El 8 de septiembre se celebraron elecciones locales en Rusia. Estos comicios estuvieron marcados por la movilización creciente en los últimos meses contra el Gobierno de Vladímir Putin, y contestada por el régimen con el incremento de la represión. 

Los resultados más significativos son los de Moscú, donde a diferencia del resto del país, Putin ha cosechado un duro golpe. Así, Rusia Unida, el partido del Gobierno, ha pasado de 38 parlamentarios en la Duma en el año 2014 a 25 en 2019. Por el contrario, el Partido Comunista ha dado un salto consiguiendo 13 representantes de los 20 obtenidos por la oposición.

La debilidad de la oposición da oxígeno a Putin

De alguna manera se ha expresado el malestar general creciente contra el régimen, a la vez que se ha puesto de relieve la debilidad extrema de los dirigentes de la oposición, incapaces de aglutinar este descontento social. Un buen ejemplo de ello es la escasa participación en las elecciones. En Moscú, epicentro de las protestas, solo votó un 21,77% del censo. 

La razón es clara. Por un lado, el carácter burgués de una parte de la oposición, que no puede ofrecer ninguna alternativa ni ser un polo de atracción para resolver los problemas reales de la población. Alexéi Navalni, que hace unos años formó parte de Yábloko, un partido burgués liberal creado en 1993, es un elemento de total confianza para el imperialismo tanto norteamericano como europeo, al que los medios de la burguesía en occidente se afanan en encumbrar como gran líder de la oposición. Sin embargo, Navalni centra su crítica fundamentalmente en la corrupción, proponiendo un capitalismo más democrático, a la vez que recurre al chovinismo gran ruso.

Por otra parte, el Partido Comunista de la Federación Rusa, que ha sido el gran beneficiado en las elecciones a la Duma de Moscú, mantiene una política seguidista de Putin en cuestiones centrales como su política exterior, además de compartir el nacionalismo gran ruso inoculado desde el Gobierno, lo que impide una genuina unidad de clase entre los trabajadores de las distintas nacionalidades. Estas posiciones reaccionarias, que conviven con una defensa de los derechos sociales, de los servicios públicos y las nacionalizaciones de sectores de la economía, suponen un límite objetivo y una dificultad para impulsar la lucha contra el régimen dictatorial de Putin.

Movilización en alza, pese a la represión

A pesar de las tremendas dificultades, en el último periodo ha habido un aumento de movilizaciones impulsadas desde abajo. En julio estalló un importante conflicto contra la decisión de la Junta Electoral de no permitir la participación de 57 candidatos de la oposición en las elecciones. Miles de personas se han manifestado todos los sábados en Moscú para exigir la retirada de esta medida. La respuesta del Gobierno fue la represión brutal para implantar el miedo entre la población: prohibición de muchas de las manifestaciones, más de 3.000 personas detenidas, varios cientos bajo arresto administrativo de hasta 30 días y 13 personas acusadas del delito de “disturbios masivos”, que puede acarrear hasta 8 años de cárcel.

Pero a pesar de esta constante represión, las protestas han dado un paso adelante. Un referente ha sido la lucha contra la construcción de uno de los vertederos más grandes de Europa en una remota ciudad, Shiyes, en el norte de Rusia.

Los habitantes de esta despoblada zona comenzaron una movilización montando un campamento, con guardias de 24 horas, para paralizar su construcción. Bloquearon los accesos por carretera y se organizaron manifestaciones a pesar de la prohibición de las autoridades locales. La solidaridad se extendió por todo el país, realizándose docenas de movilizaciones y llegando hasta Moscú, donde los partidos de izquierdas organizaron concentraciones.

Otro ejemplo lo tenemos en la ciudad de Ekaterimburgo. Ciudad de casi un millón y medio de habitantes, donde se rebelaron contra la intención de la Iglesia Ortodoxa de construir una catedral en medio del principal parque de la ciudad, a pesar de la oposición del 74% de la población. Esta decisión tenía un gran simbolismo porque estaba impulsada por varios grandes empresarios locales al calor del centenario de la muerte del zar Nicolás II. Las movilizaciones muy radicalizadas comenzaron en mayo, cuando se valló el perímetro del lugar donde se pretendía construir la iglesia. Inmediatamente miles de personas evitaron físicamente, enfrentándose a la policía, que comenzaran las obras. Fruto de la presión social creciente y el apoyo conseguido de otras zonas, Putin se vio obligado a proponer un referéndum y finalmente el proyecto fue rechazado.

Las condiciones sociales son el combustible que alimenta la movilización social

Estas movilizaciones por cuestiones muy concretas reflejan un caldo de cultivo más profundo. Uno de los aspectos que alimenta este creciente descontento es la degradación de las condiciones sociales de la inmensa mayoría de la población. Según datos del Gobierno, un 22% de los rusos vive en la pobreza y un 36% está en riesgo de caer en ella. El salario mínimo se sitúa en 152,8 euros mensuales, con lo que es absolutamente imposible vivir si no se tiene un segundo empleo. Hay cinco millones de trabajadores rusos que no ganan lo suficiente para sobrevivir. Recientemente, Putin aumentó en cinco años la edad de jubilación, de 55 a 60 para las mujeres y de 60 a 65 entre los hombres. La realidad es que muchos pensionistas tienen que continuar trabajando después de la jubilación oficial para poder sobrevivir.

Por otro lado, en lo que va de año, los ingresos reales disponibles han caído un 2,3% y el recurso al crédito ha crecido de forma importante; de hecho, la deuda de los hogares amenaza con hundir el consumo de las familias. Más de la mitad de los hogares deben más del 40% de su renta.

Las perspectivas para la economía de Rusia no son nada halagüeñas. El jefe de la Cámara de Cuentas de Rusia y exministro de Finanzas, Alexei Kudrin, estima un crecimiento para 2019 inferior al 1%.

En este contexto, el apoyo a Putin ha caído abruptamente, con un nivel de confianza hacia él en torno al 30% y con una gran mayoría que piensa que el país “va por el camino equivocado”. Con una nueva crisis económica mundial en el horizonte, y a pesar de la ausencia de un partido de los trabajadores con un programa de transformación socialista de la sociedad, la inestabilidad del régimen bonapartista y autoritario de Putin seguirá profundizándose. Rusia también se adentra en una época turbulenta para la lucha de clases.


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