Cada año las estaciones se desdibujan más; las lluvias se retrasan, los frentes fríos se prolongan y las oleadas de calor alcanzan temperaturas mayores. El cambio climático se presenta como una realidad innegable que se recrudece mientras las medidas para combatirlo se insinúan como meros paliativos supeditados a los grandes intereses económicos.

La naturaleza subyugada ante un sistema voraz

En mayo de 2022, el 81% de la superficie del país alcanzó algún grado de sequía. En años anteriores presenciamos deslaves, inundaciones, lluvias torrenciales, frentes de calor y ríos fuera de su cauce no únicamente en México, sino alrededor de todo el mundo. Los medios insisten en llamarlos “desastres naturales”, obviando que la actividad desmedida y anárquica del sistema de producción capitalista ha acrecentado sus efectos de forma cada vez más notoria.

Dentro de la lógica de mercado capitalista, se prioriza la ganancia económica sobre cualquier forma de vida. De esta manera, los recursos naturales (y humanos) se ponen a disposición de los ciclos de producción masiva, los cuales –por supuesto– no respetan los ciclos naturales que permiten la regeneración de los recursos. Es por eso que pensar en un “desarrollo sostenible” dentro de este sistema económico resulta ingenuo.

Los efectos colaterales de la alteración de los suelos y ecosistemas se traducen en temperaturas extremas, periodos prolongados de sequía o lluvia excesiva, el reblandecimiento de la tierra, la generación de basura a niveles abrumadores, la extinción de especies a pasos agigantados, entre otras. La relación es clara: los desastres naturales son el resultado de una serie de políticas que no contemplan la degradación medioambiental como consecuencia directa del sistema económico que sostienen.

Ganancia para los propietarios, condiciones imposibles para la clase trabajadora

Es evidente que los grandes empresarios no sufren las implicaciones de este sistema; quien vive hacinada, en zonas de riesgo, bebe agua contaminada y eleva las estadísticas de cáncer a nivel regional es la clase trabajadora. Sostener las cadenas de producción, además de generar un impacto irreversible sobre el medio ambiente, conlleva condiciones de vida absolutamente degradantes para las y los trabajadores.

Esto se puede observar, por ejemplo, en la crisis de vivienda de las grandes ciudades; ésta ha orillado a millones de familias a establecerse en zonas de alto riesgo, como el cerro del Chiquihuite, en Tlalnepantla, donde se produjo un derrumbe catastrófico en septiembre de 2021. Tampoco nos resultan ajenas las imágenes de la basura que desborda las colonias periféricas de la CDMX y el Estado de México, sin ir más lejos. El ciclo de producción, consumo y desecho parece frenético e irrefrenable; es un disparo al cielo, y son las grandes empresas quienes jalan el gatillo.

Se estima que únicamente 100 multinacionales producen el 70% de los gases invernadero a nivel mundial. Esto significa que, si realmente se quisieran tomar acciones para revertir el daño medioambiental, esa decisión estaría concentrada en relativamente pocas manos; sin embargo, sabemos que la clase dominante no va nunca en contra de sus ganancias. Los acuerdos internacionales y los objetivos de desarrollo sostenibles, como el Acuerdo de París, no pueden plantear una solución de fondo a la crisis ambiental, porque están redactados por la misma gente que dirige esos grandes intereses financieros.

Alternativas insuficientes y superfluas

Para el sistema, resulta más inofensivo plantear soluciones superficiales que redirigen la responsabilidad al individuo, como bañarse en poco tiempo, no tirar basura en las calles, etc. Este tipo de acciones individuales por supuesto que son necesarias y cada vez más personas se suman a ello, fruto de la genuina preocupación que existe por la degradación del planeta, pero su impacto es absolutamente insuficiente ante las transnacionales que vierten desechos químicos en ríos, o que fabrican millones de botellas plásticas cada segundo[1] para aumentar sus ganancias sin ningún tipo de responsabilidad real. Además, estas narrativas abren otra oportunidad de mercado, como el greenwashing o capitalismo verde, que demuestra de nueva cuenta la gran capacidad de cooptación que tiene este sistema.

Por otro lado, se utilizan también argumentos ecofascistas donde se culpa a la sobrepoblación del desastre ambiental actual, mediante premisas aporofóbicas, clasistas y falaces; en realidad, la huella ambiental de las clases altas es mucho mayor al del promedio de la clase trabajadora, debido a los hábitos de consumo y desecho relacionados con el poder adquisitivo y la mercadotecnia.

Defender sus intereses a toda costa

El sistema tiene una respuesta tajante para quienes se atreven a accionar colectivamente en defensa del territorio y los recursos naturales. En 2021, México se convirtió en el país con más defensores medioambientales asesinados a nivel global, superando a Colombia y Brasil. Junto con los desplazamientos territoriales por el crimen organizado, esto forma parte de los métodos ilegales que utilizan las corporaciones para eliminar obstáculos, aunque también utilizan la vía “legal” para ello, aprovechando lagunas en las leyes, legislando a su favor, ganando concesiones de formas cuestionables, entre otras.

Ser defensora o defensor medioambiental en un contexto de tal voracidad se traduce en convertirse en una figura muy incómoda para el engranaje capitalista. Sin embargo, los grupos originarios y las comunidades no han cesado en su lucha; la defensa del territorio es un tema álgido que no se puede considerar ajeno.

Día de la Tierra, día de lucha

Las y los oprimidos debemos plantar cara de forma unificada a los grandes intereses que nos niegan el futuro en su forma más evidente, pues nos arrebatan sin ningún remordimiento nuestro planeta. Este sistema económico no ofrece alternativas reales, porque atentaría contra su esencia. Ante esto, se debe responder con una lucha que garantice una solución de fondo, una transformación profunda que solo encontraremos en un cambio del sistema de producción.

El 22 de abril, Día de la Tierra, se presenta como una fecha que podemos reivindicar para luchar, para plantear los pasos a seguir en esta batalla por la vida digna contra las ganancias de la minoría dominante. Experiencias como la toma de Bonafont en Puebla y la lucha contra la Constellation Brands en Mexicali nos han demostrado que sólo mediante las acciones colectivas donde participen de forma conjunta la clase obrera, el campesinado, estudiantes y capas medias se puede hacer frente al sistema de muerte que nos rodea. La nacionalización de los recursos y la redistribución es el único camino.

¡Trabajar menos,

trabajar todxs,

producir lo necesario,

redistribuir todo!

 

[1] “Coca-cola encabeza otro año el ranking de la contaminación por plástico”.  

https://cronicaglobal.elespanol.com/business/coca-cola-encabeza-ranking-contaminacion-plastico_422268_102.html


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