Hace varios años conversábamos sobre aparente absurdo que manifestaba el esfuerzo que hace el sistema por gobernar con quien nos acostamos o qué ropa nos ponemos, “¿Acaso no les basta con la plusvalía que nos roban?” preguntaba alguien. Peor aún, seguía otra camarada, es muy probable que una persona obligada a llevar un comportamiento contrario a su naturaleza caiga en conflictos psicológicos y disminuya su productividad. Y con ello, el fin último de una empresa capitalista: la rentabilidad.

Lo que ocurre es que, en un esquema de dominación, el opresor busca demostrar y ejercer su poder más allá de las ganancias evidentes. Por ello, es que vemos a patrones humillando a sus trabajadores, aunque esto no reporte ningún beneficio a la productividad; sino todo lo contrario. La humillación tiene el efecto de profundizar el control más allá del plano transaccional. Y esa profundización permite la dominación del trabajador por mucho tiempo, porque se introyecta en la psique del dominado. Cuando este ejercicio del poder, más allá de la enajenación del producto del trabajo, se prolonga por generaciones, parece normalizar la explotación y la subyugación de grupos enteros.

Por eso el capitalismo y sus predecesores adoran imponer patrones de conducta, mientras prohíben otros; aunque, estrictamente, no afecten la generación de plusvalía. Nuevamente, este ejercicio del poder más allá de la transacción económica refuerza la explotación porque la fundamenta a nivel de costumbre, la introyecta en los explotados.

En lo que toca a las expresiones humanas que se alejan de lo heternormado, hay una larga historia de lo que “debe ser” y lo que no es aceptado por el heteropatriarcado. Pero esto no es sólo un asunto moralista, no sólo tiene que ver con la sexualidad o la expresión de género de l@s trabajadores, se trata de ejercer el poder de manera excesiva, profunda, extensa, hasta naturalizar la opresión. Porque el ejercicio de la sexualidad propia y la expresión de género propia, son acciones de libertad, quizás en un ámbito íntimo, pero que no facilitan ver como “normal” la dominación. Entonces, se vuelven peligrosas para el sistema de opresión, sea cual sea su nombre.

Ser lo que somos es subversivo para el sistema capitalista. No porque alguien que nació con vagina lleve pantalón vaquero o porque otra persona que nació con pene camine de minifalda por la calle. No por el sexo de quien nos hace el amor o nos brinda sexo. Tampoco porque alguien decida ponerse o quitarse los senos. Nada de eso afecta negativamente la generación de plusvalía; quizás, al contrario, eleve la productividad de trabajadores más felices.

Ser lo que somos es subversivo por los efectos que tendrá. Porque ser lo que somos ayuda a eliminar la naturalidad con que nos han obligado a ver la dominación de clase. Ser lo que somos es un acto de libertad, un acto revolucionario, íntimo quizás, pero con grandes efectos a la larga.

Por eso, queremos ser lo que somos. No vamos a permitir que el heteropatriarcado, con todas sus estructuras de control, nos dicte qué debemos ser y aceptar la dominación en ninguno de los aspectos de nuestro devenir humano: ni en la cama, ni en nuestra ropa ni nuestros senos; ni en nuestras relaciones de clase. Queremos ser lo que somos: gays, lesbianas, travestis, transexuales, transgénero, queers, intersexuales y tantas iniciales como se vayan agregando a las siglas LGBT+. La humanidad no cabe en taxonomías arbitrarias; en realidad, es un espectro de comportamientos humanos, sexuales y de género, sin límites precisos, tan diversa como la naturaleza.

Por eso queremos ser lo que somos, no lo que dicten el capitalismo y el heteropatriarcado. No nos escondamos. Antes manifestemos lo que somos en todos los ámbitos en que estemos. Y ante el rechazo enfermo del heteropatriarcado, organicémonos y luchemos, abramos los espacios que ellos nos cierran. Y tampoco olvidemos que el capitalismo es la expresión económica actual del heteropatriarcado, que tenemos que vencerlos a ambos. Que es la misma lucha, la de las expresiones no binarias y la de clases. Que nuestros enemigos son los mismos, porque, además de ser gays, lesbianas, bisexuales, intersexuales y trans, somos parte de la clase trabajadora.

¡Marchemos junt@s este 25 de junio, dejando claro que queremos ser lo que somos!


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