La relación entre Estados Unidos y el crimen organizado en México puede entenderse como una manifestación de las dinámicas y contradicciones del capitalismo, donde la subordinación a los intereses imperialistas, la explotación, la demanda de mercancías ilegales, la corrupción y la militarización de la seguridad pública ―por mencionar algunas―, perpetúan un sistema de violencia y acumulación en beneficio de la burguesía.

Intervencionismo como herramienta de dominación

Como hemos señalado en artículos anteriores, la “guerra contra el narco”, simulada por Felipe Calderón para legitimar su gobierno luego del fraude electoral y responder a las exigencias del imperialismo estadounidense, generó una crisis de violencia sin precedentes.

A lo largo de la historia, el intervencionismo yanqui en México ha mostrado distintas caras. De 2006 a la fecha, gran parte de las operaciones imperialistas se han centrado en “combatir” al crimen organizado a través de acciones como “políticas de seguridad” ―sí, entre comillas, porque lo único que protegen son los intereses de la burguesía―, tal es el caso de la Iniciativa Mérida, firmada en 2007 por los criminales George Bush y Calderón, y que solo sirvió para militarizar la seguridad pública y escalar el conflicto. Otra estrategia recurrente ha sido la fragmentación de cárteles y desestabilización controlada de plazas, como ejemplo, la reciente detención ilegal de “El Mayo” Zambada en territorio mexicano por elementos de la DEA, la CIA y la DHS, que ha resultado en una escalada de violencia en Sinaloa que nueve meses después continúa imparable con más de mil personas asesinadas y alrededor de setecientas personas desaparecidas como consecuencia.

Siguiendo lo anterior, la reciente designación de seis cárteles mexicanos como organizaciones terroristas por parte del gobierno fascista de Donald Trump, es una clara expresión de la intervención imperialista que no solo ha abierto la puerta al golpeteo y a la petición rastrera de intromisión norteamericana por parte de la derecha mexicana ―así como lo hicieron tras el hallazgo del campo de reclutamiento forzado en Teuchitlán, Jalisco―, sino a incursiones militares y a una ofensiva ideológica dirigida hacia lxs migrantes y la clase trabajadora en nuestro país. Sabemos que esto no es coincidencia, se trata de la misma estrategia con la que el imperialismo estadounidense, bajo el discurso de una supuesta “guerra contra el terrorismo”, asesinó a cientos de miles de personas en Oriente Medio e insertó la islamofobia a nivel global.

Estados Unidos demanda, el crimen organizado suministra

La expansión del narcotráfico en México no puede explicarse sin uno de sus principales motores: la demanda de drogas desde Estados Unidos. Dicho país ha construido un mercado negro voraz, donde actualmente se observa una creciente exigencia de sustancias sintéticas diseñadas para ser cada vez más adictivas, como el fentanilo, alrededor de cincuenta veces más adictiva que la heroína y cien veces más potente que la morfina.

La demanda estadounidense de estas drogas de diseño, de la que descaradamente Trump responsabiliza a México y China, no solo ha reconfigurado las sustancias y las actividades del crimen organizado ―como el reclutamiento de jóvenes mexicanos estudiantes de química para convertirles en cocineros de fentanilo―, sino que se traduce en un giro hacia drogas cada vez más lucrativas ―con márgenes de ganancia de más de dos mil veces su costo de producción―, mostrando la adaptación del crimen organizado a las variaciones del mercado y la reproducción de lógicas de acumulación donde la vida humana se subordina al beneficio económico.

Los cárteles nos asesinan con armas estadounidenses

El tráfico de armas desde EEUU ―principal proveedor del mercado legal e ilegal en México―, facilitado por la corrupción, el lobby armamentista y cuestiones normativas como la segunda enmienda, ha colocado la capacidad de fuego del crimen organizado en un nivel que representa un verdadero desafío a las fuerzas armadas mexicanas. De acuerdo con el propio Departamento de Justicia de Estados Unidos, más del 70% de las armas que utiliza el narcotráfico provienen de su territorio, principalmente de estados como Arizona, asimismo, más del 80% de las armas estadounidenses rastreadas en territorio mexicano se recuperaron en estados con presencia dominante del Cartel de Sinaloa y del Jalisco Nueva Generación, mismos que, por cierto, han sido recientemente clasificados como terroristas en la lista de Trump. Su cinismo es insólito.

La situación es clara, mientras fabricantes de armas estadounidenses como Smith & Wesson y Glock obtienen ganancias colosales, la clase trabajadora mexicana inunda las fosas clandestinas.

La guerra contra lxs migrantes

Las políticas migratorias de Trump, como la deportación acelerada ―que permite expulsar a cualquier persona del país sin el derecho de llevar su caso ante un juez― y el refuerzo fronterizo ―con el despliegue de diez mil elementos de la Guardia Nacional mexicana en la frontera como respuesta a la presión arancelaria―, no solo intensifican la vulnerabilidad de lxs migrantes mediante la deshumanización, persecución y criminalización, sino que pretenden romper con la solidaridad de clase para sostener los intereses de lxs capitalistas.  

Sumado a lo anterior, el crimen organizado continúa apostando por el control de rutas migratorias, extorsionando, reclutando y asesinando a personas precarizadas que huyen de la violencia de su lugar de origen para encontrarse con un destino igual o peor. Los ejemplos son numerosos, pero a solo unos meses de cumplirse quince años de impunidad, recordamos la masacre de San Fernando, Tamaulipas, a menos de 150 kilómetros de la frontera con EEUU, donde setenta y dos migrantes centro y suramericanxs ―58 hombres y 14 mujeres― fueron asesinadxs a manos de Los Zetas luego de rehusarse a ser reclutadxs.

La relación entre la migración, el crimen organizado y Estados Unidos es profunda y variopinta, pero una cosa es incuestionable, la demanda de droga financia organizaciones criminales, la violencia desplaza personas y las políticas migratorias obligan a estxs a morir bajo el poder de los cárteles o a recurrir a estos.

Su decadencia es innegable

El imperialismo estadounidense, en la batalla contra su propia decadencia, recurre a la violencia como herramienta para conservar el control regional y desviar la atención de sus contradicciones internas. Estados Unidos ha cimentado un ciclo de barbarie en México que desestabiliza tanto a instituciones estatales como a grupos delictivos, genera migración forzada, y justifica el intervencionismo bajo un discurso descarado de “seguridad” ―al mismo tiempo que demanda la mayor parte de las drogas traficadas por el crimen organizado, ampara el blanqueo de capitales por medio de sus bancos y provee la mayoría de las armas empuñadas por estos grupos.

Con todo, cada día se hace más evidente la necesidad de construir un programa socialista para emancipar a nuestra clase del orden burgués y su brutalidad. Solo la unidad internacionalista de la clase trabajadora nos permitirá combatir a este sistema que utiliza al crimen organizado como un brazo perverso para sostener la acumulación de poder y capital.

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