La guerra por territorios y mercados entre cárteles del crimen organizado ha desgarrado nuestro país desde el sexenio de Calderón. No solamente ha superado ya el conteo de soldados yanquis muertos de la guerra en Vietnam en estos 8 años, si no que ha puesto su marca en toda nuestra sociedad. Y el estado con sus fuerzas armadas no ha sido la excepción. Hemos asistido a incontables episodios de entrevistas y vínculos entre cárteles y altos mandos de la policía y el ejército en estos años, sacando cada vez más a la luz pública la imagen de que las fuerzas policiacas y militares no son más que otro brazo armado de los cárteles criminales y que están en completa complicidad con éstos.

Así, las pugnas entre distintas corporaciones policiacas y militares (municipales, federales, ejército, marina) que hemos visto estos años no han sido otra cosa que una expresión de la pugna de los cárteles vinculados a las distintas corporaciones.

A pesar del famoso dicho de Calderón de que los narcos sólo “se matan entre ellos”, hemos sido los trabajadores, campesinos y jóvenes más desprotegidos del país los que hemos dado nuestra sangre para engrosar tanto las cifras de muertos de esta guerra como las tasas de ganancia de aquellos que están beneficiándose de ella. En este contexto, es interesante ver cómo el único lugar que dentro de esta crisis económica tiene una constante oferta de vacantes es la policía. Más allá de la imagen de “gorilas” que se pinta de la policía, hoy las fuerzas armadas del país están llenas de elementos que hace un par de meses eran trabajadores o desempleados igual que nosotros. Y son ellos, y no los grandes mandos, mismos que se sientan a la mesa con los grandes líderes del narco, quienes se juegan la vida en campañas mal planeadas y sin sentido articuladas desde arriba. Sólo para luego ver a esos mismos mandatarios pactar con los mismos narcos que los mandan a combatir.

Estas deplorables condiciones han encontrado su respuesta en diversas manifestaciones. Una de éstas han sido las marchas, huelgas y conflictos laborales entre los policías y el estado. El mes de marzo nos dio al menos dos ejemplos de esto.

El primero fue un breve conflicto entre la policía michoacana y el gobierno del estado: 300 policías estallaron una huelga para exigir el pago de salarios atrasados, mejora de armamentos, uniformes y el cumplimiento del aumento de salario prometido. Aunque el gobierno entrante prometió un aumento de salario a 12 mil pesos, los elementos policiacos del estado siguen ganando alrededor de 4 mil. No es casual que en la misma entidad, la cual está en el ojo del huracán del desarrollo de los grupos de autodefensa, exprese estos problemas. Ambos fenómenos son expresiones de la bancarrota total de la guerra del narco. Ambos son formas de oposición del pueblo trabajador ante el intento de ser enviados al matadero en esta guerra del narco en favor de las ganancias de unos cuantos.

Otro ejemplo lo tenemos en Tabasco. Los policías de esta entidad estallaron una huelga por consignas análogas a las antes mencionadas, pero el eje principal de su lucha fue la exigencia de la destitución de Audomaro Martínez, secretario de seguridad pública de la entidad, por mal manejo de fondos. Después de 14 días de huelga, el gobierno estatal amenazó con despedir a los policías que decidieran mantener el cese de labores. También en Puebla han planteado los policías de la entidad la posibilidad de seguir el ejemplo de Tabasco y Michoacán.

Estos pequeños acontecimientos son de capital importancia. Prueban que a pesar de que la policía sirva hoy para defender y enriquecer a los propietarios de los medios de producción, incluso sirviendo como aparatos de represión contra los trabajadores organizados; las corporaciones policiacas y militares hoy están llenas de trabajadores. Por decirlo así, las fuerzas armadas del gobierno están infiltradas inconscientemente por miles y miles de trabajadores que hoy llevan placas y uniformes. El tema es que estas luchas muestran que gradualmente miles y miles de policías despiertan a su condición de explotados y toman los métodos de lucha que otrora fueron usados para reprimir, o sea, huelgas, marchas, etc. A medida que las fuerzas armadas sigan siendo usadas como milicias privadas de los grandes propietarios del capital, es cuestión de tiempo para que estos pequeños brotes devengan quiebres radicales en el seno de las fuerzas armadas entre los generales que defienden a los grandes capitales y los miles y miles de trabajadores que conforman la tropa. Es cuestión de tiempo para que los soldados se nieguen a ser peones en las campañas de muerte de sus comandos y para que los policías se nieguen a reprimir huelgas y marchas al reconocerse más en los que protestan que en los que los mandan a golpear. Esto no es un ideal, ya es una escena frecuente en los procesos revolucionarios del mundo.

¡Por el derechos a la sindicalización de policías y soldados!

¡Por salarios y condiciones dignas de trabajo para los cuerpos policiales y del ejército!


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