México ruge por sus cuatro costados. Hay que remontarse a las jornadas heroicas de la revolución mexicana, sobre todo al cerco de los ejércitos campesinos comandados por Emiliano Zapata y Pancho Villa sobre el Distrito Federal en diciembre de 1914, p“El pueblo ha dicho: ¡Hasta aquí! ¡Se acabó la República simulada! ¡Nunca más la violación a los principios que garantizan el interés general, el interés del pueblo! ¡Nunca más instituciones dominadas por el poder y el dinero! ¡Nunca más aceptaremos el engaño y la mentira como forma de gobierno! ¡Nunca más permitiremos que se instaure un gobierno ilegal e ilegítimo en nuestro país! (...) Es muy sencillo de explicar: Si la voluntad popular es eliminada por el interés o el capricho de los ricos y poderosos, se hace imprescindible luchar por la renovación nacional y por la refundación de las instituciones.”

Discurso de Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo capitalino, 13 de agosto

“López Obrador y los grupos radicales parecen haber tomado el control del PRD. En contraste con lo que ocurrió durante la transición española, cuando el PSOE abandonó el marxismo y se pronunció claramente por una transformación democrática, el PRD está optando por el marxismo-leninismo y rechazando la democracia (...)”

Diario La Reforma, México DF, 4 de septiembre

México ruge por sus cuatro costados. Hay que remontarse a las jornadas heroicas de la revolución mexicana, sobre todo al cerco de los ejércitos campesinos comandados por Emiliano Zapata y Pancho Villa sobre el Distrito Federal en diciembre de 1914, para encontrar una crisis social y política de características semejantes. La memoria de la revolución mexicana, de la guerra campesina que incendió el país amenazando el poder de las clases poseedoras tanto del campo como de la ciudad, ha vuelto a reencontrarse en este formidable movimiento de masas contra el fraude electoral.

Los acontecimientos que sacuden México marcarán un punto de inflexión en la historia del país. No se trata de una simple crisis constitucional o de un desafío a la legitimidad de unos resultados electorales chuscos, amañados con alevosía y nocturnidad. La crisis revolucionaria que vive México es, a su vez, una viva representación de la crisis del capitalismo en el conjunto de América Latina y, sin duda, en el propio corazón de la potencia imperialista más poderosa de la historia: EEUU.

A pesar de todas sus riquezas petrolíferas y de todo su potencial agrícola, México es un país pobre y entregado al imperialismo norteamericano. El desempleo masivo, la pobreza que afecta al 60% de la población, la emigración como única salida para millones de hombres y mujeres, la descomposición social y la represión en todas sus formas... son el pan diario para la inmensa mayoría de los mexicanos. Los responsables de esta catástrofe tienen nombres propios: son la oligarquía mexicana y sus instrumentos políticos, el Partido de Acción Nacional (PAN) y el Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Estas son las auténticas causas del formidable ascenso que la lucha de clases ha experimentado en los últimos años. Los trabajadores, campesinos y jóvenes de México han decidido decir basta y tomar las riendas de su destino en sus propias manos.

El proceso molecular

de toma de conciencia

Esta transformación se ha reflejado en toda una serie de hechos a lo largo de la última década. Sin duda, el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en enero de 1994 en las olvidadas tierras de Chiapas fue un aldabonazo.

La lucha del EZLN despertó un apoyo y solidaridad entusiasta en el conjunto de la clase obrera mexicana. En esas circunstancias, la comandancia del EZLN tuvo una oportunidad histórica de liderar el nuevo proceso de la revolución mexicana. Pero Marcos, al que nadie discute su arrojo, no aspiraba al poder, tal como afirmaba en toda entrevista concedida o en cualquier declaración que salía de sus cuarteles en la Sierra Lacandona, sino a resolver los problemas de los pueblos indígenas.

Doce años después del levantamiento, la experiencia ha demostrado que los problemas del indio mexicano son los mismos que los del trabajador, que los del campesino, porque ellos mismos componen la base de la clase obrera y jornalera. Es el problema del desempleo, de los bajos salarios, de la falta de vivienda, de la ausencia de infraestructuras civiles, agua, alcantarillado, electricidad; del acceso a la enseñanza, a una sanidad digna, pública y gratuita. El respeto a la cultura indígena, a la lengua nativa es también un problema de clase y, como los anteriores, solo encontrará solución a través de la lucha unificada del campesinado pobre y del proletariado urbano por la transformación socialista de la sociedad.

Marcos renunció a defender este programa y ahora ha dejado claro los límites de su política manteniendo una postura absolutamente sectaria y arrogante contra el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Su insistencia en identificar al PRD con el PAN y el PRI le ha llevado al aislamiento político. En cualquier caso, el levantamiento del EZLN no fue el único síntoma del profundo cambio que se avecinaba en el país.

En abril de 1999 estalló la gran huelga de estudiantes de la UNAM que se prolongó durante meses y marcó la vida política del país. La juventud actuó como la caballería ligera del gran ejército de los trabajadores que no tardaría en ponerse en marcha.

Los desgajamientos de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) de numerosos sindicatos que conformaron la Unión Nacional de Trabajadores (UNT); las movilizaciones independientes el Primero de Mayo que han llenado las calles del centro capitalino con decenas de miles de trabajadores en los últimos años; las luchas masivas contra los intentos de privatización de la industria petrolera y del sector eléctrico que han convocado a centenares de miles de trabajadores de todos los rincones de México y, sobre todo, la acción huelguística que, en los últimos meses, ha implicado a sectores decisivos del proletariado mexicano como los mineros o los docentes, han moldeado la conciencia de los oprimidos.

La clase obrera mexicana ha entrado de lleno en la escena. Pero no ha sido sólo en el frente industrial donde ha dejado su poderosa huella. El factor decisivo ha sido su incorporación a la lucha política tomando partido decididamente para garantizar el triunfo electoral del PRD. Y esa decisión ha abierto una crisis de consecuencias revolucionarias.

En el mes de marzo de 2006, los marxistas mexicanos agrupados en la Tendencia Militante escribían lo siguiente en su documento de perspectivas para la revolución mexicana: “Los intentos del gobierno foxista por impedir que AMLO [Andrés Manuel López Obrador] pudiese encabezar la candidatura del PRD a la presidencia de la República se ha convertido en el látigo que ha espoleado definitivamente el movimiento de masas contra la derecha, abriendo un nuevo periodo en la lucha de clases. El 7 de abril de 2005 más de medio millón de personas se concentraron en el Zócalo, esperando la votación de la Cámara de Diputados y el 27 del mismo mes vivimos una movilización (marcha silenciosa) de millón y medio de personas (...)

“Quince días después de que la Cámara de diputados votara el desafuero, el Gobierno Fox tuvo que echarse atrás y declarar nulo el proceso. La retirada humillante de Fox ha sido una conquista histórica de las masas mexicanas y ha elevado la confianza de los oprimidos en sus propias fuerzas. El desafío que el imperialismo y la burguesía lanzaron a los trabajadores ha concluido en una amarga derrota para la clase dominante. Este hecho no puede pasar desapercibido para los marxistas, pues constituye un elemento de capital importancia para el futuro”.

Todas las líneas aquí expuestas han sido confirmadas brillantemente por los acontecimientos. Sólo los marxistas fueron capaces de identificar la dinámica viva de la lucha de clases mexicana y orientarse firmemente hacia las bases obreras y campesinas del PRD.

López Obrador y el PRD

Es una ley histórica que, cuando la clase obrera y los oprimidos deciden pasar a la acción, lo hacen en primer lugar a través de sus organizaciones tradicionales.

Utilizando la herramienta que tenían a su alcance, los trabajadores de México han dado una victoria electoral a Andrés Manuel López Obrador que sin duda ha sido mucho mayor de lo que el propio aparato del PRD esperaba.

Durante los largos meses de campaña electoral un hecho destacó por encima de todos: la furia con que la clase dominante atacaba a AMLO en todos los foros públicos del país. ¿Cómo se explica esta contradicción aparente? ¿Acaso AMLO, como se han desgañitado gritando todos los sectarios de México y el mundo entero, no es un burgués que abandonó el PRI y que cuenta entre sus amistades a multimillonarios como Carlos Slim? Entonces, ¿por qué ese odio visceral de la clase dominante y del imperialismo, de todos los medios de comunicación de la burguesía, incluso de algunos tan “progresistas” como el diario El País, contra López Obrador y contra el PRD?

Ciertamente AMLO no es ningún líder obrero forjado en la dura escuela de las huelgas, ni jamás ha compartido las ideas del socialismo. También es cierto que López Obrador procede del PRI, como una buena parte de la dirección actual del PRD, aunque ésta no es la única fuente de la que bebe el partido. Miles de viejos militantes del antiguo PCM, más tarde del PSUM (Partido Socialista Unificado de México), del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) y, sobre todo, de las organizaciones campesinas y sindicales de todo México conforman la base del PRD. Es, por tanto, una obligación diferenciar siempre que se trata de este tipo de partidos, en países ex coloniales o de desarrollo capitalista tardío, lo que representa la dirección y lo que representa la base, que en muchos casos constituye los principales destacamentos de la revolución. Incluso, más importante, es comprender la relación dialéctica que se desarrolla entre los líderes y las aspiraciones de las masas que los siguen.

La burguesía mexicana y el imperialismo no temen tanto las “ideas” de López Obrador, como a las masas que lo siguen. Y, evidentemente, después de los últimos acontecimientos sus peores temores se han confirmado.

Un proceso continental

Para la clase dominante norteamericana, Latinoamérica se ha convertido en una amenaza fundamental a sus intereses estratégicos. La revolución, la peor de sus pesadillas, ha hecho de nuevo su aparición con fuerza redoblada. Es el caso de Venezuela, con la revolución bolivariana encabezada por Hugo Chávez, y también de Bolivia. En este último país, Evo Morales se había desentendido de las políticas más radicales. Pero Evo debe su victoria a las masas y la presión de éstas sobre su gobierno se ha dejado sentir desde el primer momento, culminando con el decreto de nacionalización de los hidrocarburos y la intensificación de sus vínculos políticos con Hugo Chávez y Fidel Castro.

Para complicar las cosas, la clase obrera mexicana se ha instalado más al norte de Río Bravo. Las manifestaciones masivas de abril y la gran huelga general del Primero de Mayo en la que participaron diez millones de trabajadores latinos, en su mayoría de origen mexicano, ha representado la movilización independiente de la clase obrera de EEUU más importante desde las grandes luchas obreras de los años treinta. Un proceso revolucionario en México tendrá indudablemente un impacto inmediato entre esta masa de trabajadores.

Estas son las razones de fondo de la oligarquía mexicana y el imperialismo para optar por el fraude e impedir que AMLO gobierne. Paralelamente han desarrollado otras líneas de intervención, infiltrando masivamente a políticos priístas en las filas del PRD para controlar la estructura del partido. Pero eso no ha sido suficiente. No quieren comprobar lo que pasaría con un gobierno de AMLO después de las experiencias conocidas de Venezuela y Bolivia. No es que no se fíen de López Obrador, no se fían de las masas mexicanas.

Crisis revolucionaria

La reacción inmediata contra el gigantesco fraude electoral ha sido la movilización de masas más grande de la historia del país desde la revolución de 1910. Más de siete millones de trabajadores, campesinos y jóvenes se han manifestado en las principales calles del centro del DF y de su Zócalo en las jornadas del 9 y 16 de julio, así como el 30 de julio. La rabia de las masas se ha traducido en una decisión inquebrantable de llegar hasta el final para lograr que AMLO sea Presidente de la República.

En todo este proceso, la orientación de AMLO ha sido exigir un nuevo recuento electoral, voto por voto, casilla por casilla, pero finalmente, y después de marear la perdiz para dar una apariencia de legalidad y respeto por las leyes, el Tribunal Electoral ha proclamado presidente de México a Felipe Calderón (más conocido entre el pueblo como Fecal).

Lo ocurrido no revela más que la auténtica naturaleza de la llamada democracia burguesa, que en México, al igual que en el resto del mundo, no es otra cosa que la forma que adopta la dictadura del gran capital, de los terratenientes y de sus jefes imperialistas. No es la primera vez, ni el primer país, en que se modifican los resultados electorales cuando no son del agrado de esta oligarquía.

Después de la inmensa movilización del 30 de julio, AMLO lanzó la idea de ocupar permanentemente el DF instalando campamentos con miles de seguidores. A pesar de todas las limitaciones que los campamentos podían suponer, el gigantesco plantón del DF se ha convertido en el foro de debate más grande de la historia del país, en una gran universidad de los trabajadores, donde cientos de miles de hombres y mujeres han confrontado ideas, programas y acciones, y en el que los marxistas de Militante han jugado un papel muy destacado.

Convención Nacional Democrática y el ejemplo de Oaxaca

López Obrador ha convocado para el 16 de septiembre a una Convención Nacional Democrática, que “impida” la llegada al poder de Felipe Calderón. Esta reunión, que probablemente agrupe a más de un millón de delegados, entre los cuales habrá cientos de miles de obreros, campesinos y también miles de dirigentes locales del partido, incluido todo su aparato, supone una oportunidad extraordinaria para llevar adelante la lucha de la única manera consecuente: derribando el gobierno panista y derrocando el capitalismo.

el capitalismo.

Obviamente para sectores importantes del aparato perredista la idea de salirse de la legalidad burguesa les aterra. Pero estos elementos no pueden plantear abiertamente sus auténticas intenciones, so pena de ser expulsados del movimiento por las masas y perder toda su credibilidad. Tienen que maniobrar para diluir el contenido clasista de la lucha y rebajar sus objetivos.

Por otro lado, la burguesía de México está comprendiendo dolorosamente la gravedad de la situación. En estos dos meses de movilizaciones masivas no han podido recurrir a la represión frontal. Diferentes encuestas han señalado que en torno al 70% de los soldados votaron por López Obrador, y no hay duda de que en los cuarteles, desde la suboficialidad para abajo, existe un amplio sentimiento de apoyo hacia el candidato del PRD.

En estos momentos, la correlación de fuerzas le es totalmente desfavorable a la clase dominante. Toda su táctica se ha orientado a dividir al PRD y lograr aislar a López Obrador ofreciendo pactos y consenso. Pero los frutos de esta estrategia han sido magros. La autoridad de López Obrador ha aumentado considerablemente entre las masas mexicanas, y al mismo tiempo la presión de millones de trabajadores empuja a López Obrador a un enfrentamiento cada vez más abierto con el sistema.

Es muy significativo que el día 1 de septiembre el Congreso Nacional apareciese rodeado fuertemente por destacamentos militares para evitar el avance de decenas de miles de trabajadores y jóvenes concentrados en el Zócalo, dispuestos a impedir que Fox leyese su discurso presidencial. Insólitamente, Fox tuvo que renunciar a la lectura de las mentiras que había preparado, ante el boicot de los parlamentarios del PRD que se hacían eco de la enorme presión que se vivía en el centro histórico de la ciudad.

Los acontecimientos han llegado a un punto decisivo. Junto con el movimiento de masas que está teniendo como epicentro el Distrito Federal, en el Estado de Oaxaca, las masas pobres de la región, encabezadas por los trabajadores docentes que llevan en huelga indefinida desde el mes de mayo, han tomado el control de la capital del Estado y han organizado lo que no es otra cosa que un embrión de sóviet: la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (APPO).

La insurrección de los trabajadores oaxaqueños ha hecho frente, exitosamente, a todos los intentos del Estado por derrotar el movimiento. La Asamblea Popular ha tomado el control de la vida económica y política de la ciudad, coordinando la lucha de todos los sectores del movimiento y organizando comités de autodefensa, una auténtica Guardia Roja que ha respondido contundentemente a las acciones de los grupos policiales y paramilitares.

El ejemplo de Oaxaca muestra todo el potencial de la revolución mexicana, y es la prueba más viva de la situación de doble poder que se extiende por todo el país. Pero esta situación no se puede mantener de manera indefinida. Para que el poder de los trabajadores y los oprimidos se imponga definitivamente sobre el de la burguesía es necesario que la Convención Nacional Democrática adopte un plan de lucha para derrocar al gobierno y defienda claramente un programa socialista.

Luchar por el

poder socialista

El pasado 13 de agosto, en la Plaza del Zócalo, López Obrador propuso cinco objetivos que entran en contradicción absoluta con las condiciones actuales del capitalismo mexicano:

“1.- Combatiremos la pobreza y la monstruosa desigualdad imperante en nuestro país. Ya es insoportable que una minoría rapaz lo tenga todo, mientras la mayoría de los mexicanos carece hasta de lo más elemental e indispensable. Además, sin justicia no habrá garantías de seguridad ni tranquilidad para nadie. Tampoco habrá paz social. La paz es fruto de la justicia.

“2.- Defenderemos el patrimonio de la Nación. No permitiremos que sigan enajenando los bienes nacionales. No permitiremos la privatización, bajo ninguna modalidad, de la industria eléctrica, del petróleo, de la educación pública, de la seguridad social y de los recursos naturales.

“3.- Haremos valer el derecho público a la información. (...)

“4.- (...) El gobierno no puede seguir siendo un comité al servicio de una minoría. Ejercer el gobierno no puede significar privilegios ni corrupción. Tiene que castigarse a quienes cometen abusos desde el poder y despojan de su patrimonio a los mexicanos.

“5.- (...) No permitiremos que los principios constitucionales y las garantías individuales se sigan pisoteando, porque las instituciones encargadas de proteger estos derechos se encuentran secuestradas y sometidas a los designios de una camarilla. Ya no estamos dispuestos a permitir que la política hacendaria y fiscal se aplique sólo en beneficio de banqueros y de traficantes de influencias. Ya no estamos dispuestos a permitir que la Suprema Corte esté al servicio de potentados y se proteja a delincuentes de cuello blanco”.

López Obrador tiene toda la razón cuando señala que “El gobierno no puede seguir siendo un comité al servicio de una minoría”. Hace más de 150 años Carlos Marx señaló que el gobierno en cualquier régimen burgués, incluyendo la república más democrática, no es más que el comité ejecutivo que vela por los intereses generales de la clase capitalista. También tiene razón López Obrador cuando afirma que “las instituciones encargadas de proteger estos derechos se encuentran secuestradas y sometidas a los designios de una camarilla”. En realidad las instituciones parlamentarias de la burguesía no son las sedes de la soberanía nacional, mal que les pese a Zapatero, Llamazares y a los editorialistas de El País. El parlamento burgués no es otra cosa que un gran establecimiento donde los políticos profesionales de la clase dominante se dedican a hacer demagogia con sus discursos y sancionan decisiones que, en su gran mayoría, se discuten y se aprueban en otros organismos que no han sido elegidos por nadie pero que oprimen a millones. Estos organismos, que concentran el auténtico poder que gobierna la sociedad, son los consejos de administración de los grandes bancos, los monopolios y los Estados Mayores del ejército.

Si López Obrador quiere cumplir con sus promesas y no traicionar al pueblo de México, como ha declarado con vehemencia, tiene que organizar la lucha para derrocar al gobierno, expropiar los grandes poderes de la economía capitalista, y organizar a la mayoría de la población que le sigue impulsando la creación de comités de lucha en las ciudades, barrios, pueblos, empresas y universidades de todo el país, que se coordinen en una auténtica Convención Revolucionaria Nacional.

Lo que la clase trabajadora mexicana necesita es una estrategia revolucionaria y la certeza de que los siguientes pasos serán un avance en la movilización.

Los marxistas mexicanos han planteado abiertamente en el seno del PRD, de los comités de base organizados contra el fraude, en los campamentos, y lo harán en la CDN del próximo 16 de septiembre, la necesidad de organizar inmediatamente una huelga general de 24 horas contando con la participación activa de los sindicatos y las organizaciones campesinas de todo México, en un gran Frente Único. Una huelga así, que paralizara la producción de todo el país y sirviese para organizar comités en todas las fábricas, ejidos y localidades, sería una presión decisiva para derrotar los planes del gobierno y del Estado.

Este es el camino que completaría las movilizaciones de julio. Pero es posible que incluso la burguesía en esas circunstancias no aceptara ceder y reconocer el triunfo de AMLO. ¿Cuál sería pues el siguiente paso? La respuesta es obvia: huelga general indefinida con ocupaciones de fábricas, empresas y universidades; un llamamiento revolucionario a los soldados junto a la organización de comités en los cuarteles, y la extensión de los comités de lucha, transformándolos en un nuevo poder obrero.

Este es el programa que los marxistas mexicanos agrupados en la Tendencia Militante defienden enérgicamente en el seno del PRD y en el movimiento de masas.

La revolución mexicana es una realidad inapelable. Los trabajadores, campesinos y jóvenes de México han decidido transformar su realidad de explotación y humillación por otra en la que la palabra dignidad y democracia cobre sentido pleno. Y esto sólo será posible a través de la revolución socialista, del poder obrero, con la expropiación política y económica de la burguesía, de los grandes banqueros y terratenientes y sus aliados imperialistas. Una revolución que no se detendrá en sus fronteras y fortalecerá el proceso abierto en todo el continente, haciendo más real la perspectiva de la Federación Socialista de Latinoamérica.


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