La violencia organizada por los narcotraficantes ha sido utilizada por el régimen contra los opositores, y todos aquellos para los cuales el sistema funciona en mayor o menor medida están involucrados. Pero también ha sido utilizada por los empresarios, en especial, los mineros para vaciar pueblos y regiones dónde se encuentran los minerales, para asesinar a líderes comunitarios y amedrentar las iniciativas de  resistencia. En las ciudades ha sido la violencia policíaca contra la organización y la lucha, contra las manifestaciones y los mítines. La actuación sanguinaria de la policía que ha dejado heridos y muertos en docenas de marchas y lugares a lo largo de la República.

 

Cuando muchos en el movimiento se declaran a favor de la no violencia en realidad están pidiendo una cosa muy concreta, lo que no queremos es a los narcotraficantes amenazando nuestra vida bajo la mirada cómplice de sus familiares en el poder, no queremos a la policía en nuestras marchas, en nuestras escuelas, no queremos golpes y represión en nuestras manifestaciones. Tenemos derecho a decir lo que pensamos, a organizarnos, a reunirnos y manifestarnos, a salir a la calle y retar al gobierno con la claridad de nuestras ideas y la fuerza de nuestra rabia organizada, desnudando su naturaleza y poniendo a vista del globo entero que no son otra cosa más que una junta administrativa de los negocios de banqueros e industriales y también de los dueños del comercio de drogas.

 

Pero esto es aprovechado por aquellos portavoces del sistema, todos esos periodistas, doctores, maestros y demás pandilla que se hace pasar de sabihonda e iluminada, en realidad, alimañas de la peor calaña cuya mejor habilidad es arrastrarse con bandera de imparcial para adoctrinar con lamentaciones insulsas sobre la violencia que sólo provoca más violencia, que es mala venga de donde venga y otras sentencias por el estilo. Recomendando mediante la reflexión profunda que el movimiento debe de abstenerse a nombre de la cultura, la ética, la moral, o cualquier otra invención, de desafiar al Estado, a las instituciones y cuestionar al sistema, su explotación y su miseria. Pontificando que la violencia la generamos nosotros mismos cuando no somos amables en la calle, cuando tiramos basura o cuando no le damos de comer bisteces a todos los perros de la calle, descalificando con ello cualquier cosa que digamos o hagamos, pues, según ellos, no somos nadie para opinar sobre el tema y mucho menos para proponer un cambio.

 

Debemos poner un alto a esta gente y sacar conclusiones de la realidad misma. Si en las últimas marchas no ha habido policía es por la fuerza del movimiento, por su masividad y porque el gobierno sabe que está en una posición inestable donde cualquier error puede acelerar su caída. Por supuesto eso no significa en ningún momento que justifiquemos a aquellos que utilizan esta situación para realizar acciones “radicales” al margen del movimiento, aquellos que llaman a la lucha del pueblo pero en los hechos lo alejan con sus acciones. Decimos abiertamente que hay métodos que hacen avanzar al movimiento y otros que no. Pero acabar con esos métodos no es tarea de la policía, del gobierno y sus cárceles sino de nosotros, del movimiento mismo. Con el debate democrático y honesto sobre los métodos, la politización y la conciencia del estudiantado y los trabajadores, la participación de todos en las acciones que se acuerden mayoritariamente. Seguiremos defendiendo nuestro derecho a la organización y nuestro deber a la lucha y entre más organizados estemos la lucha será menos cruenta. Pero no seremos los perritos amaestrados que ellos quieren, nos defenderemos con los métodos y la firmeza que se requieran para mantenernos seguros y seguir dando la pelea por la transformación social. La próxima vez serán ellos los que saldrán huyendo ante la fuerza de los estudiantes y obreros organizados.


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