El pasado fin de semana más de siete millones de personas ocuparon las calles de 2.700 ciudades estadounidenses en protesta contra la deriva autoritaria y fascista del Gobierno Trump: 350.000 en Nueva York, 300.000 en Chicago, 100.000 en Los Ángeles o Boston, 70.000 en Seattle, 50.000 en San Francisco o Portland, así como miles y decenas de miles en centenares de medianas y pequeñas ciudades a lo largo y ancho de EEUU.

Las movilizaciones han superado en dos millones de personas las protestas de junio de este año, también convocadas por No Kings, demostrando la enorme rabia acumulada contra el Gobierno Trump.

En estos meses, Trump ha lanzado a ICE contra los inmigrantes en los barrios obreros de las grandes ciudades norteamericanas, convirtiéndolo en su batallón de choque contra la clase obrera y la izquierda, como hacían los nazis con las SS. Ha impulsado con aún más saña si cabe el genocidio en Gaza, presentando un plan de “paz” farsa para culminarlo y amenaza con nuevas agresiones imperialistas, como vemos ahora con Venezuela. También ha aprobado un presupuesto que dará miles de millones de dólares a Wall Street y sus amigos multimillonarios, al tiempo que recorta masivamente los ya muy depauperados servicios sociales, amenazando ahora con el cierre del Gobierno que ya ha supuesto el despido de 900.000 trabajadores y que otros 700.000 continúen trabajando sin cobrar.

Pero toda esta ofensiva está teniendo una respuesta cada vez más contundente y radicalizada desde abajo y mediante la acción directa, expulsando a ICE de los barrios mediante movilizaciones masivas, como acaba de ocurrir en Nueva York; defendiendo a inmigrantes agredidos por agentes de ICE con pasamontañas y obligándoles a retirarse sin poder practicar sus detenciones; o saliendo a las calles una y otra vez contra el genocidio sionista y en solidaridad con el pueblo palestino. La rebelión contra el trumpismo crece y se radicaliza.

Es evidente que Trump y sus compinches, entre los que se encuentran algunos de los magnates más importantes de Silicon Valley y Wall Street, establecerían si pudieran una dictadura fascista, ilegalizando sindicatos y persiguiendo a la izquierda y al activismo social. De hecho ya están dando pasos en ese sentido. Pero por ahora, como ha demostrado esta movilización, la creciente respuesta contra ICE o la lucha por Palestina, la fuerza de la clase obrera y de la juventud no se lo permite.

Las protestas denunciaron el carácter abiertamente dictatorial del Gobierno de Trump, haciendo paralelismos con el dominio monárquico británico sobre las colonias. Millones de personas desfilaron con carteles contra el presidente, contra el fascismo, contra el cierre del Gobierno, en defensa del feminismo y de la comunidad LGTBI, o contra el genocidio en Gaza y en solidaridad con el pueblo palestino, a pesar de que algunos sectores del Partido Demócrata quisieron impedirlo.

Pero una parte muy significativa de los participantes, no se manifiestan solo contra un individuo, contra Trump, o contra un partido, el Republicano, como intentan vender los dirigentes demócratas, sino contra todo un sistema, el capitalismo, que condena a millones a la miseria, la precariedad, la represión y el más atroz militarismo.

Tras nuestros hermanos inmigrantes, el punto de mira está en la izquierda antifascista

El portavoz de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, en una clara provocación días antes de estas masivas protestas planteó que estaban protagonizadas por “enemigos de EEUU”, poniendo en su punto de mira el derecho a manifestarse y la propia libertad de expresión. 

Como venimos explicando, el principal objetivo de Trump y su Gobierno es la guerra contra el “enemigo interior”, empezando por los inmigrantes, pero continuando con todos aquellos que le plantan cara, desde el movimiento antifascista hasta el movimiento obrero y sindical, el movimiento feminista y la izquierda combativa.

Y así lo puso encima de la mesa un mes antes de las protestas el propio Trump y la Fiscal General de EEUU, Pam Bondi, que llegó a decir que lo que están haciendo ahora en las costas de Venezuela, con asesinatos extrajudiciales, podrían llegar a hacerlo en suelo norteamericano contra ese “enemigo interior”.

La propia Administración Trump ya ha aprobado una Orden Ejecutiva “contra el Terrorismo Doméstico y la Violencia Política Organizada”, que pone en el punto de mira a organizaciones e individuos que tengan actitudes “anticristianas” o “anticapitalistas”. Aquí vemos la concreción del anuncio de Trump de ilegalizar Antifa, que desde algunos medios de comunicación consideran una simple ocurrencia[1], pero que supone una amenaza muy real.

El Partido Demócrata es parte del problema

Estas movilizaciones, impulsadas formalmente por la Plataforma No Kings, han agrupado a ONG, organizaciones de derechos civiles y de derechos humanos, y muchas otras asociaciones y colectivos sociales. También las han impulsado organizaciones de izquierdas combativas o sindicatos, especialmente los de trabajadores públicos ante el cierre de la Administración federal.

También son parte de las mismas, a través de una miríada de entidades, el propio establishment demócrata, entre quienes se encuentran el gobernador de California o la alcaldesa de Los Ángeles, que no dudaron, tras criticar con la boca pequeña el despliegue de la Guardia Nacional por Trump en Los Ángeles, mandar a sus propias fuerzas policiales a reprimir las protestas o establecer el toque de queda en el centro de la ciudad. Tampoco dudaron 75 congresistas demócratas en aprobar, el pasado mes de junio, una resolución de apoyo a la política de deportaciones de Trump, en la que además se agradecía “a los agentes del orden público, incluido el personal del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE), por proteger la patria”[2]. Sí, ¡este es el nivel!

Y, por supuesto, han continuado apoyando al Estado genocida de Israel, como ya hicieron bajo la presidencia de Biden, y recibiendo muchos de sus congresistas y senadores donaciones masivas del lobby sionista AIPAC[3], a pesar de las denuncias de miles de activistas.

La realidad es que gran parte de los dirigentes demócratas están completamente desacreditados, incapaces de enfrentar la peligrosa ofensiva autoritaria del trumpismo. Y por eso mismo necesitamos extraer lecciones sobre qué sirve y qué no sirve en la lucha contra Trump y el fascismo.

¡Por la huelga general! ¡Hay que levantar una alternativa revolucionaria!

Sin duda, esta movilización, o los levantamientos contra ICE en ciudades y barrios obreros, demuestran la enorme fuerza que conserva el movimiento de masas y la clase obrera norteamericana, y que la batalla contra Trump está muy abierta. Pero es necesario dar pasos adelante que nunca impulsará el aparato demócrata, capitalista, corrupto y que asfaltó con sus políticas la victoria de Donald Trump.

La presión en este sentido es clara. En los días previos y en las propias manifestaciones la consigna de la huelga general para tumbar al Gobierno Trump se ha popularizado, haciéndose incluso eco de la misma el alcalde de Chicago, Brandon Johnson, que aunque se presentó por el Partido Demócrata, fue uno de los líderes de las exitosas y brutales huelgas de profesores del año 2011.

Desgraciadamente, Bernie Sanders, que habló como uno de los oradores principales en la manifestación de Washington D.C., y que aún conserva una autoridad entre amplios sectores del movimiento, se negó a emitir una sola crítica contra el Partido Demócrata, y solo señaló de forma abstracta la necesidad de que el pueblo resista la deriva autoritaria de Trump, a la vez que ¡llamaba a los republicanos a negociar los presupuestos! ¿Se puede ser más ingenuo? ¿Quiere negociar con los mismos que dice que quieren destruir la “democracia americana”? ¿Pero qué sentido tiene esto?

La amenaza del trumpismo no es ninguna broma. Por eso mismo, no se puede enfrentar esta amenaza con discursos y llamamientos genéricos a la resistencia del pueblo. Con su completa inacción, cuando no su colaboración directa —por ejemplo, en las redadas racistas de ICE—, fortalecen el discurso trumpista y sus acólitos. Y cuando se enfrentan, reducen su batalla a denunciar las medidas de Trump ante los tribunales. Unos tribunales, como el Supremo, que también están dominados por elementos ultraderechistas y que llegado el momento servirán fielmente a su amo.

La batalla contra el trumpismo requiere pasos concretos para desplegar y demostrar la enorme fuerza del movimiento obrero. Para ello hay que levantar, como ya se está haciendo desde abajo, la consigna de la huelga general. Una huelga general para proteger a nuestros hermanos y hermanas inmigrantes, para combatir la precariedad laboral, para enfrentar los recortes sociales, y para frenar el despilfarro militarista que solo sirve para masacrar a otros pueblos, como el gazatí.

Una huelga general que también ponga en el orden del día la batalla contra el capitalismo, la expropiación de esos grandes monopolios y bancos que están haciendo su agosto con las políticas criminales de Trump a costa de la miseria y la barbarie de millones de trabajadores dentro y fuera de las fronteras estadounidenses.

Necesitamos construir una alternativa revolucionaria que nazca del propio movimiento, desde abajo, mediante la acción directa, la lucha de masas y que defienda consecuentemente un programa socialista. La movilización de No Kings, en solidaridad con el pueblo palestino, o la resistencia combativa y masiva contra las redadas de ICE marcan el camino. Son nuevos jalones en la organización de este movimiento, del que emergerán los dirigentes y las organizaciones capaces de enfrentar la amenaza fascista y acabar con la barbarie capitalista. ¡No hay tiempo que perder!

 

 Notas:

[1]Mapaches y ranas inflables contra Trump, el hombre que quiere reinar en EEUU

[2] Los demócratas enfrentan reacciones negativas por votar para ‘expresar gratitud’ a ICE

[3] Lobby sionista que opera en EEUU financiando tanto a republicanos como a demócratas.

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