Cuba vuelve a estar en el ojo del huracán. Desde el pasado domingo 11 de julio, cuando en numerosas ciudades y pueblos estallaron manifestaciones y actos de protesta en los que participaron miles de personas, la maquinaria de propaganda occidental se ha puesto en marcha. Cuba es una dictadura, nos dicen los mismos que respaldan a regímenes criminales como el del “demócrata” Iván Duque en Colombia o Sebastián Piñera en Chile, que respondieron a las movilizaciones populares con una represión brutal saldada con decenas de muertos, cientos de heridos y miles de detenidos.

Duque y Piñera, y muchos otros, defensores de los intereses de los grandes monopolios gringos y europeos y de la oligarquía que gobierna con puño de hierro estas naciones, encabezan Gobiernos “democráticos” según el estándar del capital. ¡Cuba en cambio es una dictadura! Basta reflexionar un momento sobre esta doble vara de medir para entender los fines de la propaganda imperialista.

En EEUU, los abusos y los asesinatos racistas perpetrados por la policía son el vivir de cada día, y las manifestaciones impulsadas para protestar contra estas muertes y exigir justicia se enfrentan a una feroz represión con miles de personas detenidas.

En el Estado español la policía reprime con dureza la gran mayoría de los actos de protesta convocados por la izquierda combativa y los jóvenes, y los jueces no dudan en sancionar o encarcelar a tuiteros, raperos o a cualquiera que exprese públicamente una opinión que puedan considerar “subversiva” a los ojos del régimen del 78. Lo ocurrido con la lucha del pueblo catalán a favor de la república y el derecho a decidir lo dice todo.

Todos estos Gobiernos, organismos internacionales, medios de comunicación… y los dirigentes políticos al servicio de los poderes capitalistas, entre los que ocupan un lugar especialmente deplorable la socialdemocracia internacional, se rasgan las vestiduras sobre la falta de “democracia” en la isla caribeña. Mientras, mantienen relaciones amistosas con regímenes brutales y asesinos como el de Marruecos, Arabia Saudí, etc., cuando no muestran su apoyo a la bárbara represión con la que el Estado sionista israelí aplasta al pueblo palestino.

Ningún comunista, ningún marxista revolucionario puede caer en esta trampa, ni por activa ni por pasiva. Mantener una posición internacionalista, de firme rechazo del bloqueo imperialista y a la propaganda de los capitalistas es el ABC.

Pero a los auténticos amigos de la revolución cubana se les conoce no por adoptar una actitud gregaria y seguidista, o por ocultar los problemas en los momentos de dificultades, sino por entender la naturaleza de clase de los mismos, sus implicaciones de fondo y proporcionar una alternativa para neutralizarlos.

Las lecciones del colapso de la URSS y la desintegración de los Estados obreros deformados de Europa del Este, la restauración de la economía de mercado que acompañó el proceso, la violenta reacción política hacia la derecha y la creación de regímenes bonapartistas burgueses en la mayoría de estos países, son una seria advertencia de lo que puede pasar en Cuba y de lo mucho que está en juego.

Colapso económico

La jornada del 11 de julio comenzó con una manifestación en San Antonio de los Baños, ciudad situada a 26 kilómetros al suroeste de La Habana. El motivo no fue otro que protestar contra los numerosos cortes de electricidad que la población viene sufriendo desde hace meses, el desabastecimiento de productos básicos y la inflación que golpea a las capas más humildes.


La movilización rápidamente se difundió a través de las redes sociales y se reprodujeron en un gran número de localidades, incluida la ciudad de La Habana en la que participaron unas 6.000 personas. Por supuesto, en la capital se dieron cita elementos abiertamente contrarrevolucionarios, dirigidos desde el exilio de Miami. Pero había sectores populares que no forman parte de los grupos instigados por el imperialismo, que gritaron su hartazgo por unas condiciones de supervivencia cotidiana que cada día se hacen más penosas.

¿Cuál es la causa motriz de este descontento? ¿Se puede afirmar que responden exclusivamente a las maquinaciones de los agentes de la derecha cubana y del imperialismo estadounidense? Si realmente fuera así, estaríamos ante un episodio coyuntural y de fácil contención. Pero no parece que sea el caso.

La economía cubana viene soportando una presión brutal desde hace bastantes años, y las dificultades se han agudizado con el estallido de la pandemia mundial. Según datos de medios progresistas estadounidenses[1], solo en los dos últimos años el Gobierno cubano ha visto como se evaporaban sus principales ingresos de divisas. El sector turístico está arruinado, y las entradas de divisas derivadas de esta actividad se han reducido en 3.200 millones de dólares.

Las consecuencias del bloqueo auspiciado por el imperialismo estadounidense también se han agravado[2]. La administración Trump no solo deshizo la tímida apertura de Obama —motivada para no quedar al margen de la inversión capitalista en la Isla frente a Europa y Canadá, y acelerar la transición a la economía de mercado—, sino que se lanzó a infligir la máxima presión y el máximo daño.

El presidente republicano maquinó una batería legislativa para volver imposible el envío de remesas de cubanos residentes en EEUU a sus familiares. En este concepto se calcula que la reducción de ingresos ha sido de otros 3.500 millones de dólares. Pero no solo eso. Los Gobiernos latinoamericanos de la cuerda de Washington se han sumado a cancelar los contratos de servicios médicos que mantenían con La Habana, empeorando otra vía de obtención de divisas.

Esta ofensiva contra el pueblo cubano se ha mantenido con la administración demócrata de Joe Biden. El nuevo presidente no ha aliviado un ápice el bloqueo criminal, y no quiere soliviantar al exilio de Miami después de perder allí las elecciones de noviembre pasado. Este es el personaje que la izquierda reformista internacional presenta como un nuevo gurú del progresismo.

La economía cubana ha sido muy golpeada también por los cambios experimentados en Venezuela. No podemos extendernos en este aspecto, pero las medidas pro capitalistas del Gobierno de Maduro, y el derrumbe del aparato productivo venezolano, especialmente del sector petrolero, se han traducido en una reducción drástica del petróleo barato que Cuba recibía con Chávez, y que les facilitaba con su reventa la obtención de divisas.

¿Por qué es tan importante el flujo de moneda fuerte para Cuba? La respuesta es sencilla. La división internacional del trabajo manda. La Isla no es autosuficiente: tiene que importar más del 60% de los productos que forman parte de la alimentación de la población, porcentaje que se supera cuando hablamos de materias primas industriales, farmacéuticas y tecnológicas. Sin dólares, las importaciones han experimentado un retroceso abrupto de más del 40% en 2020, una cifra que puede superarse en este año.

Estos factores, que tienen un peso enorme, se han visto agravados por el rumbo que ha emprendido la dirección del Partido Comunista cubano y que se reforzó en su VIII congreso del pasado mes de abril. La estrategia de reestablecer las relaciones capitalistas no solo ahoga la planificación económica, provocan una gran diferenciación social, el crecimiento de la desigualdad interna y una escalada de la inflación que perjudica a los sectores populares.

Esta orientación construye en la conciencia popular un rechazo hacia las ideas del socialismo, favorecen el crecimiento de las tendencias pequeñoburguesas, individualistas, del “sálvese el que pueda”, y potencia una doble moral y un doble lenguaje: el de los discursos oficiales y el de la práctica cotidiana.

La revolución y las deformaciones burocráticas

El mismo 11 de julio, el presidente cubano Díaz Canel, en un mensaje televisivo, insistió en que las protestas estaban protagonizadas por una minoría, que todo lo sucedido era producto de la subversión alentada desde Estados Unidos y amplificada por las redes sociales, e hizo un llamamiento a la población a que saliera a manifestarse para “defender la revolución”.


Desde el Gobierno se adoptaron decisiones que pretendían parar el crecimiento de la protesta: se ordenaba la suspensión de internet y se procedía a un despliegue policial tras el que se practicaron numerosas detenciones, sin que haya cifras oficiales de arrestados. La mayoría ya están en libertad o en arrestos domiciliarios bastante livianos: es el caso de la corresponsal del diario derechista español ABC, que se ha podido comunicar con todo el mundo para denunciar a la “dictadura cubana”.

Evidentemente comparar estas medidas “represivas” con lo que sucede en otros países de América Latina cuando estallan protestas de masas es un chiste. De hecho, el Gobierno cubano se está moviendo con pies de plomo, porque sabe que recurrir a medidas de fuerza de otro calado daría munición a los imperialistas y lejos de aplacar el descontento lo extendería.

En respuesta al llamamiento de Díaz Canel el sábado 17 de julio miles de personas se manifestaron por las calles de La Habana. Estas manifestaciones, calificadas de “espontánea reafirmación revolucionaria”, en las que además de los sectores que participan de forma genuina y consciente lo hacen también funcionarios del partido y el Estado o trabajadores estatales convocados y supervisados por sus superiores, no son elementos muy fiables a la hora de valorar el apoyo real con el que cuentan el Gobierno cubano y los dirigentes del PCC.

Y este es uno de los problemas que explican los últimos acontecimientos. No hay duda de que a pesar de las dificultades económicas la revolución sigue teniendo un importante apoyo entre la parte que vivió la dictadura de Batista y sobre todo los años heroicos del apogeo revolucionario, en que los grandes logros de la economía planificada —a pesar de las deformaciones burocráticas del Estado obrero—, permitió el crecimiento del nivel de vida y unas conquistas sociales colosales.

Pero incluso una cosa es la autoridad de la que todavía goza la revolución, y otra muy distinta es la opinión que la clase obrera, la población en general y la juventud en particular tienen del Gobierno cubano, de los dirigentes actuales del PCC y de los altos funcionarios del Estado.

El discurso político oficial no solo no conecta con la juventud, sino que en gran parte la repele. La limitación de la libertad de expresión, la vigilancia y el control burocrático al que es sometida la actividad creativa no solo afecta y provoca las quejas y críticas de los intelectuales; golpea especialmente a los jóvenes que sienten como su iniciativa se atrofia y malogra en esta atmósfera cargada.

Por otro lado ese “marxismo” burocrático, anquilosado y muerto, al estilo del que se “estudiaba” en la antigua URSS y el resto de países del Este, que ahuyenta a gran parte la clase obrera cubana, entre la mayoría de la juventud provoca el más absoluto de los rechazos.

Esta desafección es el producto de demasiadas arbitrariedades, de despilfarro, robo y corrupción en el proceso de producción y distribución, inherentes a un régimen de planificación gestionado burocráticamente, en el que la clase obrera no tiene posibilidad de participar ni en la elaboración y ejecución del plan, ni de intervenir, controlar y dirigir democráticamente las instituciones estatales.

Es la burocracia del Estado y el partido la que impone las decisiones, sin que la clase obrera tenga, en lo fundamental, ninguna posibilidad de influir en ellas. Y esta burocracia, consciente de sus intereses materiales, en gran medida desmoralizada y sin confianza en la capacidad de los trabajadores y la juventud, es la que está operando en un sentido inverso al que se necesita.

La agenda pro capitalista socava las conquistas de la revolución

En un contexto de larga crisis económica y de dificultades crecientes para que gran parte de la población puedan acceder a artículos y servicios de primera necesidad, y con el coste de la vida subiendo mucho más que los salarios o pensiones, los privilegios de los miles de funcionarios que gobiernan libres de cualquier tipo de control efectivo resultan más llamativos e indignantes para los cubanos.

No es casualidad que uno de los principales blancos de las protestas del pasado 11 de julio hayan sido las tiendas en “Moneda Libremente Convertible”, abiertas hace algo más de un año. En ellas solo se aceptan divisas y ofrecen una oferta de productos básicos y de importación, a imagen de las tiendas especiales de la antigua URSS a las que solo podían acceder los burócratas del PCUS y del Estado, o los turistas occidentales.

Pero el problema es mucho más profundo. El sistema impuesto en el pasado mes de enero de unificar el peso (el convertible a divisa con el que no lo era y se pagaban los salarios), y que suponía un paso decisivo para estabilizar las reformas pro mercado, ha aumentado la inflación —que puede llegar a un 500% este año según economistas cubanos— reduciendo los ingresos reales de la mayoría de la población.


Incluso sectores que antes fueron entusiastas de las medidas pro mercado—la vasta población flotante en torno a la actividad turística— también se ha visto perjudicada en la medida que los ingresos turísticos se han reducido exponencialmente.

Hace unos meses realizamos un análisis exhaustivo de la agenda pro-capitalista del Gobierno, inspiradas en el modelo de la burocracia china y el capitalismo de Estado que han logrado estabilizar en el gigante asiático (ver "Perspectivas para Cuba. El debate sobre el socialismo y la desigualdad"). El desarrollo posterior de los hechos ha confirmado en lo esencial nuestros puntos de vista, dejando claro el enorme boquete que estas medias han abierto para que las tendencias restauracionistas se consoliden.

En un intento de demostrar que actúan y toman medidas, el Gobierno de Cuba ha anunciado la autorización a viajeros para la importación de alimentos, productos de aseo y medicamentos sin límites ni pagos de aranceles hasta el próximo 31 de diciembre de 2021. Pero esta iniciativa parcial no va a solucionar el problema de fondo; al margen de que pueda aliviar alguna situación particular, lo más probable es que lo que traiga consigo sea un mayor estímulo para el mercado negro y la especulación.

La cuestión central es cómo enfrentar globalmente el cerco imperialista y las deficiencias endémicas de la economía cubana desde el punto de vista del socialismo marxista. Qué política aplicar para fortalecer la revolución, neutralizar definitivamente las continuas maniobras que la contrarrevolución maquina para destruirla y eliminar del horizonte el peligro, cada vez más evidente, de que la restauración capitalista acabe imponiéndose.

Un régimen de auténtica democracia obrera en el que la clase trabajadora dirija la economía y el Estado, es la condición de partida para defender las conquistas revolucionarias y avanzar realmente hacia el socialismo. Esto implica eliminar los privilegios de los miles de funcionarios que componen la maquinaria burocrática. Pero para los dirigentes estatales y del partido esto no es una opción.

Descartando el control obrero real de la clase trabajadora sobre la economía y la sociedad, las respuestas adoptadas por el Gobierno cubano para enfrentar las deficiencias económicas y las crisis han sido reformas pro-capitalistas. Las consecuencias, que la planificación económica y la propiedad estatal de los medios de producción han ido perdiendo peso frente a las relaciones capitalistas de producción.

Los efectos de esta orientación han aflorado rápidamente: el incremento de la desigualdad, el paulatino desmantelamiento de los servicios públicos y un retroceso en las condiciones de vida de la mayoría de la población. Desigualdad social que, lejos de ser combatida por las autoridades cubanas, es justificada desde las altas esferas del partido que denuncia el supuesto “paternalismo” estatal, los gastos sociales “irracionales”, las excesivas gratuidades, etc.

El capitalismo está ganando fuerza y penetrando en cada vez más áreas de la economía de la Isla, al amparo del partido y del aparato del Estado. El alto mando del Ejército, igual que ocurre en Venezuela o en China, cada vez juega un papel más activo en el proceso de gestión económica y en las privatizaciones, y obtiene regalías y prebendas elevadas. Algunos informes señalan que las empresas controladas por los militares, agrupadas en el emporio Grupo de Administración Empresarial SA (GAESA), controla ya el 60% de la economía nacional y el 80% de la actividad turística.[3]

Hace tiempo que los dirigentes cubanos, han decidido seguir los pasos de la burocracia del “Partido Comunista” de China (PCCh), asumiendo incluso la terminología que esta creó. Los economistas al servicio de la nomenclatura de Beijing inventaron el término “socialismo de mercado”, un eufemismo diseñado para enmascarar la restauración capitalista en la que estaban embarcados bajo su férreo control (en el caso de China, ya completada hace tiempo).

El objetivo central de la dirigencia cubana es pilotar con mano firme el proceso como hicieron sus homólogos chinos. Pero en el caso cubano hay que tener en cuenta toda una serie de factores que condicionan la velocidad del mismo y les empujan a ir con cuidado.

Por un lado, el avance del capitalismo viene acompañado del desmantelamiento de las conquistas sociales que permitieron las reformas igualitaristas más sustanciales, y que dieron más apoyo a la revolución. Un paso en falso en este camino podría provocar una auténtica explosión social y poner en peligro el control que la dirigencia cubana quiere mantener sobre el proceso; de ahí la ruidosa campaña oficial contra el igualitarismo socialista y la relativa lentitud con la que se ponen en marcha las medidas pro capitalistas aprobadas.

El otro factor que condiciona el ritmo de las reformas pro mercado y preocupa especialmente a las altas esferas del PCC y el Estado es la existencia, a pocos kilómetros de La Habana, de la burguesía gusana expropiada en su día por la revolución.

La contrarrevolución de Miami que tienen una enorme fuerza e influencia tanto en las administraciones republicanas como demócratas, están ávidos de venganza y de producirse una restauración capitalista completa intentarían recuperar sus propiedades.

Y en tercer lugar, el proceso de restauración capitalista en la URSS y el Este de Europa, y en gran medida en China, se realizó al abrigo de un boom económico occidental que ahora no existe. El modelo en el que se mira una Cuba capitalista en la coyuntura actual es más parecido a Guatemala, Honduras o El Salvador. Y eso crea también mucha incertidumbre y contradicciones entre quiénes tienen que aplicar las medidas que pueden conducir a ese desastre.

Qué duda cabe que la contrarrevolución cubana, tanto interna como la del exilio, el imperialismo estadounidense y la burguesía internacional, intentan capitalizar el descontento social, el recrudecimiento de la pandemia y las dificultades económicas para que este se canalice contra la revolución y el socialismo.

En las manifestaciones, junto a consignas contra la escasez de alimentos o el alza de los precios, se pudieron escuchar eslóganes abiertamente contrarrevolucionarios, como “patria y vida”, lema acuñado por la “gusanería” en contraposición a la consigna de “patria o muerte, venceremos”, o directamente “abajo la dictadura castrista”, etc.

La cuestión, por tanto, es cómo levantar un proyecto político capaz de enfrentar la despiadada situación material que enfrenta la Isla, frenar las reformas pro capitalistas que han agudizado el descontento social, y sustituir el peso muerto de los privilegios y la administración ineficiente de la burocracia por una democracia socialista donde la clase obrera controle de manera efectiva y democrática la actividad social y económica del país.

¿Es posible romper el aislamiento de la revolución?

Uno de los factores que más condicionan y limitan el desarrollo de la economía cubana y el fortalecimiento de la revolución es su aislamiento. La historia ha demostrado que el socialismo en un solo país, además de ser una idea profundamente antimarxista, es inviable. En el caso de Cuba, un archipiélago en el Caribe con recursos limitados, esto es cien veces más cierto.


Después de más de 60 años, la revolución sigue aislada a pesar de las numerosas oportunidades que ha habido para extenderla. Durante décadas Latinoamérica se ha visto sacudida periódicamente por procesos revolucionarios, pero en todos ellos los consejos y la orientación que venían de La Habana eran a no llegar “demasiado lejos”, a moderar los procesos y concitar “alianzas con los sectores de la pequeña y mediana burguesía” antiimperialista.

Esta fue la orientación que el PCC dio a Salvador Allende en Chile o a Daniel Ortega en Nicaragua. Y esta ha sido la misma política promovida en relación a Bolivia o Venezuela.

En el caso de Venezuela, no haber llevado a término la expropiación revolucionaria de la burguesía no ha evitado la ofensiva imperialista, ni los intentos de golpe de Estado. Pero en cambio sí ha permitido consolidar el poder de una burocracia ineficaz que destruye el legado de reformas progresivas del periodo chavista y es incapaz de sacar al país del marasmo capitalista.

La profunda crisis económica que sufre Venezuela está teniendo hondas repercusiones en Cuba. Se ha debilitado enormemente el balón de oxígeno que suministraban a la Isla las especiales relaciones económicas establecidas entre ambos países.

El internacionalismo proletario es la clave para defender y ampliar las conquistas de la revolución cubana. Un internacionalismo que no solo tenga un carácter asistencial y solidario, sino que sea políticamente efectivo, que contribuya a levantar en los hechos la estrategia para una Federación Socialista de América Latina, basada en la ruptura con el capitalismo y la toma del poder por parte de la masas trabajadoras de la ciudad y el campo. Una estrategia que vuelva a los fundamentos del programa marxista, que solo reconoce una forma de transición el socialismo: la participación democrática de la clase obrera en el control y gestión para edificarlo.

La clase obrera es la llave

Los acontecimientos del 11 de julio han dado un nuevo impulso al debate sobre qué política seguir y quién debe tomar el mando para vencer a las amenazas contrarrevolucionarias externas e internas.

Las manifestaciones de ese día, más allá de las tergiversaciones, las mentiras y manipulaciones imperialistas, han puesto de manifiesto que la insatisfacción y el descontento entre la población existe, se alimenta de las crecientes dificultades económicas que tienen que soportar las masas cubanas desde hace tiempo y está alcanzando un punto crítico.

El peligro de que ese descontento sea capitalizado por los elementos de la contrarrevolución que apoya, financia y asesora el imperialismo norteamericano y la “gusanería” de Miami, es real. Pero la amenaza de la restauración capitalista en Cuba no viene solo desde Miami o la administración de EEUU.

Las medidas pro capitalistas que con mayor o menor continuidad vienen aplicando los dirigentes del Estado cubano y del PCC, no suponen un riesgo menor para la revolución. La legislación que fortalece la parte de la economía cubana regulada por el mercado capitalista, en detrimento de la propiedad estatal y la planificación, ha estimulado e impulsado poderosamente las tendencias restauracionistas en el interior de la Isla.

En todos estos años miles de funcionarios del Estado y del partido han ido tejiendo una sólida red de intereses comunes (legales e ilegales) con las empresas extranjeras que operan en Cuba. A su vez miles de “cuentapropista”, muchos de ellos con buenos contactos entre el funcionariado, han progresado e identifican su prosperidad con las relaciones capitalistas de producción. Ambos grupos presionan cada vez con más fuerza para que el proceso de restauración capitalista se acelere.

La política defendida por una amplia capa de las autoridades del Estado cubano y del PCC, responde fundamentalmente a las aspiraciones e intereses de estos sectores sociales pequeñoburgueses. El resultado de esta política, de mantenerse sin una oposición consciente de los sectores decisivos de la clase obrera y la juventud, sería la restauración capitalista.

El futuro de la revolución cubana está amenazado y la única clase social que puede derrotar a sus enemigos es la clase obrera. La base militante y más consciente del PCC junto el resto de los revolucionarios cubanos deben tenerlo muy presente, recuperando y levantando con audacia el auténtico programa comunista.

Un programa que debe recoger como punto de partida un no contundente a la contrarrevolución capitalista venga de donde venga, y la exigencia clara al Gobierno cubano para que revierta las medidas pro mercado implementadas hasta el momento, empezando por las que entraron en vigor el 1 de enero de este año.

Hay que organizarse y trabajar para hacer avanzar la conciencia de las masas, construyendo una oposición comunista de izquierdas masiva y poderosa. Hay que explicar que aunque el relato oficial sobre el “comunismo” distorsiona lo que este en realidad tendría que ser, un triunfo capitalista representará una Cuba despojada, aplastada y carente de libertad política, de derechos democráticos básicos, de ningún rasgo de igualitarismo. Sería una vuelta atrás salvaje, que llenaría de privilegios y riqueza a una minoría de nuevos millonarios, y de miseria y opresión a la inmensa mayoría.

Solo un régimen de genuina democracia obrera, y la extensión de la revolución al continente latinoamericano, puede enfrentar el peligro de la restauración capitalista y hacer triunfar definitivamente el socialismo.

 

[1] Las protestas en Cuba esta vez son diferentes, William M. LeoGrande, The Nation

[2] “Los daños acumulados durante casi seis décadas de aplicación de esta política ascienden a 144.413,7 millones de dólares” (Gobierno de Cuba. Informe “Cuba vs Bloqueo” presentado ante la Asamblea General de la ONU en septiembre de 2020. Citado en BBC News Mundo, 15-07-21)

[3] GAESA: el consorcio militar que controla la economía cubana


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