La guerra imperialista en Ucrania sigue desarrollándose paralelamente al chorro de mentiras que la OTAN y la UE siguen esparciéndo entre la opinión pública. La nueva Izquierda reformista, haciendo eco a las posiciones de la socialdemocracia, ha abandonado el punto de vista de la clase obrera y del internacionalismo, y se ha plegado al discurso belicista del imperialismo occidental. La idea de que estamos ante una guerra para defender la democracia y la libertad, y que el presidente Zelenski es su héroe más arrojado, es un fraude manifiesto.

De la misma forma, un anticomunista como Putin, portavoz del chovinismo gran ruso, libra esta guerra para salvaguardar los intereses imperialistas de los capitalistas y de la oligarquía. Putin, aupado al poder tras la desintegración de la URSS, dejó muy claro que es un enemigo del bolchevismo cuando acusó a Lenin de haber defendido la independencia de Ucrania durante la Revolución de Octubre.

En estos momentos de máxima confusión política y de contrabando ideológico, volver nuestra mirada al genuino programa del marxismo es fundamental. Por eso publicamos esta conferencia de Lenin pronunciada en mayo de 1917 ante 2.000 trabajadores y trabajadoras. Su mensaje sigue teniendo una enorme vigencia para todos los oprimidos y revolucionarios del mundo.

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Conferencia pronunciada el 14 de mayo de 1917[1]

La cuestión de la guerra y la revolución se ha tratado con tanta frecuencia en los últimos tiempos en la prensa y en cada reunión pública que, probablemente, muchos estaréis no solo familiarizados con el asunto, sino que incluso estaréis hartos. Hasta hoy no había tenido la posibilidad de hablar, ni de estar presente siquiera, en ninguna asamblea del partido ni en ninguna reunión pública de este distrito. Por ello corro el riesgo, tal vez, de repetir o de no analizar con suficiente detalle los aspectos que más os interesan.

Me parece que lo más importante que suele pasarse por alto al tratar de la guerra, la cuestión clave a la que no se presta la atención debida y sobre la que se sostienen tantas discusiones inútiles, desesperadas y triviales, es el carácter de clase de la guerra. Por qué se ha desencadenado, qué clases la libran y qué condiciones históricas y económicas la han originado. En los mítines y en las asambleas del partido he observado la forma en que se aborda la cuestión de la guerra y he llegado a la conclusión de que hay tantos malentendidos porque al analizarla, con frecuencia, hablamos en idiomas totalmente distintos.

Desde el punto de vista del marxismo, es decir, del socialismo científico moderno, la pregunta principal que debe hacerse cualquier socialistas al discutir cómo debe evaluarse una guerra y qué actitud adoptar frente a ella es la siguiente: ¿para qué se libra esa guerra y qué clases la han preparado y dirigido? Los marxistas no figuramos en esa categoría de enemigos incondicionales de toda guerra. Decimos que nuestro objetivo es lograr un sistema socialista que, al eliminar la división de la humanidad en clases, al suprimir toda explotación del hombre por el hombre y de una nación por otras naciones, eliminará necesariamente toda posibilidad de guerra. Pero en la lucha por alcanzar ese sistema socialista nos encontraremos inevitablemente con situaciones en las que la lucha de clases dentro de cada nación puede coincidir con una guerra entre diferentes naciones, una guerra originada por esta misma lucha de clases. Por eso no podemos descartar la posibilidad de guerras revolucionarias, es decir, guerras derivadas de la lucha de clases, guerras libradas por clases revolucionarias y que tienen un significado revolucionario directo e inmediato. No podemos descartar esto, con mayor motivo si recordamos que aunque la historia de las revoluciones europeas del siglo pasado, de los ciento veinticinco o ciento treinta y cinco últimos años, nos ha dejado una mayoría de guerras reaccionarias, también nos dejó guerras revolucionarias como, por ejemplo, la guerra de las masas revolucionarias del pueblo francés contra la Europa monárquica, atrasada, feudal y semifeudal coaligada. Y en la actualidad, el medio más extendido de engañar a las masas en Europa occidental, y últimamente también en nuestro país, en Rusia, es invocar el ejemplo de las guerras revolucionarias. Hay guerras y guerras. Debemos tener claro qué condiciones históricas han dado origen a una guerra concreta, qué clases la libran y con qué fines. A menos que comprendamos esto, todas nuestras disquisiciones sobre la guerra serán completamente estériles. Por ello, me extenderé en este aspecto de la cuestión, ya que ustedes han elegido como tema para hoy la relación entre la guerra y la revolución.

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Lo más importante que suele pasarse por alto al tratar de la guerra, la cuestión clave, es su carácter de clase. Por qué se ha desencadenado, qué clases la libran y qué condiciones históricas y económicas la han originado. 


Es conocido el aforismo de uno de los más célebres escritores de filosofía e historia de las guerras, Clausewitz: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Esta frase pertenece a un escritor que estudió la historia de las guerras y sacaba las enseñanzas filosóficas de esta historia poco después de la época de las guerras napoleónicas. Este escritor, cuyos pensamientos básicos en la actualidad son familiares a toda persona que piense, hace casi ochenta años desafió la concepción falsa del hombre corriente consistente en que la guerra era algo aparte de la política de los Gobiernos y las clases; de que la guerra puede ser considerada como una simple agresión que perturba la paz y que termina con el restablecimiento de esa paz violada. ¡Se han peleado y han hecho las paces! Esta visión tosca e ignorante fue repudiada hace décadas, y es repudiada por cualquier análisis más o menos cuidadoso de cualquier época histórica de guerras.

La guerra es la continuación de la política por otros medios. Todas las guerra son inseparables de los sistemas políticos que las engendran. La política que un determinado Estado, que una determinada clase dentro de ese Estado, mantiene durante un largo periodo antes de la guerra, la continúa inevitablemente durante la guerra, variando únicamente la forma de acción.

La guerra es la continuación de la política por otros medios. Cuando los revolucionarios franceses de la ciudad y del campo derrocaron la monarquía a finales del siglo XVIII por medios revolucionarios y establecieron la república democrática, cuando ajustaron las cuentas de modo revolucionario a su monarca y también a sus terratenientes, esta política de la clase revolucionaria estaba destinada a sacudir los cimientos del resto de la Europa autocrática, zarista, imperial y semifeudal. Y la continuación inevitable de esa política de la clase revolucionaria triunfante en Francia fueron las guerras sostenidas contra la Francia revolucionaria por todas las naciones monárquicas de Europa, que, formando su famosa coalición, se alinearon contra la Francia revolucionaria en una guerra contrarrevolucionaria. De la misma manera que el pueblo revolucionario francés entonces desplegó, por vez primera, una energía revolucionaria que no se había visto durante siglos dentro del país, en la guerra de finales del siglo XVIII reveló una gigantesca creatividad revolucionaria cuando remodeló todo su sistema estratégico, rompió con todas las viejas reglas y tradiciones de guerra, reemplazó las viejas tropas con un nuevo ejército revolucionario, popular, y creó nuevos métodos de guerra. A mi juicio, este ejemplo es notable porque nos muestra claramente lo que olvidan en la actualidad los periodistas burgueses. Ellos complacen los prejuicios pequeñoburgueses y la ignorancia de las masas atrasadas, que no comprenden esta íntima conexión económica e histórica entre toda guerra con la política precedente de cada país, de cada clase que dominaba antes de la guerra y lograba sus fines por los llamados medios “pacíficos”. Decimos llamados, porque la represión necesaria para asegurar la dominación “pacífica” en las colonias, por ejemplo, difícilmente puede calificarse de pacífica.

La paz reinaba en Europa, pero esto se debía a que el dominio de las naciones europeas sobre los centenares de millones de personas en las colonias se sostenía exclusivamente a través de guerras incesantes, continuas, interminables, que nosotros, los europeos, no consideramos guerras ya que, con demasiada frecuencia, más que guerras parecían masacres brutales, exterminio de pueblos inermes. Si queremos comprender la guerra contemporánea, necesitamos hacer un repaso general de la política de las potencias europeas en conjunto. Es necesario no tomar un ejemplo aislado, que siempre es fácil desgajar del contexto de los fenómenos sociales y que carece de valor, porque con la misma facilidad se puede citar un ejemplo opuesto. Debemos tomar la política global de todo el sistema de Estados europeos en sus mutuas relaciones económicas y políticas, si queremos comprender cómo la actual guerra ha surgido, fatal e inevitablemente, de este sistema.

Asistimos constantemente a intentos, sobre todo de la prensa capitalista, lo mismo monárquica que republicana, de dar a la guerra actual un significado histórico que no tiene. Por ejemplo, en la República Francesa no hay recurso más habitual que presentar esta guerra por parte de Francia como continuación y reproducción de las guerras de la gran Revolución francesa de 1792. No hay método más difundido para engañar a las masas francesas, a los trabajadores de Francia y de todos los países, que trasladar a nuestra época la “jerga” de aquella época y algunas de sus consignas, e intentar presentar las cosas como si la Francia republicana defendiera también ahora su libertad contra la monarquía. Olvidan una “pequeña” circunstancia. Entonces, en 1792, la guerra de Francia la hacía la clase revolucionaria que había llevado a cabo una revolución sin paralelo y exhibido un heroísmo sin igual al destruir por completo la monarquía francesa y alzarse contra la Europa monárquica coaligada con el único objetivo de llevar a cabo su lucha revolucionaria.

La guerra en Francia fue la continuación de la política de la clase revolucionaria que hizo la revolución, conquistó la república, ajustó las cuentas a los capitalistas y terratenientes franceses con una energía jamás vista, y que continuó, en nombre de esa política, la guerra revolucionaria contra la Europa monárquica coaligada.

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La Francia revolucionaria, en la guerra de finales del siglo XVIII, rompió con todas las viejas reglas y tradiciones de guerra y creó nuevos métodos. 


Lo que tenemos en la actualidad son principalmente dos grupos de potencias capitalistas. Nos encontramos ante las más grandes potencias capitalistas del mundo, Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Alemania, cuya política durante décadas ha consistido en una rivalidad económica destinada a lograr la supremacía mundial, subyugar a las naciones pequeñas, asegurar beneficios triplicados y decuplicados al capital bancario, que ha encadenado al mundo entero con su influencia. En esto consiste la verdadera política de Gran Bretaña y Alemania. Subrayo este hecho. Jamás hay que cansarse de subrayarlo, porque si lo olvidamos nunca entenderemos nada de esta guerra, y seremos presa fácil para cualquier periodista burgués que nos quiera embaucar con frases mentirosas.

La auténtica política de ambos grupos de gigantes capitalistas —Gran Bretaña y Alemania, quienes, con sus respectivos aliados, se enfrentaron mutuamente—, política que han practicado durante décadas antes de la guerra, debe ser estudiada y comprendida en su conjunto. Si no hiciéramos esto, olvidaríamos el requisito principal del socialismo científico y de toda la ciencia social en general y, además, seríamos incapaces de entender nada de la guerra actual. Caeríamos en poder de Miliukov, embaucador que atiza el chovinismo y el odio de un pueblo contra otro con métodos que se emplean en todas partes sin excepción, con métodos de los que escribía hace ochenta años Clausewitz, quien ridiculizaba ya entonces el punto de vista de los que piensan, como algunos sostienen hoy en día: ¡los pueblos vivían en paz y luego comenzaron a pelear! ¡Como si eso fuese cierto! ¿Acaso se puede explicar la guerra sin relacionarla con la política precedente de este o aquel Estado, de este o aquel sistema de Estados, de estas o aquellas clases? Repito. Este es un punto central que se pasa por alto constantemente, y cuya incomprensión hace que de diez discusiones sobre la guerra, nueve resulten una disputa vana y mera palabrería. Nosotros decimos que si no habéis estudiado la política practicada por ambos grupos de potencias beligerantes durante décadas, para evitar factores accidentales o citar ejemplos aleatorios, ¡si no habéis demostrado qué relación tiene esta guerra con la política precedente, entonces no habéis entendido nada de esta guerra!

Y esa política nos muestra la rivalidad económica incesante entre los dos gigantes del mundo, entre las dos mayores economías capitalistas. Por un lado tenemos a Gran Bretaña, país dueño de la mayor parte del globo, que ocupa el primer lugar por su riqueza, amasada no tanto por el esfuerzo de sus trabajadores como por la explotación de innumerables colonias, por el inmenso poder de sus bancos, fusionados en un grupo pequeño, insignificante, de tres, cuatro o cinco bancos gigantescos que manejan centenares de miles de millones de rublos, y los manejan de tal manera que se puede decir, sin exagerar, que no hay un trozo de tierra en todo el planeta donde este capital no haya clavado su pesada garra, no hay un trozo de tierra que no esté enredado por los miles de hilos del capital británico. Este capital alcanzó tales proporciones a finales del siglo XIX y principios del XX que su actividad se extendió mucho más allá de las fronteras de cada Estado, formando un grupo de bancos gigantes con una riqueza fabulosa. Valiéndose de ese pequeño número de bancos, este capital envolvió al mundo entero en su red de miles de millones. He ahí lo fundamental de la política económica de Gran Bretaña y de Francia, de la que los propios escritores franceses, algunos de ellos colaboradores de L’Humanité[2] periódico dirigido en la actualidad por antiguos socialistas como Lysis, conocido escritor especializado en asuntos financieros—, escribían varios años antes de la guerra: “Francia es una monarquía financiera, Francia es una oligarquía financiera, es el prestamista del mundo”.

Por otro lado, opuesto a este grupo, principalmente anglo-francés, se ha destacado otro grupo de capitalistas aún más rapaz, un grupo que llegó al banquete capitalista cuando todos los asientos estaban ocupados, pero que introdujo en la lucha nuevos métodos para desarrollar la producción capitalista, unas técnicas mejoradas y una organización superior, que convirtieron el viejo capitalismo, el capitalismo de la era de la libre competencia, en el capitalismo de gigantescos trust, consorcios y cárteles. Este grupo introdujo los inicios de la producción capitalista controlada por el Estado, fusionando el poder colosal del capitalismo con la fuerza gigantesca del Estado en un solo mecanismo, que reúne a decenas de millones de personas en una sola organización del capitalismo de Estado. Esta es la historia económica, la historia diplomática, que abarca varias décadas, y de la que nadie puede escapar. Es la única que nos brinda el camino hacia la solución acertada del problema de la guerra y nos lleva a la conclusión de que esta guerra es también el resultado de la política de las clases que se han enzarzado en ella, de los dos gigantes que mucho antes del conflicto habían envuelto a todos los países con sus redes de explotación financiera y económicamente se habían repartido el mundo. Estaban obligados a chocar, porque el nuevo reparto de esa supremacía se había hecho inevitable desde el punto de vista del capitalismo.

El antiguo reparto se basaba en que Gran Bretaña durante siglos llevó a la ruina a sus anteriores competidores. Un antiguo rival fue Holanda, que extendía su dominio por todo el mundo; otro fue Francia, que durante casi un siglo luchó por la supremacía. Después de una serie de guerras prolongadas, Gran Bretaña estableció su dominio indiscutible del mundo, basándose en su potencia económica, en su capital mercantil. En 1871 apareció un nuevo depredador, otra potencia capitalista, que se desarrolló a un ritmo muchísimo más rápido que Gran Bretaña. Este es un hecho fundamental. No encontraréis ningún libro sobre historia económica que no reconozca este hecho indiscutible: el desarrollo más acelerado de Alemania. Este rápido desarrollo del capitalismo en Alemania fue el crecimiento de un depredador joven y fuerte, que apareció en el concierto de las potencias europeas y dijo: “Habéis arruinado a Holanda, habéis derrotado a Francia, os habéis apoderado de medio mundo; tomaos la molestia de entregarnos una parte justa”.

¿Qué significa “una parte justa”? ¿Cómo determinarla en el mundo capitalista, en el mundo de los bancos? Allí, el poder se determina por el número de bancos. Allí, el poder se determina como lo ha descrito un portavoz de los multimillonarios estadounidenses, que con la franqueza y el cinismo genuinamente estadounidenses declaró: “En Europa se libra la guerra por la hegemonía mundial. Para dominar el mundo se necesitan dos cosas: dólares y bancos. Tenemos los dólares, haremos los bancos y seremos dueños del mundo”. Esta declaración pertenece al periódico portavoz de los multimillonarios estadounidenses. Debo decir que en esta cínica frase de un fanfarrón multimillonario estadounidense hay mil veces más verdad que en miles de artículos de los embusteros burgueses, quienes presentan esta guerra como una guerra en defensa de intereses nacionales, por ciertos problemas nacionales y otras mentiras por el estilo, tan evidentes que saltan a la vista, que echan por la borda toda la historia y toman un ejemplo aislado, como es el de la fiera alemana que ataca a Bélgica. El caso es sin duda real. En efecto, ese grupo de depredadores cayó sobre Bélgica[3] con una ferocidad brutal, pero hizo lo mismo que ayer el otro grupo, valiéndose de otros métodos, y que hoy hace con otras naciones.

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Lo que tenemos en la actualidad son dos grupos de potencias capitalistas. Por un lado Gran Bretaña, primera potencia mundial, y sus aliados, y por otro el bloque encabezado por Alemania, la potencia emergente que exige su parte. 


Cuando discutimos sobre las anexiones —y esto forma parte de lo que he tratado de explicaros brevemente como historia de las relaciones económicas y diplomáticas que han originado la presente guerra— nos olvidamos que estas por lo general son la causa de la guerra. Se libran para repartir los territorios conquistados o, dicho en lenguaje más popular, para repartir el botín saqueado por las dos bandas de ladrones. Cuando discutimos sobre las anexiones, nos encontramos siempre con métodos que desde el punto de vista científico no resisten la crítica y que desde el punto de vista del periodismo social son una patraña deliberada. Preguntad a un chovinista o socialchovinista ruso qué significa la anexión por parte de Alemania, y os dará una excelente explicación, porque lo entiende perfectamente. Pero jamás os responderá si le pedís una definición general de anexión aplicable tanto a Alemania como a Gran Bretaña y Rusia. ¡Jamás lo hará! El periódico Rech (para pasar de la teoría a la práctica) para burlarse de Pravda, dijo: “¡Estos pravdistas consideran Curlandia como un caso de anexión! ¿Qué discusión puede haber con esta gente?”. Y cuando respondimos: “Por favor, dad una definición de anexión que pueda aplicarse a los alemanes, británicos y rusos; y nosotros afirmamos que Rech no aceptará nuestro desafío o lo desenmascararemos en el acto”, Rech dio la callada por respuesta. Afirmamos que ningún periódico, ni de los chovinistas en general —quienes simplemente dicen que es necesario defender la patria— ni de los socialchovinistas, ha dado nunca una definición de anexión que pueda aplicarse tanto a Alemania como a Rusia, que pueda aplicarse a cualquiera de los beligerantes. Y no puede hacerlo por la sencilla razón de que esta guerra es la continuación de la política de anexiones, es decir, de conquistas, de robo capitalista por parte de los dos grupos involucrados en la guerra. Obviamente, la cuestión de cuál de estos dos ladrones fue el primero en sacar el cuchillo tiene poca importancia para nosotros.

Tomemos la historia de los gastos navales y militares de ambos grupos durante un periodo de décadas, o la historia de las pequeñas guerras que libraron con anterioridad a la gran guerra. “Pequeñas” porque murieron pocos europeos; pero, en cambio, morían cientos de miles de personas de las naciones oprimidas, naciones que ni siquiera consideran como naciones (¿se puede llamar pueblo a esos asiáticos y africanos). Las guerras que se libraron contra estas naciones fueron contra pueblos desarmados, que simplemente fueron abatidos, ametrallados. ¿Son guerras, acaso? Estrictamente hablando no eran guerras y se las puede olvidar. Así enfocan este engaño completo de las masas.

La actual guerra es la continuación de la política de conquistas, de exterminio de naciones enteras, de increíbles atrocidades cometidas por alemanes y británicos en África, por británicos y rusos en Persia —no sé cuál de ellos cometió más—, razón por la que los capitalistas alemanes los consideraban sus enemigos. ¡Ah! ¿Vosotros sois fuertes por ser ricos? Pero nosotros somos más fuertes, y por eso tenemos el mismo derecho “sagrado” al saqueo. A esto se reduce la verdadera historia del capital financiero británico y alemán durante las décadas que precedieron a la guerra. Ahí está la clave para comprender la causa de la guerra. He aquí por qué la historia actual sobre la causa de la guerra no es más que charlatanería y engaño. Olvidando la historia del capital financiero, la historia de cómo se ha gestado esta guerra por un nuevo reparto del mundo, se presenta el asunto así: dos naciones vivían en paz, luego una agredió a la otra y la otra contraatacó, se defendió. Se olvida toda la ciencia, se olvidan todos los bancos, y se le dice a los pueblos que tomen las armas, y también a los campesinos, que no saben nada de política. ¡Todo lo que tienen que hacer es defender! De razonar así, sería lógico cerrar todos los periódicos, quemar todos los libros y prohibir toda mención a las anexiones; así, se puede llegar a justificar las anexiones. No pueden decir la verdad sobre las anexiones porque toda la historia de Rusia, Gran Bretaña y Alemania ha sido una guerra continua, cruenta y despiadada por las anexiones. Los liberales libraron guerras sangrientas en Persia y África, han apaleado a los presos políticos en la India por atreverse a formular demandas semejantes a aquellas por las que se luchaba en Rusia. También las tropas coloniales francesas han oprimido a los pueblos. ¡Ahí tenéis la historia precedente, la verdadera historia del saqueo sin precedentes! ¡Ahí tenéis la política de estas clases, cuya continuación es la guerra actual! Por eso, en la cuestión de las anexiones no pueden dar la respuesta que damos nosotros cuando decimos que toda nación unida a otra no por elección voluntaria de su mayoría, sino por decisión de un rey o un Gobierno, es una nación anexionada. Renunciar a las anexiones significa conceder a cada nación el derecho de formar un Estado separado, o de vivir en unión con quien considere. Semejante respuesta es perfectamente clara para todo trabajador que tenga conciencia de clase.

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La actual guerra es la continuación de la política de conquistas, de exterminio de naciones enteras, de increíbles atrocidades cometidas por alemanes y británicos en África, por británicos y rusos en Persia. 


En cualquier resolución de las que se han aprobado y publicado por decenas, incluso en el periódico Zemliá i Volia[4], encontraréis una respuesta mal formulada: no queremos una guerra por la supremacía sobre otras naciones, luchamos por nuestra libertad. Así hablan todos los obreros y campesinos, así es como expresan el punto de vista del obrero, su manera de entender la guerra. Con esto quieren decir que si la guerra se hiciera en interés de los trabajadores contra los explotadores, ellos estarían a favor de tal guerra. También nosotros estaríamos entonces a favor de tal guerra, y ni un solo partido revolucionario podría estar en contra. Los autores de esas numerosas resoluciones se equivocan, porque creen que la guerra la hacen ellos. Los soldados, los trabajadores, los campesinos luchamos por nuestra libertad. Nunca olvidaré la pregunta que me hizo uno de ellos después de una reunión. “¿Por qué hablas constantemente contra los capitalistas? ¿Es que yo soy capitalista? Nosotros somos obreros, defendemos nuestra libertad”. Estás equivocado. Vosotros peleáis porque obedecéis a vuestro Gobierno capitalista; la guerra no la hacen los pueblos, sino los Gobiernos. No me sorprende que un obrero o un campesino que no sabe de política, que no ha tenido la buena o la mala fortuna de ser iniciado en los secretos de la diplomacia, o en el cuadro de ese saqueo financiero (esta opresión de Persia por Rusia y Gran Bretaña, por ejemplo), olvide esta historia y diga ingenuamente: ¿qué me importan a mí los capitalistas, si el que lucha soy yo? No entiende el vínculo de la guerra con el Gobierno, no entiende que la guerra la hace el Gobierno y que él es solo una herramienta manejada por ese Gobierno. Puede llamarse a sí mismo pueblo revolucionario y escribir elocuentes resoluciones, para los rusos es mucho, pues hace poco han empezado a hacerlo. Recientemente se publicó una declaración “revolucionaria” del Gobierno Provisional. Esto no significa nada. Otras naciones, con mayor experiencia que nosotros en el arte capitalista de engañar a las masas mediante la redacción de manifiestos “revolucionarios”, hace tiempo que batieron todos los récords mundiales en este terreno.

Si tomamos la historia parlamentaria de la República Francesa, veremos que desde que se convirtió en una república apoyó al zarismo, a lo largo de décadas de esa historia encontraremos numerosos ejemplos en que manifiestos repletos de las frases más elocuentes sirvieron para encubrir la política del más abyecto saqueo colonial y financiero. Toda la historia de la Tercera República Francesa[5] es la historia de este saqueo. Tales son los orígenes de la guerra actual. No es resultado de la maldad de los capitalistas, no es una política equivocada de los monarcas. Sería un error enfocar así las cosas. No, esta guerra es una consecuencia inevitable por ese desarrollo gigantesco del capitalismo, especialmente del capital bancario, que condujo a que cuatro bancos en Berlín y cinco o seis en Londres dominasen todo el mundo, se apropiasen de todos los recursos, respaldasen su política financiera con la fuerza armada y, por último, chocasen en una contienda feroz porque habían llegado al límite de su libertad para realizar conquistas. Uno u otro bando debía renunciar a sus colonias. Y semejante cuestión, en este mundo de capitalistas, no se resuelve de forma voluntaria. Solo podía resolverse con la guerra. Por eso es absurdo culpar a uno u otro ladrón coronado. Esos ladrones con corona son todos iguales.

Por eso es igualmente absurdo culpar a los capitalistas de uno u otro país. Son culpables únicamente de haber establecido semejante sistema. Pero se ha hecho de acuerdo con las leyes defendidas por todas las fuerzas del Estado civilizado. “Tengo pleno derecho a comprar acciones. Todos los tribunales de justicia, toda la policía, todo el ejército permanente y todas las armadas del mundo salvaguardan mi sacrosanto derecho a adquirir acciones”. ¿Quién tiene la culpa de que se establezcan bancos que manejan cientos de millones de rublos, de que esos bancos arrojen sus redes de saqueo por todo el mundo, y de que choquen en un combate mortal? ¡Encontrad al culpable si podéis! El culpable es el desarrollo del capitalismo durante medio siglo, y no hay más salida que el derrocamiento del dominio de los capitalistas y la revolución obrera. Esta es la respuesta a la que ha llegado nuestro partido después de analizar la guerra, y por eso decimos: la sencilla cuestión de las anexiones está tan embrollada, los representantes de los partidos burgueses han mentido tanto, que son capaces de presentar las cosas como si Curlandia no fuese una anexión de Rusia. Curlandia y Polonia fueron repartidas entre esos tres ladrones coronados. Lo han hecho durante cien años, la desgarraron en carne viva, y el bandido ruso sacó mayor tajada porque entonces era el más fuerte. Pero ahora que el joven depredador, Alemania, que era parte de la repartición, se ha convertido en una poderosa potencia capitalista, exige una nueva división y dice: “¡Hagamos el reparto! ¿Queréis conservar las cosas como estaban? ¿Creéis que sois más fuertes? ¡Midamos nuestras fuerzas!”.

A eso se reduce esta guerra. Está claro que ese desafío, “¡midamos nuestras fuerzas!”, es simplemente la expresión de décadas de política de saqueo, de la política de los grandes bancos. Por eso nadie puede decir, salvo nosotros, la verdad sobre las anexiones, la verdad sencilla y comprensible para todo obrero y campesino. De ahí que la cuestión de los tratados, algo tan simple, sea embrollada por toda la prensa de forma tan deliberada y desvergonzada. Se dice que tenemos un Gobierno revolucionario, que han entrado en él ministros casi socialistas, populistas y mencheviques. Pero cuando hablan de la paz sin anexiones, eso sí, sin puntualizar qué es la paz sin anexiones (es decir, quitar las anexiones a Alemania, pero conservar las propias), nosotros decimos que ¿de qué vale vuestro Gobierno “revolucionario”, vuestras declaraciones, vuestras manifestaciones sobre que no queréis una guerra de conquista si, al mismo tiempo, se invita al ejército a pasar a la ofensiva? ¿No sabéis que tenemos unos tratados firmados por Nicolás el Sanguinario de la manera más rapaz? ¿No lo sabéis? Se puede perdonar que no lo sepan los obreros y campesinos, que no han saqueado ni han leído libros sabios; pero cuando lo predican demócratas constitucionalistas instruidos, saben a la perfección qué contienen dichos tratados. Aunque son tratados “secretos”, toda la prensa diplomática de todos los países habla de ellos diciendo: “Tú recibirás los Estrechos; tú, Armenia; tú, Galitzia; tú, Alsacia y Lorena; tú, Trieste, y nosotros nos repartiremos definitivamente Persia”. Y el capitalista alemán dice: “Me apoderaré de Egipto, subyugaré a las naciones europeas si no me devolvéis mis colonias, y con intereses”. Las acciones son inconcebibles sin intereses. Esta es la razón de que el tema de los tratados, tan sencillo y claro, haya desatado un torrente de burdas y viles mentiras por parte de los periódicos capitalistas.

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El culpable de la guerra es el desarrollo del capitalismo durante medio siglo, y no hay más salida que el derrocamiento del dominio de los capitalistas y la revolución obrera. 


Leed el número de hoy de Den[6]. Vodovózov, al que no puede acusarse en absoluto de bolchevismo, pero que es un demócrata honesto, afirma: “Soy enemigo de los tratados secretos, hablaré del tratado con Rumanía. Existe un tratado secreto con este país, y consiste en que Rumanía recibirá una serie de territorios extranjeros si lucha del lado de los Aliados”. Así son también todos los tratados. Sin tratados como estos, no hubieran comenzado a dominar a todos los pueblos. Para conocer su contenido no hace falta rebuscar en revistas especializadas. Basta con recordar los hechos básicos de la historia económica y diplomática. Durante décadas, Austria ha estado detrás de los Balcanes para dominarlos... Y si han chocado en la guerra es porque no han podido evitarlo. Por eso, cuando las masas exigen que se publiquen estos tratados, exigencia cada día más insistente, el antiguo ministro Miliukov y el actual ministro Teréschenko (uno en un Gobierno sin ministros socialistas, el otro en un Gobierno con varios ministros casi socialistas), declaran que la publicación de los tratados significaría una ruptura con los Aliados.

Obviamente, no se pueden publicar los tratados porque todos forman parte de una misma banda de ladrones. Estamos de acuerdo con Miliukov y Teréschenko en que no pueden publicarse los tratados. De ahí se pueden sacar dos conclusiones distintas. Si los tratados no pueden publicarse, ¿qué se deduce de ello? Hay que ayudar a los ministros capitalistas a continuar la guerra. La otra deducción es que dado que los capitalistas no pueden publicar los tratados, hay que derrocar a los capitalistas. Os dejo que decidáis vosotros cuál de las dos opciones consideráis más acertada, pero os invito a que reflexionéis sobre las consecuencias. Si razonamos como lo hacen los ministros populistas y mencheviques resultará lo siguiente: puesto que el Gobierno dice que es imposible publicar los tratados, entonces hay que emitir un nuevo manifiesto. El papel aún no es tan caro como para que no podamos escribir nuevos manifiestos. Escribiremos un nuevo manifiesto y llevaremos a cabo la ofensiva. ¿Para qué? ¿Con qué fines? ¿Quién establecerá esos objetivos? Los soldados están llamados a cumplir estos tratados expoliadores con Rumanía y Francia. Enviad este artículo de Vodovózov al frente y después quejaos: ¡todo esto es obra de los bolcheviques, sin duda, los bolcheviques deben haber inventado ese tratado con Rumanía! En ese caso no habrá que hacer la vida imposible solamente a Pravda, habrá que desterrar incluso a Vodovózov por haber estudiado historia, habrá que quemar todos los libros de Miliukov, terriblemente peligrosos. Probad a abrir cualquier libro del jefe del partido de la “libertad del pueblo” y antiguo ministro de Asuntos Exteriores. Son buenos libros. ¿De qué hablan? De que Rusia tiene “derecho” a los Estrechos, a Armenia, a Galitzia y a Prusia Oriental. Lo ha repartido todo, incluso ha adjuntado un mapa. No solo habrá que mandar a Siberia a los bolcheviques y a Vodovózov por escribir tales artículos revolucionarios, también habrá que quemar los libros de Miliukov porque si reunimos unas cuantas citas de estos libros y se envían al frente, no se encontrará ni una sola proclama que produzca un efecto tan incendiario.

Me resta, de acuerdo con el breve esquema para la charla de hoy, tocar la cuestión del “defensismo revolucionario”. Después de cuanto he tenido el honor de contaros, creo que podré ser breve al hablar de esta cuestión.

Se denomina “defensismo revolucionario” a la justificación de la guerra con el argumento de que, al fin y al cabo, hemos hecho la revolución, que somos un pueblo revolucionario, una democracia revolucionaria. ¿Pero qué respuesta damos a eso? ¿Qué revolución hemos hecho? Hemos derrocado a Nicolás. La revolución no ha sido muy difícil comparada con una revolución que hubiese derrocado a toda la clase de terratenientes y capitalistas. ¿A quién puso la revolución en el poder? A los terratenientes y los capitalistas, las mismas clases que han estado en el poder desde hace mucho tiempo en Europa. Allí hubo revoluciones como esta hace cien años, allí están en el poder desde hace mucho los Teréschenko, los Miliukov y los Konoválov, y lo de menos es si pagan la lista civil[7] a sus “zares” o si se arreglan sin este lujo. En la república o en la monarquía, un banco sigue siendo un banco, lo mismo si invierten el capital en concesiones a porcentaje o no; las ganancias siguen siendo ganancias. Si algún país salvaje se atreve a desobedecer a nuestro capital civilizado, que establece bancos tan espléndidos en las colonias, en África y Persia; si alguna nación salvaje desobedece a nuestro banco civilizado, enviamos tropas que restablezcan la cultura, el orden y la civilización, como hizo Liakhov[8] en Persia, y las tropas “republicanas” francesas con los pueblos de África, exterminándolos con igual ferocidad. ¿Qué diferencia hay? Tenemos aquí el mismo “defensismo revolucionario”, solo que manifestado por las masas ignorantes, que no ven los vínculos de la guerra con el Gobierno, que no saben que esta política está sancionada por los tratados. Los tratados siguen existiendo, los bancos siguen existiendo, las concesiones siguen existiendo. En Rusia se encuentran en el Gobierno los mejores hombres de su clase, pero la naturaleza de la guerra no ha cambiado ni un ápice por ello. El nuevo “defensismo revolucionario” utiliza la bandera de la revolución para encubrir la guerra sucia y sangrienta que se libra en aras de sucios y repugnantes tratados.

La revolución rusa no ha modificado el carácter de la guerra, pero ha creado organizaciones que no existen en ningún país y rara vez se encuentran en las revoluciones de Occidente. La mayoría de las revoluciones se limitaron a establecer un nuevo Gobierno semejante al de nuestros Teréschenko y Konoválov, mientras que el país permanecía pasivo y desorganizado. La revolución rusa ha ido más allá. Este hecho constituye el germen de la esperanza de que pueda sobreponerse a la guerra. Este hecho consiste en que además del Gobierno de ministros “casi socialistas”, del Gobierno de la guerra imperialista, del Gobierno de la ofensiva, del Gobierno ligado al capital anglo-francés, además e independientemente de él, tenemos en toda Rusia una red de sóviets de diputados obreros, soldados y campesinos.

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Con el “defensismo revolucionario” se justifica la guerra argumentando que somos una democracia revolucionaria. Pero en realidad se utiliza la bandera de la revolución para encubrir la guerra que se libra en aras de repugnantes tratados. 


He aquí la revolución que no ha dicho todavía su última palabra. He aquí la revolución que Europa occidental, en condiciones similares, no ha conocido. He aquí las organizaciones de esas clases que no necesitan las anexiones, que no han depositado millones en los bancos y que, sin duda, no están interesadas en si el coronel ruso Liakhov y el embajador liberal británico han repartido Persia adecuadamente o no. En eso está la garantía de que esta revolución puede ir más lejos, es decir, en que las clases que no tienen ningún interés en las anexiones han sabido crear organizaciones en las que están representadas las masas de las clases oprimidas, y lo han sabido hacer pese a su excesiva confianza en el Gobierno capitalista, pese a la confusión y el engaño espantoso que contiene el concepto de “defensismo revolucionario”, pese a que apoyan el empréstito de guerra y apoyan al Gobierno de la guerra imperialista. Esas organizaciones son los sóviets de diputados obreros, soldados y campesinos, que en muchas localidades de Rusia han ido mucho más lejos en su labor revolucionaria que el Sóviet de Petrogrado. Y es natural, porque en Petrogrado tenemos la órgano central de los capitalistas.

Y si Skóbelev dijo ayer en su discurso que “incautaremos todos los beneficios, incautaremos el cien por cien” fue porque se dejó llevar por el ímpetu gubernamental. Si leéis la edición de hoy del periódico Rech, veréis cómo fue acogido este pasaje del discurso de Skóbelev. Allí se dice: “¡Esto significa hambre, la muerte! ¡Cien por cien significa todo!”. El ministro Skóbelev va más allá que el bolchevique más extremista. Es una calumnia decir que los bolcheviques somos la extrema izquierda. El ministro Skóbelev es mucho más “izquierdista”. A mí me arrojaron los más viles insultos, diciendo que había propuesto poco menos que desnudar a los capitalistas. En cualquier caso, fue Shulguín quien dijo: “¡Que nos desnuden!”. Imaginaos a un bolchevique que se acerca al ciudadano Shulguín y empieza a quitarle la ropa. Este podría acusar de esto, con mayor justificación, al ministro Skóbelev. Nosotros nunca hemos ido tan lejos. Jamás hemos propuesto tomar el cien por cien de los beneficios. No obstante, es una promesa valiosa. Si tomáis la resolución de nuestro partido, veréis que proponemos, de forma más razonada, lo mismo que propuse yo. Debe establecerse el control sobre los bancos y, después, un impuesto justo sobre los ingresos[9]. ¡Y nada más! Skóbelev propone tomar cien kopeks de cada rublo. No hemos propuesto ni proponemos nada semejante. Skóbelev realmente no lo dice en serio. Y si se lo propone, no podrá hacerlo por la sencilla razón de que es ridículo prometer tal cosa siendo amigo de Teréschenko y Konoválov.

Se podría tomar el ochenta o el noventa por ciento de las rentas de los millonarios, pero no del brazo de semejantes ministros. Si el poder lo tuvieran los sóviets, lo tomarían de verdad; pero no todo, no lo necesitan. Incautarían la mayor parte de las rentas. Ninguna otro poder estatal podría hacer eso. El ministro Skóbelev puede tener las mejores intenciones. Conozco esos partidos desde hace varias décadas, llevo treinta años en el movimiento revolucionario. Soy la última persona, por tanto, en cuestionar sus buenas intenciones. Mas no se trata de eso, no se trata de buenas intenciones. El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Todas las oficinas del Gobierno están llenas de papeles firmados por nuestros ministros, sin que por ello hayan cambiado las cosas. Si queréis implantar el control, ¡empezad! Nuestro programa es tal que, al leer el discurso de Skóbelev, podemos decir: no exigimos más. Somos mucho más moderados que el ministro Skóbelev. Él propone tanto el control como el cien por cien. Nosotros no queremos tomar el cien por cien, pero decimos: “Hasta que no empecéis a hacer algo, no os creemos”. En eso radica la diferencia. Nosotros no creemos en las palabras ni en las promesas y no aconsejamos a los demás que las crean.

La experiencia de las repúblicas parlamentarias nos enseña a no creer en lo que se escribe en el papel. Si se quiere el control, hay que empezar a implantarlo. Basta un día para promulgar una ley que establezca ese control. El sóviet de empleados de cada banco, el sóviet de obreros de cada fábrica y todos los partidos tendrán derecho de control. ¡Eso es imposible!, se nos dirá, ¡es secreto comercial, es la sacrosanta propiedad privada! Bien, como queráis, elegid una de las dos cosas. Si queréis proteger todos esos libros y cuentas, todas las transacciones de los trust, dejad de hablar sobre el control, dejad de hablar sobre la ruina del país.

La situación en Alemania es todavía más grave. En Rusia se puede conseguir trigo, en Alemania es imposible. En Rusia se pueden hacer muchas cosas a través de la organización, en Alemania ya no se puede hacer nada. Allí no queda grano, y todo el pueblo se enfrenta al desastre. Ahora se escribe que Rusia está al borde de la ruina. Si es así, entonces es un delito proteger la “sacrosanta” propiedad privada. Y por tanto, ¿qué significan las palabras sobre el control? ¿Acaso no escribió mucho Nicolás Románov acerca del control? En sus documentos aparecen mil veces las palabras “control estatal”, “control público” y “designación de senadores”. En los dos meses siguientes a la revolución los industriales han saqueado toda Rusia. Los capitalistas han obtenido ganancias asombrosas; cada informe financiero lo prueba. Y cuando los obreros, dos meses después de la revolución, han tenido la “osadía” de decir que quieren vivir como seres humanos, toda la prensa capitalista del país ha puesto el grito en el cielo. Cada número de Rech es un rugido salvaje contra los obreros que quieren robar al país, cuando simplemente decimos que hay que controlar a los capitalistas. ¿No podríamos tener menos promesas y más hechos?

Si lo que queréis es un control burocrático, un control a través de los mismos organismos de antes, nuestro partido declara su profunda convicción de que no se os puede apoyar, aunque en el Gobierno hubiera una docena de ministros populistas y mencheviques en lugar de media docena. El control solo puede ser ejercido por el pueblo. Debéis organizar el control a través de los sóviets de empleados de la banca, de los sóviets de ingenieros y de los sóviets de obreros, y empezar ese control de inmediato, mañana. Hay que exigir responsabilidades a cada funcionario, bajo amenaza de sanciones penales, en el caso de que facilite datos falsos a cualquiera de estos organismos. Es una cuestión de vida o muerte para el país. Queremos saber cuánto trigo hay, cuánta materia prima y cuánta mano de obra existe y cómo emplear todo ello.

Esto me lleva a la última cuestión. Cómo poner fin a la guerra. Se nos atribuye la ridícula opinión de que buscamos una paz por separado. Los ladrones capitalistas alemanes están haciendo propuestas de paz del tipo: “Te daré un pedazo de Turquía y Armenia, si tú me das tierras ricas en minerales”. ¡De eso hablan los diplomáticos en todas las ciudades neutrales! Todo el mundo lo sabe, aunque se encubre con las convencionales frases diplomáticas. Para eso están los diplomáticos, para hablar en lenguaje diplomático. ¡Qué insensato es decir que defendemos poner fin a la guerra con una paz por separado! Poner fin mediante la retirada unilateral por una de las partes beligerantes en una guerra que hacen los capitalistas de las potencias más ricas, una guerra derivada de un desarrollo económico cuya historia se remonta a decenas de años, es una idea tan estúpida que nos parece ridículo incluso refutarla. Y si hemos redactado específicamente una resolución para refutarla es porque queremos explicárselo a las amplias masas, ante quienes hemos sido calumniados. Pero no es un tema del que se pueda hablar en serio.

La guerra que libran los capitalistas de todos los países no puede terminar sin una revolución obrera contra ellos. Mientras el control no pase del terreno de las frases al terreno de los hechos, mientras el Gobierno de los capitalistas no sea sustituido por un Gobierno del proletariado revolucionario, el Gobierno estará condenado a repetir: ¡vamos al desastre, al desastre, al desastre! En la Gran Bretaña “libre” se encarcela ahora mismo a los socialistas por decir lo que estoy diciendo. En Alemania, Liebknecht está en la cárcel por decir lo mismo que yo; y en Austria, Friedrich Adler[10] está encarcelado (quizá lo hayan ejecutado ya) por decir lo mismo con la ayuda de un revólver. Las masas obreras de todos los países simpatizan con estos socialistas, y no con los que han desertado al campo de sus capitalistas. La revolución obrera está creciendo en el mundo entero. Naturalmente, en otros países es más difícil. Allí no existen personajes medio locos como Nicolás y Rasputín. Allí están al frente del Gobierno los mejores hombres de su clase. Allí no existen condiciones para una revolución contra la autocracia, tienen ya el Gobierno de la clase capitalista. Y son sus representantes de más talento los que gobiernan desde hace mucho. Por eso la revolución allí, aunque no haya llegado todavía, es inevitable que llegue; por muchos revolucionarios que caigan en el intento, hombres como Friedrich Adler y Karl Liebknecht, el futuro les pertenece. Y los trabajadores de todos los países están con ellos. Los obreros de todos los países deben triunfar.

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Solo una revolución obrera en varios países puede acabar con esta guerra. La guerra no es un juego, es algo espantoso que se cobra millones de vidas y no es fácil de terminar. 


En cuanto a la entrada de Estados Unidos en la guerra, he de deciros lo siguiente. Se argumenta que Estados Unidos es una democracia, que allí existe la Casa Blanca. Yo digo: la esclavitud fue abolida hace medio siglo. La guerra contra la esclavitud finalizó en 1865. Desde entonces, los multimillonarios han proliferado. Tienen a toda América bajo su control financiero. Se están preparando para someter a México y entrarán inevitablemente en guerra con Japón por el reparto del Pacífico. Esta guerra se viene gestando desde hace varias décadas. Toda la literatura habla de ello. El verdadero objetivo de la entrada de Estados Unidos en la guerra es prepararse para la futura guerra con Japón. El pueblo estadounidense, no obstante, goza de una libertad considerable y es difícil concebir que soporte el servicio militar obligatorio, la creación de un ejército para determinados objetivos de conquista, como la lucha con Japón. Los estadounidenses han visto en el ejemplo de Europa a lo que conduce eso. Los capitalistas estadounidenses han necesitado intervenir en esta guerra para tener un pretexto que les permita crear un fuerte ejército permanente, ocultando este hecho tras los altos ideales de la defensa de los derechos de las pequeñas naciones.

Los campesinos se niegan a entregar su grano a cambio de dinero y exigen aperos, calzado y ropa. Esta decisión encierra una extraordinaria profundidad. En efecto, el país ha llegado a tal ruina que se enfrenta, aunque con menor intensidad, a lo que se han enfrentado durante mucho tiempo en otros países: una situación en que el dinero ha perdido su valor. La marcha de los acontecimientos socava hasta tal extremo la dominación del capitalismo que los campesinos, por ejemplo, se niegan a aceptar el dinero. Dicen: “¿Para qué lo queremos?”. Y tienen razón. La dominación del capitalismo no se ve socavada porque alguien quiera conquistar el poder. La “conquista” del poder no tendría sentido. Sería imposible acabar con la dominación capitalista si el desarrollo económico de los países capitalistas no condujese a ello. La guerra ha acelerado este proceso, y esto ha hecho imposible la existencia del capitalismo. Ninguna fuerza podría destruir el capitalismo si no fuera socavado, minado por la historia.

He aquí un ejemplo muy evidente. Ese campesino expresa lo que todos ven, que el poder del dinero ha sido socavado. La única salida es que los sóviets accedan a dar aperos, calzado y ropa a cambio de grano. A esto estamos llegando, esa es la respuesta que dicta la vida. Sin esto, decenas de millones de personas corren el riesgo de quedar sin ropa, descalzado y pasarán hambre. Decenas de millones de personas se enfrentan al desastre y la muerte, en esa situación salvaguardar los intereses de los capitalistas es lo último que debería preocuparnos. La única salida está en que todo el poder pase a los sóviets, que representan a la mayoría de la población. Es posible que se cometan errores en el proceso. Nadie pretende que una obra tan difícil se pueda organizar de repente. No decimos nada semejante. Nos dicen que queremos que el poder esté en manos de los sóviets, pero ellos no lo quieren. Nosotros decimos que la experiencia les indicará esta solución, y todo el pueblo verá que no hay otra salida. No queremos una “conquistar” del poder, porque toda la experiencia de las revoluciones enseña que solo es firme el poder que cuenta con el respaldo de la mayoría de la población. La “conquista” del poder, por tanto, sería una aventura, y nuestro partido no dará ese paso. Si llega a existir un Gobierno de la mayoría, tal vez pueda realizar una política equivocada en los primeros momentos, pero no hay otra salida. Entonces habrá un cambio pacífico de orientación de la política dentro de esas organizaciones. No se pueden inventar otras organizaciones. Por eso decimos que no se concebible ninguna otra solución.

¿Cómo poner fin a la guerra? ¿Qué haríamos si el Sóviet asumiera el poder y los alemanes continuaran la guerra? Quienes se interesan por las opiniones de nuestro partido habrán podido leer días atrás en Pravda una cita exacta de lo que decíamos, todavía en el extranjero, en 1915: si la clase revolucionaria de Rusia, la clase obrera, llega al poder, tiene que ofrecer la paz. Y si los capitalistas de Alemania o de cualquier otro país responden con una negativa a nuestras condiciones, entonces toda la clase obrera será partidaria de la guerra. No proponemos acabar la guerra de golpe. No lo prometemos. No propugnamos algo tan imposible e irrealizable como que la guerra termine por voluntad de una de las partes. Tales promesas son fáciles de hacer, pero imposibles de cumplir. No se puede salir fácilmente de esta terrible guerra. Llevamos ya tres años de combate, y continuará durante diez años a menos que se acepte la idea de una revolución difícil y dura. No hay otra salida.

Nosotros decimos: la guerra iniciada por los Gobiernos capitalistas solo puede terminar con una revolución obrera. Quien se interese por el movimiento socialista debe leer el Manifiesto de Basilea de 1912, aprobado por unanimidad por todos los partidos socialistas del mundo y publicado en Pravda. Ese documento hoy es imposible publicarlo en ningún país beligerante, ni en la Gran Bretaña “libre” ni en la Francia republicana, porque decía la verdad acerca de la guerra antes incluso de que empezara. En él se decía que la guerra sería entre Gran Bretaña y Alemania debido a la competencia entre los capitalistas, que se había acumulado tanta pólvora que las armas empezarían a disparar solas. En ese manifiesto se explicaba por qué habría guerra y que conduciría a la revolución proletaria. Por esto les decimos a los socialistas que suscribieron el Manifiesto de Basilea y luego se pasaron al lado de sus Gobiernos capitalistas que han traicionado al socialismo. Los socialistas se han escindido. Unos están en los Gobiernos; otros, en prisión. En todo el mundo, una parte de los socialistas propugna la preparación de la guerra; otra, como Eugene Debs, el Bebel[11] estadounidense, que goza de una inmensa popularidad entre los trabajadores estadounidenses, dice: “Prefiero que me fusilen que dar un solo centavo para esta guerra. Estoy dispuesto a combatir únicamente a favor de la guerra del proletariado contra los capitalistas de todo el mundo”. Así se han dividido los socialistas. Los socialpatriotas del mundo creen que defienden la patria. Se equivocan, defienden los intereses de un puñado de capitalistas contra otro.

Nosotros defendemos la revolución proletaria como la única causa justa por la que decenas de hombres han ido al patíbulo y centenares y miles se encuentran en las cárceles. Estos socialistas encarcelados son la minoría, pero la clase obrera y el desarrollo económico están a su favor. Todo eso prueba que no hay otra salida. Esta guerra solo puede terminarse con la revolución obrera en varios países. Mientras tanto, debemos preparar esa revolución, apoyarla. Mientras era el zar quien libraba la guerra, el pueblo ruso, a pesar de todo su odio a la guerra y su deseo de paz, no podía hacer nada contra la guerra excepto preparar la revolución contra el zar y por su derrocamiento. Y así fue. La historia lo demostró ayer y lo demostrará mañana. Hace ya mucho que señalamos que hay que ayudar a la creciente revolución rusa. Lo dijimos a finales de 1914, y por eso nuestros diputados a la Duma fueron desterrados a Siberia. Pero se nos decía: “No dais una respuesta. ¡Habláis de revolución cuando han cesado las huelgas, cuando los diputados están cumpliendo trabajos forzados, y cuando no se publica ni un solo periódico!”. Y se nos acusaba de que eludimos la respuesta. Escuchamos esas acusaciones durante varios años. Y respondíamos: podéis indignaros, pero mientras el zar no sea derrocado no se podrá hacer nada contra la guerra. Y nuestra predicción estaba justificada. No se ha cumplido totalmente todavía, pero ya ha empezado a cumplirse. La revolución comienza a cambiar el carácter de la guerra por parte de Rusia. Los capitalistas aún continúan la guerra, y nosotros decimos que hasta que no haya una revolución obrera en varios países no se puede detener la guerra, porque siguen en el poder las personas que quieren esta guerra. Se nos dice: “Todo parece dormido en una serie de países. En Alemania todos los socialistas están a favor de la guerra, y Liebknecht es el único que está en contra”. Ante eso, digo: este Liebknecht, único, representa a la clase obrera. Solo en él, en sus partidarios, en el proletariado alemán, está la esperanza de todos. ¿No lo creéis? ¡Continuad la guerra, entonces! No hay otro camino. ¡Si no creéis en Liebknecht, si no creéis en la revolución obrera, una revolución que está llegando a un punto crítico; si no creéis en eso, entonces, creed a los capitalistas!

Solo una revolución obrera en varios países puede acabar con esta guerra. La guerra no es un juego, es algo espantoso que se cobra millones de vidas y no es fácil de terminar.

Los soldados en los distintos frentes no pueden separar el frente del resto del Estado y resolver las cosas a su manera. Los soldados que están en el frente son una parte del país. Mientras el país esté en guerra, sufrirá también el frente. No hay nada que hacer. La guerra ha sido provocada por las clases dominantes y solo una revolución de la clase obrera terminará con ella. De cómo se desarrolle la revolución depende la consecución de una paz rápida, o no. Por más sentimentales que se pongan, por mucho que nos digan: “Pongamos fin a la guerra inmediatamente”, esto es imposible sin el desarrollo de la revolución. Cuando el poder pase a los sóviets, los capitalistas saldrán en contra nuestra. Japón, Francia, Gran Bretaña, los Gobiernos de todos los países estarán contra nosotros, pero los trabajadores estarán a nuestro favor. Ese será el final de la guerra que comenzaron los capitalistas. Tal es la respuesta a la pregunta de cómo poner fin a la guerra.

Publicado por primera vez el 23 de abril de 1929, en el número 93 de Pravda.

 Notas:

[1]  Lenin pronunció esta conferencia en la Escuela de Guardiamarinas, en la isla Vasílievski, Petrogrado. Asistieron más de 2.000 personas, y la recaudación de las entradas se destinó al “fondo” de Pravda, que se creó en 1914 para fortalecer la prensa bolchevique clandestina. Este texto se consideró perdido, solo años después se encontraron apuntes hechos por mano anónima y se entregaron al Instituto Lenin.

[2]  L’Humanité (La Humanidad): periódico fundado en 1904 por Jean Jaurès como órgano del Partido Socialista Francés. Durante la Primera Guerra Mundial estuvo en manos de la extrema derecha socialista y mantuvo una posición socialchovinista. Desde diciembre de 1920, a raíz de que el congreso de la SFIO celebrado en Tours aprobase constituirse en Partido Comunista Francés, pasó a ser su órgano central.

[3]  Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, Alemania violó la neutralidad belga y ocupó Bélgica con el propósito de utilizar su territorio para asestar el golpe decisivo a Francia. La ocupación duró hasta el final de la guerra causando grandes daños a la economía y arruinando la industria del país.

[4]  Zemliá i Volia (Tierra y Libertad): diario que editó el comité provincial de Petrogrado del partido eserista del 3 de abril al 26 de octubre de 1917.

[5]  Régimen republicano burgués que se extendió desde 1870 a 1940.

[6]  Den (El Día): diario burgués liberal, publicado en Petrogrado desde 1912. Colaboraban los mencheviques, que lo controlaron totalmente después de Febrero de 1917.

[7]  Parte del presupuesto estatal en los Estados monárquico-constitucionales destinada a gastos personales del monarca y mantenimiento de su corte.

[8]  Coronel del ejército zarista que dirigió las tropas rusas que sofocaron la revolución burguesa de 1908 en Persia.

[9]  Se refiere a la resolución Sobre el momento actual, aprobada en la Conferencia de abril del POSD(b)R (incluida en esta edición).

[10]   Secretario del Partido Socialdemócrata de Austria (SPÖ) de 1911 a 1916, cuando fue encarcelado tras matar a tiros al primer ministro austro-húngaro.

[11]   Eugene V. Debs (1855-1926): dirigente sindical ferroviario y socialista estadounidense. Fundador de los IWW y del SPA. Pasó varios años en prisión por su oposición a la Primera Guerra Mundial.  ||  August Bebel (1840-1913): presidente del SPD alemán y figura destacada de la Segunda Internacional. Como Kautsky, rechazaba formalmente el revisionismo, pero fue responsable del avance de las tendencias oportunistas que se apoderaron del SPD poco después de su muerte.


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