de la burocracia se demostró inmediatamente en el debate interno. Las reuniones públicas en las que participaban miembros de la Oposición fueron atacadas por piquetes armados y se generalizó la coacción para tapar la boca a los discrepantes. A partir de abril de 1927 se produjeron las primeras detenciones de militantes y los traslados forzosos: Preobrazhenski y Piatakov fueron enviados a París junto con Rakovski; Antónov-Ovséyenko a Praga; Kámenev a Italia. Las expulsiones afectaron a todos los niveles del partido y a las Juventudes (Komsomol), al tiempo que la censura de los escritos y los textos de los oposicionistas arreció.

Ante la negativa de la fracción estalinista de publicar la plataforma política de la Oposición de cara al XV Congreso, está decidió distribuirla clandestinamente haciendo miles de copias y celebrando cientos de reuniones con militantes del partido para presentarla y debatirla. La reacción no se hizo esperar: Miashkovski, Preobrazhenski, Serebriakov y otros 14 dirigentes bolcheviques fueron expulsados. Trotsky y Zinóviev lo serían del Comité Central el 23 de octubre, y del partido el 15 de noviembre.

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"Trotsky condenó la política de Stalin y Bujarin, responsables de la alianza con el partido nacionalista burgués del Kuomintang y la derrota del comunismo chino"

La Oposición Conjunta acusó duramente estas presiones y empezó a agrietarse. Algunos sectores se inclinaban por la escisión, mientras que otros planteaban abiertamente la posibilidad de un entendimiento con la fracción estalinista. Trotsky rechazó enérgicamente ambas posturas, reclamando el enderezamiento de la política del partido, la restitución de la democracia interna y la vuelta al programa leninista.

Los zigzags de Stalin

Desde 1924 la burocracia estalinista emprendió toda una serie de zigzags políticos, correspondidos simultáneamente con purgas masivas de militantes en las organizaciones del partido y la Internacional.

Entre 1924 y 1925, el apoyo a los kulaks y a los nepmen en el plano interior se trasladó al exterior en la forma de acuerdos oportunistas y burocráticos con organizaciones reformistas y nacionalistas. Fue el caso de la subordinación impuesta al Partido Comunista Chino respecto al Kuomintang, saldado con la derrota de la revolución china en 1925-1927 y la masacre de miles de militantes y cuadros comunistas en Cantón y Shanghái. También de la alianza con la burocracia sindical inglesa, el llamado “comité anglo-ruso”, que facilitó una cobertura izquierdista a los dirigentes reformistas de las Trade-Unions que traicionaron la huelga general de 1926.

Todos los errores de la dirección estalinista, con sus consiguientes resultados, fueron denunciados por la Oposición que advirtió de los peligros que acechaban al Estado obrero. Defendiendo la economía planificada y sus conquistas, exigiendo el restablecimiento de la democracia obrera en el partido, el Estado y los sóviets, y el abandono de la teoría del socialismo en un solo país y la colaboración de clases, la Oposición abogó por una firme política internacionalista y de independencia de clase.

Las advertencias de la Oposición no tardaron en ser reivindicadas por los acontecimientos. Tras basarse en los kulaks y los nepmen, la burocracia se enfrentaba a ser liquidada por las mismas fuerzas sociales que había animado. La restauración capitalista en la URSS se convirtió en una amenaza real.

La casta burocrática asfixiaba la participación democrática de las masas en la gestión y control del Estado, de la economía, la política y la cultura, pero al menos en aquellos años, no estaba interesada en que las relaciones sociales de producción que nacieron con la revolución de Octubre, esto es, la nacionalización de la economía, fueran eliminadas. De este régimen económico obtenía la parte del león de sus privilegios e ingresos: actuando como un cuerpo parásito consumía una parte fundamental de la plusvalía generada por los trabajadores, convirtiéndose en un freno cada vez más importante para la edificación socialista.

Llevado por el pánico, Stalin imprimió un nuevo giro en su política y comenzó la purga de la fracción de derecha dirigida por Bujarin, adalid de las concesiones al kulak y el nepmen. Utilizando métodos brutales impuso la colectivización forzosa de la tierra, la “liquidación del Kulak como clase” y un plan quinquenal para la industrialización del país (en cuatro años), asumiendo de manera distorsionada uno de los principales puntos del programa de la Oposición de Izquierdas.

Entre las filas oposicionistas muchos cuadros y militantes honestos, deseosos de contribuir al desarrollo del Estado obrero, vieron en el giro de Stalin un reconocimiento a su lucha y el camino para la reconcialiación. Así se produjo una oleada de capitulaciones de muchos dirigentes y militantes encarcelados y deportados. Pero los acontecimientos pronto demostrarían lo equivocado de ese juicio.

Esta nueva cabriola tendría, como cabía esperar, su reflejo inmediato en la esfera de la Internacional. Como hemos señalado anteriormente, en el Quinto Congreso de la IC (junio-julio de 1924), Zinóviev y Stalin decidieron la “bolchevización de la Internacional” y una depuración de grandes proporciones en las direcciones de los Partidos Comunistas. En ese congreso también se apuntaron los contornos de las tesis sectarias que serían adoptadas posteriormente.[9]

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"Stalin imprimió un nuevo giro en su política. Utilizando métodos brutales impuso la colectivización forzosa de la tierra."

En el Sexto Congreso —celebrado en 1928 después de un lapso de cuatro años—, la Internacional Comunista, a instancias de Stalin, dio luz verde al giro ultraizquierdista que desembocaría en las conocidas tesis del “tercer período” y del socialfascismo, de trágicas consecuencias para el proletariado alemán y de toda Europa. La nueva línea general quedó consagrada en julio de 1929 durante la X sesión plenaria del Comité Ejecutivo de la IC, donde se sancionó la destitución de Bujarin como responsable de la Internacional: “La asimilación de la socialdemocracia al fascismo se lleva a la perfección, y la primera queda convertida en socialfascismo: ‘los fines de los fascistas y los socialdemócratas son idénticos; la diferencia está en las consignas y, parcialmente, en los métodos’ (…) ‘está claro que a medida que se desarrolla el socialfascismo se aproxima más al fascismo puro’…”.[10]

Dado que el resto de las corrientes obreras eran calificadas de fascistas (socialfascistas, anarcofascistas, trotskofascistas), era imposible que los partidos comunistas defendieran el frente único antifascista con ellas. Ninguna política le podía ser más útil a Hitler en la época en que se preparaba para tomar el poder.

La tragedía alemana

En el intervalo que va desde 1927 a 1933, Trotsky sufrió la expulsión del Partido, su destierro a la ciudad de Alma-Ata, en Asia Central, y su posterior exilio del país obligado por la orden de expulsión de Stalin. Llegado a la Isla de Prinkipo (Turquía) en febrero de 1929 junto a su compañera Natalia y su hijo Léon Sedov, quedó aislado de sus camaradas de la Oposición que sufrieron la represión brutal del aparato estalinista. Por millares fueron expulsados del Partido, despedidos de sus trabajos y arrojados de sus hogares. Más tarde serían detenidos y trasladados a los campos de concentración de Siberia y el Círculo Polar para ser masacrados.

En esta primera etapa de su nuevo exilio Trotsky escribió textos brillantes, de una gran lucidez, abordando el balance de su actuación como revolucionario y los acontecimientos más candentes de la lucha de clases internacional. En Prinkipo acabó la redacción de Mi vida, La revolución permanente, su monumental Historia de la Revolución Rusa[11], y numerosos artículos sobre el avance del fascismo en Alemania, además de los primeros trabajos sobre la revolución española. En esos años comenzó, con grandes dificultades, la tarea de organizar la Oposición de Izquierda Internacional.

Sus escritos sobre el ascenso del fascismo en Alemania destacan por la profundidad teórica y sus certeras previsiones:

“El régimen fascista —escribió Trotsky —ve llegar su turno porque los medios ‘normales’ militares y policiales de la dictadura burguesa, con su cobertura parlamentaria, no son suficientes para mantener a la sociedad en equilibrio. A través de los agentes del fascismo, el capital pone en movimiento a las masas de la pequeña burguesía irritada y a las bandas del lumpemproletariado, desclasadas y desmoralizadas, a todos esos innumerables seres humanos a los que el capital financiero ha empujado a la rabia, a la desesperación. La burguesía exige al fascismo un trabajo completo: puesto que ha aceptado los métodos de la guerra civil, quiere lograr calma para varios años (...) la victoria del fascismo conduce a que el capital financiero coja directamente en sus tenazas de acero todos los órganos e instrumentos de dominación, dirección y de educación: el aparato del Estado con el ejército, los municipios, las escuelas, las universidades, la prensa, las organizaciones sindicales, las cooperativas (...) y demanda, sobre cualquier otra cosa, el aplastamiento de las organizaciones obreras”.[12]

Después de su consolidación en Italia, el fascismo entonó su marcha triunfal sobre Alemania. La República capitalista de Weimar empujó al desempleo a millones de trabajadores y arruinó a una parte significativa de las capas medias. Esas masas pequeñoburguesas, que podían haber sido ganadas a la causa del proletariado si las organizaciones obreras hubiesen defendido un programa revolucionario, dieron un bandazo violento a la derecha.

En una sociedad deshecha, los nazis consiguieron aumentar considerablemente su influencia. En las elecciones de septiembre de 1930, el SPD obtuvo 8.577.700 votos, el Partido Comunista (KPD), 4.592.100, y el partido nazi 6.409.600. Si el KPD incrementó su apoyo en relación a las anteriores elecciones de 1928 en un 40%, los nazis lo hicieron en un 700%.

Trotsky denunció incansablemente las posiciones sectarias de la IC estalinizada y reclamó una política de frente único entre los comunistas y los socialdemócratas para combatir a Hitler. Era necesario llegar a acuerdos entre las organizaciones obreras sobre puntos mínimos comunes, sumamente claros, empezando por la defensa de los locales, imprentas, manifestaciones, derechos sindicales y democráticos, y la organización conjunta de milicias obreras de autodefensa. Esta política de frente único no implicaba en ningún caso el abandono de la propaganda por el programa socialista, pero favorecía el entendimiento con los obreros socialdemócratas, más honestos y avanzados, que sí querían combatir la amenaza fascista pues en ello les iba su propia supervivencia.

“Debemos decir claramente a los obreros socialdemócratas, cristianos y sin partido: ‘Los fascistas, una pequeña minoría, desean derrocar al gobierno actual para tomar el poder. Nosotros, los comunistas, pensamos que el actual gobierno es el enemigo del proletariado, pero este gobierno se apoya en vuestra confianza y vuestros votos; deseamos derrocar a este gobierno por medio de una alianza con vosotros, no por medio de una alianza con los fascistas contra vosotros. Si los fascistas intentan organizar un levantamiento, entonces nosotros, los comunistas, lucharemos con vosotros hasta la última gota de sangre, no para defender al gobierno de Braun y Brüning, sino para salvar a la flor y nata del proletariado de ser aniquilada y estrangulada, para salvar las organizaciones y la prensa obrera, no solamente nuestra prensa comunista, sino también vuestra prensa socialdemócrata. Estamos dispuestos junto con vosotros a defender cualquier local obrero, el que sea, cualquier imprenta de prensa obrera de los ataques de los fascistas. Y os llamamos a comprometeros a venir en nuestra ayuda en caso de amenaza contra nuestras organizaciones. Proponemos un frente único de la clase obrera contra los fascistas. Cuanto más firme y persistentemente llevemos a cabo esta política, aplicándola a todas las cuestiones, más difícil será para los fascistas cogernos desprevenidos y menores serán sus posibilidades de derrotarnos en la lucha abierta’…”.[13]

Las advertencias de Trotsky cayeron en saco roto. Muchos años después, Fernando Claudín, dirigente de las Juventudes Comunistas en los años treinta y posteriormente miembro del Comité Ejecutivo del PCE, tuvo la valentía de hacer balance:

“Los acontecimientos demostraron bien pronto la clarividencia de los análisis y sugestiones de Trotsky en sus escritos de 1931-1932 sobre Alemania. Pero la dirección de la IC y del KPD, no las tuvieron en cuenta…”[14].

En las elecciones de noviembre de 1932, los nazis obtuvieron 11.737.000 votos, pero todavía entre el KPD y el SPD los superaban con más de 13 millones (la socialdemocracia alcanzó 7.248.000 votos, y los comunistas 5.980.000). Estas cifras testimonian que el apoyo de millones en las urnas no vale de mucho si no se cuenta con una política revolucionaria.

En enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller sin que tuviera que enfrentarse a una resistencia digna de tal nombre por parte de la socialdemocracia o el KPD. Mientras que los primeros aceptaban la victoria de Hitler porque era democrática y advertían a sus militantes de abstenerse en participar en ninguna acción de protesta, los líderes estalinistas alemanes, atrincherados en la teoría del socialfascismo y aconsejados desde Moscú, seguían sin reconocer la gravedad de la situación contentándose en considerar el triunfo de los nazis como preludio de la victoria comunista.

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"En enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller sin que tuviera que enfrentarse a una resistencia digna de tal nombre por parte de la socialdemocracia o el KPD."

No hubo ninguna respuesta armada del proletariado, a pesar de que el SPD y el KPD contaban con milicias que encuadraban a medio millón de obreros. Los dirigentes paralizaron políticamente al proletariado alemán, el más fuerte de Europa, y los nazis completaron el trabajo pulverizando a las organizaciones obreras. En febrero de 1933 Hitler disolvió el Reichstag, después de incendiarlo y culpar a los comunistas, y suspendió todas las garantías constitucionales: el KPD fue ilegalizado y miles de sus militantes encarcelados. No fue la última victoria del fascismo. En Austria, el gobierno del socialcristiano Dollfuss (el modelo en el que se inspiraba Gil Robles) clausuró el parlamento en marzo de 1933 y encabezó una dictadura bonapartista tras derrotar la insurrección obrera de Viena.

La bancarrota de la dirección estalinista ante los acontecimientos alemanes, su negativa a encarar ningún balance y rectificar su orientación, llevó a Trotsky a considerar la necesidad urgente de construir una nueva Internacional.

Se había producido un nuevo punto de inflexión en la historia. La Internacional Comunista estalinizada había dejado de ser el instrumento de la revolución mundial, y la lucha por su enderezamiento carecía ya del sentido que tenía anteriormente. La tragedia alemana constituyó el canto del cisne para la Internacionbal Comunista, del mismo modo que la Primera Guerra Mundial lo fue para la Segunda Internacional social patriota.

“Hasta ahora nos hemos desarrollado como fracción de la Tercera Internacional —escribió Trotsky haciendo balance de los sucesos alemanes—. Después de la expulsión nos consideramos una fracción y nos dimos como objetivo la reforma de la Internacional Comunista. Esta etapa fue absolutamente inevitable. (…) Tenemos que liquidar esta etapa tanto internacional como nacionalmente. Veíamos la posibilidad teórica de que los acontecimientos históricos, explicados de antemano por nosotros, podían producir, junto con nuestra crítica, un cambio radical en la política de la Comintern. (…) La catástrofe alemana tenía que provocar un cambio en la Comintern, ya sea posibilitando la reforma o acelerando su desintegración. La Comintern no puede seguir siendo lo que era antes de esa catástrofe. Ahora está bien definido el camino que tomó. No se puede esperar un milagro. Está condenada a la derrota. Hay que abandonar la idea de la reforma, nacional e internacionalmente, para el conjunto de la Comintern...”.[15]

En agosto de 1933 se celebró el Pleno de la Oposición de Izquierda Internacional para adoptar todas las conclusiones prácticas en la estrategia de construcción de la organización. “Ahora se impone la necesidad imperiosa de una cohesión estrecha en nuestras filas, de una claridad absoluta en las posiciones y en los principios, de un derroche de actividad en todos los dominios entre las masas obreras y oprimidas. Estas premisas nos permitirán aplicar una táctica flexible hacia todas las corrientes que se orientan al comunismo, y sobre una base de principios firmes; facilitarles la asimilación de las verdades fundamentales y su paso definitivo al campo de la lucha intransigente y sin cuartel por el derrocamiento del capitalismo. ¿Cómo construir esta nueva internacional? (…) Considerarse como embrión de verdadero partido comunista; establecer en cada sección nuestro programa de acción (…) crear fracciones en todas las organizaciones obreras…”

Esta fue la nueva estrategia adoptada por la Oposición, que a partir de entonces asumiría el nombre de Liga Comunista Internacional (bolcheviques-leninistas) (LCI). La decisión de fundar la Cuarta Internacional se había tomado, y Trotsky dedicaría todo su talento y experiencia política en los años siguientes para agrupar las fuerzas y educar los cuadros que la hicieran realidad.

El frente Popular

Stalin se había mantenido en el poder, pero el régimen de bonapartismo proletario de la URSS distaba mucho de ser estable. Esta era la causa de sus constantes maniobras a fin de asegurar la “seguridad interna” y su defensa exterior. Tras el triunfo nazi de 1933, Stalin intentó el acercamiento con la Alemania de Hitler. “Naturalmente está muy lejos de entusiasmarnos el régimen fascista de Alemania —señaló Stalin—. Pero no se trata aquí del fascismo, por la sencilla razón de que el fascismo en Italia, por ejemplo, no ha impedido a la URSS establecer las mejores relaciones diplomáticas con dicho país”,[16]

Pero Hitler rechazó el entendimiento en aquel momento y Stalin, sin el menor reparo, buscó refugió en la “legalidad internacional” de las otras potencias imperialistas: la URSS se adhirió a la Sociedad de Naciones, denunciada por Lenin como una “cocina de ladrones”, y delineó para la Internacional Comunista la política de “seguridad colectiva” basada en un frente común con las “potencias democráticas”, especialmente Francia. El Frente Popular estaba servido.

El Séptimo Congreso de la Internacional Comunista, reunido en Moscú a partir del 25 de julio de  1935, animó las alianzas de los Partidos Comunistas con la socialdemocracia y formaciones burguesas de diferente signo con el objetivo aparente de “defender la democracia” y conjurar la “amenaza fascista”. En realidad, el giro frentepopulista representó una regresión abierta y sin disimulo hacia los postulados de la colaboración de clases de la Segunda Internacional y el menchevismo.

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"El giro frentepopulista representó una regresión abierta y sin disimulo hacia la colaboración de clases de la Segunda Internacional y el menchevismo."

En el contexto de la crisis revolucionaria que sacudió Francia a lo largo de 1936, y que en España adquirió su grado más agudo entre las elecciones de febrero de ese año y el estallido revolucionario tras el golpe militar del 18 de julio, la política frentepopulista y de colaboración de clases de los dirigentes del PCUS, y en consecuencia de la IC, completaría el círculo de su degeneración política iniciada con la teoría del socialismo en un solo país.

Cuando más necesario era un programa de independencia de clase; cuando más urgente se hacía liberar a la sociedad de las tenazas de la oligarquía financiera e industrial y del peso muerto de los terratenientes, los dirigentes estalinistas teorizaban la defensa de la “democracia burguesa”, se sacudían de encima toda la experiencia histórica del bolchevismo, y preparaban la derrota de los obreros españoles y franceses. Pero todo ello, incluyendo sus acuerdos diplomáticos con Francia e Inglaterra y el infame pacto germano-soviético de 1939, no evitó ni la Guerra Mundial ni la agresión hitleriana contra la URSS.

La posición de Lenin sobre la política frentepopulista, y su crítica de las concepciones reformistas sobre el Estado, es ampliamente conocida. Incluso cuando Lenin pensaba que no podría triunfar una revolución socialista en Rusia antes que en Europa Occidental, siempre rechazó la idea de un bloque programático con la burguesía liberal.

En 1917, como es de sobra conocido, jamás pensó en integrarse o apoyar el gobierno de coalición como hicieron los mencheviques. En El Estado y la revolución[17] dejó clara la concepción marxista al respecto, tal como Trotsky señala:

“En ese momento Lenin dirigió todo el fuego de su crítica teórica contra la teoría de la democracia pura. Sus innovaciones fueron las de un restaurador. Limpió la doctrina de Marx y Engels —el Estado como instrumento de la opresión de clases— de todas las amalgamas y falsificaciones, devolviéndole su intransigente pureza teórica. Al mito de la democracia pura contrapuso la realidad de la democracia burguesa, edificada sobre los cimientos de la propiedad privada y trasformada por el desarrollo del proceso en instrumento del imperialismo. Según Lenin, la estructura de clase del estado, determinada por la estructura de clase de la sociedad, excluía la posibilidad de que el proletariado conquistara el poder dentro de los marcos de la democracia y empleando sus métodos. No se puede derrotar a un adversario armado hasta los dientes con los métodos impuestos por el propio adversario si, por añadidura, es también el árbitro supremo de la lucha”.[18]

En las Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado redactadas para el Primer Congreso de la IC, Lenin sopesó cada palabra con la mente puesta en la formación de los cuadros y se pronunció de manera tajante:

“4. Todos los socialistas, al explicar el carácter de clase de la civilización burguesa, de la democracia burguesa, del parlamentarismo burgués, han expresado el pensamiento que con la máxima precisión científica formularon Marx y Engels al decir que la república burguesa, aun la más democrática, no es más que una máquina para la opresión de la clase obrera por la burguesía, de la masa de los trabajadores por un puñado de capitalistas. No hay ni un solo revolucionario, ni un solo marxista de los que hoy vociferan contra la dictadura y en favor de la democracia que no jure y perjure ante los obreros por todo lo humano y lo divino que reconoce ese axioma fundamental del socialismo; pero ahora, cuando el proletariado revolucionario atraviesa un estado de efervescencia y se pone en movimiento para destruir esa máquina de opresión y para conquistar la dictadura proletaria, esos traidores al socialismo presentan las cosas como si la burguesía regalase a los trabajadores una “democracia pura”, como si la burguesía hubiera renunciado a la resistencia y estuviese dispuesta a someterse a la mayoría de los trabajadores, como si no hubiese existido y no existiese ninguna máquina estatal para la opresión del trabajo por el capital en la república democrática (…)

20. La destrucción del poder del Estado es un fin que se han planteado todos los socialistas, entre ellos, y a la cabeza de ellos, Marx. Si no se logra ese fin no puede realizarse la verdadera democracia, es decir, la igualdad y la libertad. A este objetivo conduce en la práctica únicamente la democracia soviética o proletaria, pues, al atraer a la participación permanente e ineludible en la dirección del Estado a las organizaciones de masas de los trabajadores, comienza en seguida a preparar la plena extinción de todo Estado (…)”[19].

Estas tesis fueron redactadas en un momento crítico para la Rusia soviética, cuando era acosada por la intervención de 21 ejércitos imperialistas. En esas condiciones extremas, el líder bolchevique nunca abandonó el método y el programa marxista. Aducir, como han hecho los estalinistas para justificar la política de Frente Popular, que la proximidad de la guerra mundial y la amenaza sobre la URSS hacía necesario este tipo de “acuerdos” con la burguesía imperialista, no se sostiene.

Lenin, Trotsky y los bolcheviques jamás confiaron la suerte de la revolución rusa, ni de la URSS, ni por supuesto de la revolución mundial, a la colaboración política con la burguesía de Francia, de Gran Bretaña, de Alemania, ni de ningún otro país. Su posición fue siempre estimular la acción revolucionaria de los obreros rusos y del resto del mundo. Esta era la mejor garantía de defensa de la Unión Soviética, la mayor aportación para la construcción del socialismo en Rusia, y fue el motivo por el que nació la Internacional Comunista.

En La Tercera Internacional y su lugar en la historia, Lenin lo deja claro:

“Para continuar la obra de la construcción del socialismo, para llevarla a cabo aún hace falta mucho, muchísimo. Las Repúblicas Soviéticas de los países más cultos, donde el proletariado goza de mayor peso e influencia, cuentan con todas las probabilidades de sobrepasar a Rusia, si es que emprenden el camino de la dictadura del proletariado. La Segunda Internacional en bancarrota está agonizando (…) Sus jefes ideológicos más destacados, como Kautsky, cantan loas a la democracia burguesa, calificándola de ‘democracia’ en general o —lo que es más necio y burdo todavía— de ‘democracia pura’. La democracia burguesa ha caducado, lo mismo que la Segunda Internacional, aunque cumplía un trabajo históricamente necesario y útil, cuando estaba planteada al orden del día la obra de preparar a las masas obreras en los marcos de esta democracia burguesa (…) La república democrática burguesa prometía el poder a la mayoría, lo proclamaba, pero jamás pudo realizarlo, ya que existía la propiedad privada de la tierra y demás medios de producción. La ‘libertad’ en la república democrática burguesa era, de hecho, la libertad para los ricos. Los proletarios y los campesinos trabajadores podían y debían aprovecharla con objeto de preparar sus fuerzas para derrocar el capital, para vencer a la democracia burguesa; pero, de hecho, las masas trabajadoras, como regla general, no podían gozar de la democracia bajo el capitalismo…”.

Lenin concluye su artículo con una idea que golpea sin consideración las tesis frentepopulistas de Stalin, Dimitrov y Togliatti:

“Quien, al leer a Marx, no haya comprendido que en la sociedad capitalista, en cada situación grave, en cada importante conflicto de clases, sólo es posible la dictadura de la burguesía o la dictadura del proletariado, no ha comprendido nada de la doctrina económica ni de la doctrina política de Marx”[20].

La destrucción del partido de lenin

El programa adoptado por la Internacional Comunista en 1935 fue una reivindicación del menchevismo y supuso la liquidación definitiva de las enseñanzas de Marx, Engels y Lenin[21]. Las consecuencias de esta traición fueron terribles: además de preparar la derrota del proletariado español y desarmar a la URSS frente a Hitler, Stalin hizo correr un río de sangre entre la vieja generación revolucionaria.

La revolución y la guerra civil española fueron un foco de atención para Stalin hasta 1938. La posibilidad de que los acontecimientos españoles se desbordasen y echasen al traste su estrategia de alianzas internacionales, unido al temor de que la revolución pudiese despertar la actividad oposicionista en el seno del PCUS y de la IC, explican muchas cosas.

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"La revolución y la guerra civil española fueron un foco de atención para Stalin por la posibilidad de que se desbordasen y echasen al traste su estrategia de alianzas internacionales."

A pesar de que los partidarios de Trotsky habían sido eliminados de las filas del PCUS, Stalin necesitaba consolidar un poder despótico sin ningún tipo de competencia. Pero una aspiración semejante le llevó a la senda de la violencia más desenfrenada, pensando que así sometería a todas las fuerzas sociales que pretendieran desafiarlo. El resultado de ello fue una política de exterminio, calculada y ejecutada de manera delirante y sin la mínima concesión, contra todos aquellos que podían, en algún momento y de alguna manera, poner en cuestión su régimen y reatar el hilo rojo del programa revolucionario.

Las grandes purgas estalinistas comenzaron en 1936, tuvieron su apogeo al año siguiente, y se mantuvieron hasta finales de la década de los cuarenta. El exterminio fue dirigido en primer término contra los militantes irreductibles de la Oposición de Izquierda:

“Sus enemigos les bautizaron como trotskistas-escribe Pierre Broue- pero ellos se hacían llamar bolcheviques-leninistas, sintiéndose y queriendo ser los verdaderos continuadores del Partido Bolchevique de Lenin y de Trotsky. Eran la generación de Octubre, encuadrada y a veces frenada por los viejos de un partido desangrado, fatigado, desgastado y a menudo desmoralizado. A un joven cabo, al que habían ordenado disparar sobre decenas de prisioneros, le impresionó que murieran cantando y dijo que eran unos fanáticos. Grosero error, pero útil para los jefes de los verdugos. En realidad, se trataba de militantes convencidos. Tenían una moral, pero también una moral rigurosa que les granjeó el respeto de sus compañeros de calvario (…)

¿Esos aproximadamente diez mil opositsioneri que acabaron en las fosas comunes de Vorkutá y Kolymá eran el residuo de un pasado caduco o un germen de futro? (…) Pensamos que ese vivo residuo hubiera podido convertirse en un irresistible germen: para asegurar su poder y aumentar sus privilegios, los burócratas afectos a Stalin debían eliminar a sus portadores hasta el último de ellos —matarlos a todos—. Las mujeres y los hombres que participaron en las huelgas de hambre hasta la muerte lo sabían perfectamente. Solo confiaban en que otros después darían  a conocer sus ideas, su entrega, su coraje, su calidad humana, el valor del modelo social y político que defendían”.[22]

La feroz represión contra decenas de miles de militantes comunistas del partido ruso tuvo su réplica brutal en las secciones nacionales de la Comintern, entre los brigadistas internacionales y los asesores militares soviéticos del ejército republicano, entre los partisanos y resistentes que combatieron a Hitler.

Está masacre contra una generación de revolucionarios marcó un abismo de sangre entre el régimen despótico de Stalin y la democracia obrera instaurada en los primeros años de la revolución rusa bajo Lenin.

“El 14 de agosto —escribe Pierre Broué— un comunicado oficial anuncia el comienzo de lo que será la era de los ‘Procesos de Moscú’. En agosto de 1936, en enero de 1937, en marzo de 1938, van a tener lugar en público idénticas escenas ante el colegio militar de la Corte Suprema de la URSS; acusados que habían sido compañeros y colaboradores de Lenin, fundador del Estado y del Partido, dirigentes revolucionarios mundialmente conocidos, cuyos simples nombres evocan aún, para ciertas personas, la epopeya revolucionaria de 1917, se inculpan de los peores crímenes, se proclaman asesinos, saboteadores, traidores y espías, todos afirman su odio hacia Trotsky, vencido en la lucha abierta en el partido a raíz de la muerte de Lenin, todos cantan alabanzas a su vencedor, Stalin, el ‘jefe genial’, que ‘guía al país con mano firme’…”.[23]

La matanza perpetrada por Stalin se extendió hasta el último rincón del partido, y alcanzó a muchos de los que le habían sido leales en el pasado. En el XVII Congreso del PCUS, celebrado entre enero y febrero de 1934, se expresó por última vez un desafío de grandes proporciones al Secretario General. Más de doscientos delegados votaron contra su inclusión en el Comité Central, mientras que Sergei Kirov, responsable de la organización de Leningrado, se convirtió en el más apoyado. Este resultado se ocultó al Congreso obviamente, pero reflejaba el descontento creciente con la dictadura despótica del amo del Kremlin.

Kirov fue asesinado en el mes de diciembre de 1934 por orden de Stalin, y en torno a este crimen organizó una farsa policial y judicial que terminó en una nueva oleada de expulsiones y detenciones de miembros y dirigentes del Partido. La gran novela de Victor Serge, El caso Tuláyev, describe estos acontecimientos y el ambiente de terror que se vivía en todos los niveles del partido.

A principios de 1939, de los 1.996 delegados que habían estado presentes en ese XVII Congreso —también llamado el de los “condenados”—, 1.108 habían sido arrestados y de ellos dos terceras partes fueron ejecutados entre 1936 y 1940.  De los 139 miembros del Comité Central que fueron elegidos, 110 habían sido detenidos. A finales de 1940, del Comité Central del Partido Bolchevique de Octubre de 1917 sólo habían sobrevivido dos miembros: Stalin y Alexandra Kolllontai.

Roy Medvedev en su documentada obra sobre las purgas afirma:

“El conjunto de los antiguos miembros de los distintos grupos de la difunta oposición no pasaba de unos veinte o treinta mil individuos, muchos de los cuales fueron presos o fusilados a comienzos de 1937. Fue una dolorosa pérdida para el Partido; pero todavía se estaba en una fase inicial. A través de 1937 y 1938 la ola de represión fue en auge, arrastrando al núcleo central de los dirigentes del Partido. Esta implacable y tan bien planeada destrucción de todos quienes habían realizado la obra principal de la Revolución desde los días de la lucha clandestina, y luego a través de la sublevación y de la guerra civil, para alcanzar la restauración de la quebrantada economía y el gran florecimiento de los primeros años treinta, fue el más tenebroso acto de la tragedia de aquella década.”[24]

Tampoco las filas del Ejército Rojo escaparon a la escabechina. Poco antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial todo el Estado Mayor fue arrestado, y estrategas militares brillantes como Tujachevski, Iakir, Gamarnik, fueron ejecutados por orden de Stalin. Entre 1937 y 1938 fueron liquidados entre 20.000 y 35.000 oficiales del Ejército Rojo. El 90% de los generales y el 80% de todos los coroneles fueron asesinados por el NKVD (denominación posterior de la GPU), la temida policía secreta a las órdenes de Stalin. Tres mariscales, 13 comandantes, 57 comandantes de cuerpo, 111 comandantes de división, 220 comandantes de brigada y todos los comandantes de los distritos militares fueron fusilados[25].

La dimensión de esta carnicería constituyó el mejor regalo que se podía hacer a Hitler, quien evidentemente lo aprovechó a fondo.

Una gran cantidad de asesores soviéticos, mandos de las Brigadas Internacionales y simples combatientes, fueron calumniados, perseguidos, expulsados y perecieron en las grandes purgas. El historiador Kowalsky señala al respecto:

“Ninguno de los asesores destacados sobre el terreno ignoraba lo que estaba sucediendo en Moscú. Los juicios-espectáculo a los que fueron sometidos muchos viejos bolcheviques y altos oficiales del Ejército Rojo recibieron una amplia cobertura mediática, y los asesores soviéticos tenían a su alcance en España toda clase de periódicos. El diario Mundo Obrero, órgano del PCE de amplia difusión, tenía su propio corresponsal en Moscú, Irene Falcón, encargada de informar de los juicios. Además, el Comisariado de Guerra utilizó otro método de intimidación, y en ese sentido se tomó la molestia de dar a conocer directamente a los asesores destinados a España el carácter de los procesos celebrados en Moscú (…) El contingente soviético que prestó sus servicios en la guerra civil sufrió enormes pérdidas a manos de los ejecutores de Stalin en Moscú, a menudo inmediatamente después de regresar de España”[26].

Miles de militantes, tras luchar heroicamente en la guerra civil española y ocupar un lugar de vanguardia en la resistencia partisana en Francia, Italia, Yugoslavia, Hungría, incluso en las filas del Ejército Rojo, obtuvieron una recompensa insospechada: la cárcel, cuando no la horca y los pelotones de ejecución. Rémi Skoutelsky escribe:

“Tras la liberación [de Europa] muchos cuadros probados de la Resistencia Inmigrada en Francia regresaron a sus respectivos países para asumir importantes responsabilidades, sobre todo allí donde los comunistas habían llegado al poder. Así, Ljubomir Illitch, designado por Tito para que lo representara ante Eisenhower en 1944, se fue a Yugoslavia, Artur London a Checoslovaquia y Marino Mazzeti a Italia. En 1948, Tito rompió con la URSS (…) A partir de 1949, en todos los países del Este, salvo en Polonia, se desató una caza de brujas similar a la que había habido en Moscú en 1936, con confesiones forzadas y ejecuciones sumarísimas. Así, Laszlo Rajk, ministro de Asuntos Exteriores de Hungría, secretario adjunto del Partido Comunista, que había sido comisario en el batallón Rakosi y había resultado herido tres veces en España, más tarde preso en Gurs, confesó que había sido enviado por la policía secreta del almirante Horti, el dictador regente aliado de Hitler, ‘con la doble intención de descubrir los nombres del batallón Rakosi y buscar disminuir la eficacia de ese batallón en el plano militar’. Y agregó: ‘Debo añadir que también hice propaganda trotskista’. Otto Katz, mano derecha de Willy Münzenberg en la lucha a favor de la España republicana fue ahorcado con él. El objetivo de esos procesos, que por lo demás eran claramente antisemitas, era imponer la supremacía de la URSS eliminando cualquier veleidad independentista. Por eso apuntaban especialmente a aquellos que habían desplegado una lucha de tipo internacionalista, es decir, los ex brigadistas”[27].

Pero fue en la URSS donde el terror estalinista alcanzó sus cuotas más crueles, sumergiendo a la sociedad en una atmósfera de paranoia. Según Karl Schlögel, en su obra Terror y utopía, en el año 1937 fueron arrestadas cerca de dos millones de personas, unas setecientas mil de las cuales fueron asesinadas, y casi 1,3 millones enviadas a campos de concentración y a colonias de trabajos forzados.

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"En el año 1937 fueron arrestadas cerca de dos millones de personas, unas setecientas mil de las cuales fueron asesinadas."

Todas las expulsiones, las purgas, los procesos, las ejecuciones sumarísimas, los sentencias a los campos siberianos, iban asociados a la acusación de trotskismo, término que en boca del aparato estalinista era sinónimo del mayor de los crímenes posibles. Pero ¿por qué esta hostilidad sin parangón contra Trotsky y el trotskismo? ¿Por qué esta persecución hasta el punto de desatar una cacería física que implicaba a todo el aparato de Estado soviético?

Trotsky, el colaborador más estrecho de Lenin en los grandes acontecimientos de octubre de 1917, fundador del Ejército Rojo y comisario de sus tropas durante los difíciles años de la intervención imperialista y la guerra civil, había denunciado valientemente la política oportunista de la nueva burocracia, su giro autoritario y su traición al internacionalismo proletario. Sus seguidores fueron perseguidos con saña en la URSS, encarcelados e internados en Vorkutá, Kolimá y en otros lugares, donde fueron exterminados por millares.[28]

Pero Trotsky nunca capituló, a pesar de que sufrió brutalmente la calumnia y la persecución, su expulsión de la URSS, la muerte y el asesinato de todos sus hijos e hijas —entre ellos León Sedov, su más estrecho colaborador político— y la aniquilación de sus camaradas. Hasta su último aliento dedicó toda su energía a la construcción del partido mundial de la revolución socialista, la Cuarta Internacional, cuya conferencia fundacional se reunió en las afueras de París a principios de septiembre de 1938.

Después de recorrer miles de kilómetros desde Turquía, pasando por Francia y Noruega, recaló en México asilado por el régimen de Lázaro Cárdenas gracias a las gestiones de sus amigos y camaradas, entre los que destacó el genial muralista Diego Rivera. Es imposible sintetizar lo que fueron aquellos años de exilio, narrados con fuerza y profundidad por sus principales biógrafos.

Aunque Trotsky se sentía condenado, pues era muy consciente de que escapar a la maquinaría asesina del régimen estalinista se había tornado una tarea imposible, sabía que era imprescindible para legar a las futuras generaciones de revolucionarios una bandera limpia, no contaminada por los crímenes de una burocracia degenerada. En los momentos más bajos, cuando su moral sufría los embates de las adversidades, no dejaba de reflexionar sobre esta idea. En su Diario del exilio, escrito en 1935, diría al respecto:

“En 1926, cuando Zinóviev y Kámenev, después de más de tres años de conspirar con Stalin contra mi, se unieron a la Oposición, me hicieron una serie de advertencias no superfluas, ‘¿Usted cree que Stalin reflexiona sobre los argumentos que podría oponerle? Me decía por ejemplo Kámenev a propósito de la crítica que yo hacía de la política de Stalin-Bujarin-Molotov en China, Inglaterra y otros lugares. ‘Se equivoca. Reflexiona sobre los medios para aniquilarlo, moralmente y si fuera posible físicamente. Calumniar, fabricar una conspiración militar, y luego cando el terreno esté preparado, arreglar un acto terrorista. Stalin lleva adelante la guerra en otro plano que usted’ (…)

Stalin llevaba adelante el combate para la concentración del poder en manos de la burocracia y para eliminar a la Oposición, mientras que nosotros llevábamos adelante la batalla por los intereses de la revolución internacional dirigiéndonos así contra el conservadurismo de la burocracia, contra sus aspiraciones a la tranquilidad, a la satisfacción, al confort. Dada la decadencia prolongada de la revolución mundial, la victoria de la burocracia, y en consecuencia de Stalin, estaba determinada de antemano. El resultado que los curiosos y los tontos atribuyen  a la fuerza personal de Stalin, o al menos a su extraordinaria habilidad, estaba profundamente arraigado en la dinámica de las fuerzas históricas… (…)

Para ser claro diré esto. Si yo no hubiera estado en 1917, en Petersburgo, la revolución de Octubre  se habría producido —condicionada por la presencia y la dirección de Lenin. Si ni Lenin ni yo hubiéramos estado en Petersburgo,  tampoco habría habido revolución de Octubre (…) Así no puedo decir que mi trabajo haya sido ‘irremplazable’, incluso en lo que concierne al periodo de 1917-1921, Mientras que lo que hago ahora es irremplazable, en el pleno sentido de la palabra. No hay la más mínima vanidad en esta afirmación. El hundimiento de las dos Internacionales ha planteado un problema que ninguno de los jefes de esas Internacionales está en absoluto capacitado para tratar. Las particularidades de mi destino personal me han ubicado frente a este problema completamente armado de una experiencia seria…”[29]

Cuando fue asesinado cobardemente en su residencia mexicana de Coyoacán por Ramón Mercader, un sicario bien entrenado por la GPU, esa bandera se pudo transmitir y hoy la levantamos con fuerza miles de revolucionarios en todo el mundo. Tal como dejó escrito, "las leyes de la Historia son más fuertes que los aparatos burocráticos”.[30]

Fueron demasiados los que creyeron las mentiras y calumnias del estalinismo, los que justificaron sus crímenes o miraron para otro lado. No obstante, muchos reconocieron la impostura aunque para ello tuvieron que vivir en carne propia su represión.

Los testimonios de estos militantes, que a pesar de todo no renunciaron a la causa del socialismo, hacen justicia a esa generación de comunistas aniquilados. Artur London, el brigadista que combatió en las trincheras españolas, miembro del Partido Comunista Checoslovaco y compañero de Lise London, escribió un balance que merece ser recordado:

“(...) No es de extrañar que en 1934 aceptáramos la tesis estalinista de que el asesinato de Kirov era una manifestación de agresividad hitleriana, un complot antisoviético que exigía una respuesta inmediata. También creíamos las acusaciones lanzadas por Stalin y el equipo dirigente del Partido Bolchevique contra Trotsky y, más tarde, contra los demás compañeros de Lenin. Nuestra fe en Stalin nos cegaba y no entendíamos que sus desacuerdos con otros líderes del partido habían degenerado en un simple ajuste de cuentas, que las medidas represivas habían sustituido a la discusión, y que la calumnia y la mentira eran utilizadas para desacreditar a auténticos revolucionarios. Todo lo que aparecía como un ataque contra la URSS era considerado ‘objetivamente’ como una ayuda a nuestros adversarios. Así fue posible entre nosotros la visión de un Trotsky transformado en agente del nazismo. Esta es una página negra del movimiento comunista internacional, que siguiendo a Stalin se hizo cómplice suyo.”[31]

Artur London no fue el único en reconocer esta actividad criminal, incompatible con la causa de los trabajadores. De entre los innumerables testimonios de comunistas que rompieron con Stalin citaremos por último a Ignacio Reiss, veterano cuadro de la servicios de información de la IC y responsable de operaciones del NKVD en Francia, asesinado en septiembre de 1937 por sus antiguos compañeros.

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Ignacio Reiss

Reiss, conocido como Ludwig, escribió esta carta al Comité Central del PCUS el 17 de julio de 1937 en la que rinde un tributo inmortal no sólo a las víctimas de la maquinaria criminal estalinsta, también a quien se opuso más tenazmente a ella defendiendo la causa del socialismo, León Trotsky:

“La carta que hoy os escribo debí escribirla hace ya mucho tiempo, el mismo día en que los Dieciséis fueron masacrados en los sótanos de la Lubianka  siguiendo las órdenes del “padre de los pueblos”.

Entonces guardé silencio. Tampoco alcé mi voz para protestar contra los asesinatos que siguieron, y ese silencio arroja sobre mí una pesada carga. Mi falta es grande, pero me esforzaré por repararla lo más pronto posible, con el fin de aliviar mi conciencia.

Hasta ahora marché a vuestro lado, pero no daré un paso más en vuestra compañía. ¡Nuestros caminos se separan! ¡Quien hoy calla se convierte en cómplice de Stalin y traiciona la causa de la clase obrera y del socialismo!

Lucho por el socialismo desde los veinte años. En el umbral de los cuarenta, no quiero vivir en lo sucesivo por los favores de un Yezhov. Atrás quedan dieciséis años de trabajo clandestino. No es poco, pero aún me quedan suficientes fuerzas para comenzar todo de nuevo. Pues se trata de empezar todo de nuevo, de salvar el socialismo. Hace ya mucho tiempo que la lucha está entablada. Deseo ocupar mi sitio en ella.

El estruendo organizado alrededor de los aviadores que sobrevolaron el Polo tiene como objetivo acallar los gritos y los gemidos de las víctimas torturadas en la Lubianka, en la Svobodnaia, en Minsk, en Kiev, en Leningrado, en Tiflis. Esos esfuerzos son inútiles. La palabra, la palabra de la verdad, es más fuerte que el estrépito del más poderoso de los motores. ¡Cierto que los ases de la aviación conmoverán el corazón de las señoras estadounidenses y de la juventud de los dos continentes, intoxicada por el deporte, más fácilmente que nosotros, en el intento de conquistar la opinión pública internacional y estremecer la conciencia del mundo!

Pero que nadie se equivoque: la verdad se abrirá camino, el día de la verdad está más cerca de lo que piensan los amos del Kremlin. El día en que el socialismo internacional juzgará los crímenes cometidos en estos últimos diez años está próximo. Nada será olvidado, nada será perdonado. La historia es inflexible: ‘el jefe genial, el padre de los pueblos, el sol del socialismo’ dará cuenta de sus actos: la derrota de la Revolución china, el plebiscito rojo, el aplastamiento del proletariado alemán, el socialfascismo y el frente popular , las confidencias a mister Howard, el tierno idilio con Laval ..., ¡todas ellas historias a cada cual más insólita!

Ese proceso será público y con testigos, una multitud de testigos, muertos o vivos: hablarán todos una vez más, pero esta vez para decir la verdad, toda la verdad. Comparecerán los inocentes destruidos y calumniados, y el movimiento obrero internacional los rehabilitará a todos. ¡A esos Kámenev, Mrachkovski, Smirnov, Murálov, Drobnis, Serebriakov, Mdivani, Okudzhava, Rakovski y Andreu Nin, todos esos ‘espías y provocadores’, todos esos ‘agentes de la Gestapo y saboteadores’!

Para que la Unión Soviética y el conjunto del movimiento obrero internacional no sucumban definitivamente bajo los golpes de la contrarrevolución abierta y del fascismo, el movimiento obrero debe librarse de Stalin y del estalinismo. Esa mezcla del peor del oportunismo —un oportunismo sin principios—, de sangre y de mentiras amenaza con emponzoñar el mundo entero y aniquilar los restos de movimiento obrero.

¡Lucha sin tregua contra el estalinismo! ¡No al frente popular, sí a la lucha de clases! Tales son las tareas inexcusables del momento.

¡Abajo la mentira del socialismo en un solo país! ¡Volvamos al internacionalismo de Lenin!

Ni la Segunda ni la Tercera Internacional son capaces de llevar a cabo esta misión histórica: desintegradas y corruptas, sólo sirven para evitar la lucha de la clase obrera, sólo sirven como auxiliares de las fuerzas policiales de la burguesía. Ironías de la historia: en otro tiempo, la burguesía arrojaría de sus filas a los Cavaignac y a los Galliffet, a los Trépov y a los Wrangel. Hoy, bajo la “gloriosa dirección” de las dos internacionales, son los propios proletarios los que asumen el papel de verdugos de sus camaradas. La burguesía puede dedicarse plácidamente a sus negocios: ‘el orden y la tranquilidad’ reinan por doquier, todavía hay individuos como Noske y Yezhov. Stalin es su jefe y Feuchtwanger, su Homero.

No puedo más. Recobro mi libertad. Vuelvo a Lenin, a sus enseñanzas y a su acción. Pretendo consagrar mis humildes fuerzas a la causa de Lenin. ¡Quiero combatir porque solamente nuestra victoria —la victoria de la revolución proletaria— liberará a la humanidad del capitalismo y a la Unión Soviética, del estalinismo!

¡Adelante, hacia nuevos combates por el socialismo y la revolución proletaria!

¡Por la construcción de la Cuarta Internacional!

Ludwig

17 de julio de 1937

PD: En 1928 fui condecorado con la Orden de la Bandera Roja por servicios a la revolución proletaria. Adjunto os envío dicha condecoración. Iría contra mi dignidad exhibirla al mismo tiempo que los verdugos de los mejores representantes de la clase obrera rusa. (El Izvestia ha publicado estos últimos dos meses las listas de los nuevos condecorados, cuyas funciones han sido púdicamente silenciadas: son los ejecutores de las penas de muerte).”[32]

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León Trotsky

Cronología política

1879

Lev Davídovich Bronstein, más conocido como León Trotsky, nace el 26 de octubre en la ciudad de Yánovka (actual Bereslavka, óblast de Kirovogrado), Ucrania (7 de noviembre según el nuevo calendario).

1897-1899

Empieza la actividad clandestina contra el zarismo y participa en la fundación de la Unión Obrera del Sur de Rusia. Un año después es arrestado por primera vez a causa de su actividad revolucionaria. En 1899 los tribunales zaristas le condenan a su primera deportación en Siberia.

1902

Gracias a la colaboración de sus camaradas y sirviéndose de un pasaporte falso logra huir de su confinamiento para dedicarse plenamente a la organización del movimiento socialdemócrata ruso. En ese momento adopta el seudónimo de León Trotsky. Recala en Londres donde se entrevista con Lenin. Inmediatamente pasa a colaborar con la redacción de Iskra. Lenin le apoda Pluma por su evidente talento como escritor revolucionario.

1903

Participa como delegado del segundo congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), que dará origen a la división histórica entre bolcheviques y mencheviques. En ese periodo mantiene diferencias con Lenin en materia de organización y colabora con el grupo dirigente menchevique. Un año más tarde rompe políticamente con los mencheviques y se opone rotundamente a la alianza política con los liberales que aquellos propugnan.

1905

Ocupa un papel protagonista en la primera revolución rusa; animador del sóviet de Petrogrado, se convierte en su presidente. Tras la derrota de la revolución es arrestado y encarcelado en la fortaleza de Pedro y Pablo. Un año más tarde es condenado por los tribunales zaristas a la deportación de por vida. En 1906 escribe la obra fundamental de aquella revolución, 1905 y Resultados y perspectivas, donde sistematiza la teoría de la revolución permanente.

1907

Tras unos meses en la deportación de Siberia vuelve a escapar por segunda vez. Después de pasar por Finlandia, Londres y Berlín se establece en Viena, donde residirá hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, en 1914.

1912

Una vez se consuma definitivamente la escisión entre bolcheviques y mencheviques intenta, infructuosamente, reunir en una conferencia a todas las tendencias socialdemócratas (el denominado Bloque de Agosto). Lenin le critica duramente por su actitud conciliadora, error que reconoce plenamente en sus escritos posteriores.

1914

Trotsky decide refugiarse en Suiza, donde escribe La guerra y la Internacional. En noviembre se traslada a Francia, donde desarrollará una intensa agitación internacionalista contra la guerra imperialista. Un año más tarde comienza su colaboración en el diario Nasche Slovo, sobre el que ejercerá una gran influencia. Rompe definitivamente con las posiciones conciliadoras que habían inspirado el Bloque de Agosto en 1912. En septiembre de 1915 es uno de los animadores de la Conferencia Internacional de Zimmerwald (Suiza).

1917

El gobierno capitalista de Francia, aliado de Rusia en la gran guerra, aprueba su expulsión del país por sus actividades revolucionarias. Después del estallido de la revolución de febrero en Petrogrado consigue del gobierno provisional la autorización para entrar en Rusia. Durante el viaje de regreso a Europa es arrestado por las autoridades británicas en Halifax (Canadá), e internado en un campo de prisioneros de guerra alemanes. Liberado el 29 de abril, llegará a Rusia el 17 de mayo.

En el mismo momento de su regreso a Petrogrado, y a propuesta de los bolcheviques, es incluido en el Comité Ejecutivo del sóviet de la ciudad. Dirige una organización de veteranos revolucionarios internacionalistas conocida como Mezhraiontsy (Interdistritos). En el terreno táctico y estratégico adopta las mismas posiciones que Lenin respecto a la revolución rusa. Es arrestado, junto con centenares de militantes bolcheviques, en la oleada represiva desencadenada tras las Jornadas de Julio. En la cárcel formaliza su ingreso en el partido bolchevique junto con sus camaradas del grupo Interdistritos y es elegido miembro del Comité Central bolchevique.

En septiembre, y a propuesta del partido bolchevique que ya ha ganado la mayoría en el sóviet de Petrogrado, Trotsky es elegido presidente del mismo. Mano derecha de Lenin, inmediatamente asume la dirección del Comité Militar Revolucionario y es designado por el partido bolchevique para dirigir la preparación de la insurrección de octubre. Tras el triunfo es elegido Comisario del Pueblo de Asuntos Exteriores en el primer gobierno revolucionario. Dirige la delegación soviética en las negociaciones de Brest-Litovsk con los imperialistas alemanes.

1918

A propuesta de Lenin es designado comisario del pueblo para la Guerra, entregándose a la tarea de levantar el Ejército Rojo. Como jefe militar del Ejército Rojo comanda exitosamente las tropas revolucionarias de trabajadores y campesinos contra los guardias blancos y los invasores imperialistas. Su contribución a la estrategia militar revolucionaria queda recogida en los cinco volúmenes de sus Escritos Militares editados por el Estado soviético. Durante sus desplazamientos en el tren blindado, con el que recorre todo el frente de guerra, escribe una magistral contestación a las posiciones revisionistas de Kautsky y sus acusaciones contra los bolcheviques: Terrorismo y Comunismo.

1919-1922

Durante el Congreso de fundación de la Internacional Comunista (IC) en el mes de marzo, Trotsky redacta el proyecto de manifiesto final. Un año más tarde, en el II Congreso de la IC redacta las tesis sobre la situación mundial. Se encarga de dirigir la movilización del Ejército Rojo en la batalla decisiva contra el ejército de Wrangel, cuya derrota señala el final de la guerra civil. En 1921 participa en el III Congreso de la Internacional Comunista, y vuelve a encargarse de redactar las tesis sobre la situación mundial. Junto con Lenin defiende la táctica del frente único en contraposición a las posiciones ultraizquierdistas que afloran en la IC.

1923

Se inicia la lucha contra la gangrena burocrática en las filas del partido y del Estado soviético. Trotsky elabora una serie de artículos recogidos en El Nuevo Curso. Realiza una crítica aguda contra la actitud del Partido Comunista de Alemania y de la Internacional por la oportunidad perdida en la crisis revolucionaria que atraviesa ese país. Se inicia la actividad de la Oposición de Izquierda que agrupa a una parte fundamental de los cuadros y militantes leninistas que se resisten al poder de la burocracia y a los ataques contra la democracia obrera.

1924

En enero muere Lenin tras dos años de postración por enfermedad. El crecimiento del aparato burocrático ha adquirido proporciones alarmantes; para fijar sus opiniones Trotsky publica Lenin y Lecciones de Octubre. Las posiciones de Trotsky concentran todo el fuego de la troika Stalin-Zinóviev-Kámenev, que amplían el ataque en el V Congreso de la Internacional Comunista que tiene lugar en los meses de junio y julio. Stalin formula por primera vez su teoría del “socialismo en un solo país”, una ruptura decisiva con el programa leninista.

1925

Trotsky es destituido en enero, por la nueva dirección burocrática, de sus funciones como comisario del pueblo para la Guerra y de presidente del Consejo Superior de Guerra.

1926

Se constituye la Oposición Conjunta, que une a los partidarios de la Oposición de Izquierdas y a los seguidores de Zinóviev y Kámenev, enfrentados ya con el aparato estalinista.

1927

Trotsky desarrolla una dura crítica de la línea oportunista de la Internacional Comunista durante la segunda revolución china (1925-1927), que impone a los comunistas chinos la subordinación al partido burgués Kuomintang. La masacre de comunistas en Cantón y Shanghái a manos de las tropas de Chiang Kai-shek confirma los peores temores de Trotsky y la Oposición. En septiembre de este año es expulsado del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. En noviembre es expulsado del Comité Central del Partido Comunista de la URSS. El 14 de noviembre es expulsado del partido, junto a Zinóviev.

1928

Tras la deserción de Zinóviev y sus seguidores, Trotsky continúa dirigiendo la Oposición de Izquierda y su lucha intransigente contra la degeneración burocrática. Utilizando métodos gansteriles, Stalin decide la deportación de Trotsky a Alma-Ata, centro administrativo de Kazajstán. En esta localidad Trotsky redacta la crítica al proyecto de programa para el VI Congreso de la Internacional Comunista, que se publicará en numerosas ediciones con el nombre La Tercera Internacional después de Lenin. También iniciará la redacción de su obra La revolución permanente, que será completada al año siguiente.

1929-1932

Stalin consigue que Trotsky sea expulsado de la Unión Soviética y deportado a la isla de Prinkipo en Turquía. En julio publica el primer número del Boletín de la Oposición que se distribuye clandestinamente en la URSS. En 1930 redacta una serie de artículos sobre los acontecimientos revolucionarios en España y Alemania. En 1931 publica el primer volumen de la Historia de la Revolución rusa.

1933

Las deportaciones y detenciones de miembros de la Oposición de Izquierda en la URSS, a manos de la policía de Stalin, está en su apogeo. Se suicida su hija Zina, lo que le afecta profundamente. La hecatombe que supone para el movimiento obrero internacional el triunfo de Hitler en Alemania y la política falsa llevada a cabo por la Internacional estalinizada incapaz de frenar el avance del fascismo, le convence de la necesidad de construir nuevos partidos comunistas y una nueva Internacional. En octubre declara que sólo la revolución política y el derrocamiento de la burocracia podrán restablecer la democracia proletaria en la URSS. En julio de este año se establece en Francia junto con Natalia, su infatigable compañera. En el otoño de 1934 comienza la redacción de ¿Adónde va Francia?

1935-1936

Por presiones de Stalin y de la dirección del PCF, Trotsky es nuevamente expulsado de Francia y se instala en Noruega. Inicia la redacción de su gran obra sobre la degeneración estalinista con la que se armará teóricamente al movimiento proletario mundial, La revolución traicionada. Todos los gobiernos capitalistas del mundo niegan asilo a Trotsky hasta que por fin las gestiones de sus camaradas fructifican y es aceptado en México por el general Lázaro Cárdenas en 1936. Se inician los juicios farsa de Moscú que acaban en el fusilamiento de la vieja guardia bolchevique y el internamiento en campos de concentración de decenas de miles de bolcheviques leninistas. A lo largo de cinco años, las grandes purgas organizadas por Stalin y su aparato aniquilan al Partido Bolchevique. Escribe artículos esclarecedores sobre la revolución española y la guerra civil.

1937-1938

Su hijo Sergei es detenido en la URSS y morirá en un campo de concentración. En febrero de 1938 su hijo León Sedov, estrecho colaborador político de Trotsky, es asesinado por agentes estalinistas en París.

Trotsky redacta Su moral y la nuestra y en ese mismo año prepara los documentos para la conferencia fundacional de la Cuarta Internacional, que se desarrolla en París en el mes de septiembre. Elabora el documento programático de la nueva internacional, El programa de transición.

1940

En mayo, agentes estalinistas llevan a cabo una tentativa fallida de asesinar a Trotsky en su casa de Coyoacán. Finalmente, en un segundo intento el 20 de agosto, Trotsky es asesinado de un pioletazo por el agente español de la GPU Ramón Mercader. Dejó casíterminada su obra biográfica sobre Stalin.

Notas.

[1] Pierre Broue, El Partido Bolchevique, Editorial Ayuso, Madrid 1974, p.214.

[2] Jean Jacques Marie, Trotsky, revolucionario sin fronteras, Fondo de Cultura económica, México 204, p. 291.

[3] Isaac Deutscher, El profeta desarmado, Ediciones ERA, México 1985, pp. 116-117

[4]      Giuliano Procacci, Las posiciones en litigio, en El Gran Debate. II. El socialismo en un solo país (textos de Stalin y Zinóviev), Ed. Pasado y Presente, Córdoba, Argentina, 1972.

[5]      Stalin, Cuestiones del Leninismo, en El Gran Debate, p. 118.

[6]      Ted Grant, op. cit., p. 78.

[7] Citado en Totrsky, el revolucionario sin fronteras, p. 332.

[8] Kuomintang (KMT): Partido nacionalista burgués fundado por Sun Yat-sen en 1911 y dirigido por Chiang Kai-shek desde 1926. Encabezó las movilizaciones que derrocaron la dinastía imperial. Pese a su carácter, los comunistas chinos ingresaron en él en 1923 siguiendo las directrices de la dirección de la IC. En 1927, los estalinistas nombraron a Chiang miembro honorífico del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Pocos meses después, el Kuomintang organizó la masacre en Shanghái, asesinando a decenas de miles de comunistas y trabajadores y aplastando al Partido Comunista Chino, su antiguo aliado. Chiang Kai-shek implantó una dictadura bonapartista burguesa hasta su derrocamiento por el Ejército Rojo de Mao en 1949.

[9]      En su documentado libro sobre la Internacional Comunista, Fernando Claudín señala: “En sus tesis [V Congreso] se dice: ‘cuanto más se descompone la sociedad burguesa tanto más todos los partidos burgueses, sobre todo la socialdemocracia, toman un carácter más o menos fascista. El fascismo y la socialdemocracia son dos caras de un solo y mismo instrumento de la dictadura del gran capitalismo. He aquí por qué la socialdemocracia no podrá ser jamás un aliado seguro del proletariado en su lucha contra el fascismo’. ‘Los fascistas —dice Zinóviev— son la mano derecha de la burguesía y los socialdemócratas la mano izquierda’ (…) Poco después del V Congreso, Stalin profundiza las fórmulas de Zinóviev acerca de la socialdemocracia y el fascismo: ‘El fascismo es una organización de choque de la burguesía, que cuenta con el apoyo activo de la socialdemocracia. La socialdemocracia es objetivamente el ala moderada del fascismo (…) estas organizaciones no se excluyen sino que se complementan. No son antípodas, sino gemelas. El fascismo es el bloque político táctico de estas dos organizaciones fundamentales, surgido en la situación creada por el imperialismo en la posguerra para luchar contra la revolución proletaria…” (Fernando Claudín, La crisis del movimiento comunista, Ibérica de Ediciones y Publicaciones, Barcelona 1978, pp. 118-119).

[10]    Ibíd., pp. 121 y 122. político táctico de estas dos organizaciones fundamentales, surgido en la situación creada por el imperialismo en la posguerra para luchar contra la revolución proletaria…” (pp. 118-119).

[11]    Las tres obras han sido editadas por la FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS.

[12]     .L. Trotsky, ‘¿Y ahora?’, en La lucha contra el fascismo, p. 131.

[13]    León Trotsky, Contra el comunismo nacional. Lecciones del ‘referéndum rojo’, en La lucha contra el fascismo, FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS, Madrid, 2004, p. 84.

[14]    La crisis del movimiento comunista, p. 128.

[15] León Trotsky, Por nuevos partidos comunistas y una nueva internacional, 27 de julio de 1933.

[16]    Informe de Stalin ante el XVII Congreso del PCUS, 26 de enero de 1934 (citado en Claudín, op. cit., p. 139).

[17]    Ver V.I. Lenin, El Estado y la revolución, FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS, Madrid, 1997.

[18]    León Trotsky, El congreso de liquidación de la Comintern, 21 de agosto de 1935.

[19]    .‘Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado’, en La Internacional Comunista. Tesis, manifiestos y resoluciones de los cuatro primeros congresos (1919-1922), p. 44-52.

[20]    .V.I. Lenin, La Tercera Internacional y su lugar en la historia (25 de abril de 1919), En defensa de la revolución de Octubre, pp. 153-154.

[21]    .“Desde luego que ninguno de los delegados al VII Congreso” escribió Trotsky, “repudió en forma directa la revolución proletaria, ni la dictadura del proletariado ni ninguna de esas cosas terribles. Todo lo contrario: los oradores oficiales juraron que en el fondo de su corazón nada había cambiado y que los cambios de táctica se aplican tan sólo a una etapa histórica determinada, en la que corresponde defender tanto a la Unión Soviética como a los retazos de la democracia occidental frente a Hitler. Sin embargo, no es aconsejable dar crédito a estos juramentos solemnes. Si los métodos de la lucha de clases revolucionaria resultan inútiles en circunstancias históricas difíciles, ello significa que su bancarrota es total, sobre todo teniendo en cuenta que la época que se avecina se caracterizará por las dificultades crecientes. ¡Cómo se mofaba Lenin de los socialpatriotas cuando juraban que archivaban sus obligaciones internacionales tan sólo ‘mientras durara la guerra’!” (L. Trotsky, El congreso de liquidación de la Comintern, 23 de agosto de 1935).

[22] Pierre Broue, Comunistas contra Stalin, Editroial Sepha, Málaga 2008, p. 32

[23] Pierre Broué, Los procesos de Moscú, Editorial Anagrama, Barcelona, 1988, p. 9.

[24]    Roy A. Medvedev, Que juzgue la historia, Editorial Destino, Barcelona 1977, p. 220.

[25]    Ted Grant, Rusia, de la revolución a la contrarrevolución, p. 175.

También Roy Medvedev comenta esta gran purga en su libro: “La verdad, aunque nos choque, fue muy sencilla. Nunca los mandos de ningún ejército sufrieron tanto en tiempo de guerra como en la paz sufrió el Ejército Rojo. Años enteros dedicados a formar los cuadros militares se redujeron a nada. La base del partido en las Fuerzas Armadas se vio drásticamente reducida. En 1940 la relación otoñal del inspector general de Infantería mostraba que entre los 225 jefes de regimiento que permanecían en activo durante el verano de aquel año, ninguno había salido de una academia militar, 25 habían completado su formación en una escuela militar y los 200 restantes habían realizado cursos para jóvenes tenientes. A comienzos de 1940, más del 70% de los comandantes de división, cerca del 70% de los jefes de regimiento y el 60% de los comisarios militares y jefes de las divisiones políticas hacía sólo un año que ocupaban sus puestos. Y todo esto ocurría precisamente antes de la guerra más cruel de la Historia” (Medvedev, op, cit., p. 242).

[26]    Daniel Kowalsky, La Unión Soviética y la guerra civil española. Una revisión crítica. Ed. Crítica, Barcelona, 2004, p. 335.

[27]    Rèmi Skoutelsky, Novedad en el frente. Las Brigadas Internacionales en la guerra civil. Ediciones Temas de Hoy, Madrid 2006, p. 439.

[28]    Para conocer más a fondo la represión y el exterminio de la Oposición de Izquierda de la URSS, Pierre Broué escribió un libro imprescindible: Comunistas contra Stalin. Masacre de una generación, Ed. SEPHA, Málaga 2008.

[29] León Trotsky, Diario del exilio, CEIP León Trotsky, Buenos Aires 2013, pp 228- 243

[30]    León Trotsky, El programa de transición, FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS, Madrid, 2008, p. 30.

[31]    Artur London, Se levantaron antes del alba, Ediciones Península, Barcelona, 1978, p. 13. También escribió un relato crudo de su tormento en las cárceles estalinistas en su gran obra La confesión. Su mujer, Lise London, que participó en la organización de las Brigadas Internacionales en la base de Albacete, y posteriormente, igual que Artur, denunció activamente el estalinismo, escribió dos hermosos libros sobre su actividad militante en la guerra civil española y en la resistencia contra el nazismo: Roja Primavera y Memoria de la Resistencia, ambos editados por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Madrid, 1996 y 1997. Lise murió el 13 de marzo de 2012.

[32] Recogida en el libro escrito por su compañera Elisabeth K. Poretsky, Los Nuestros, FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS, Madrid 208, p.25


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