Si bien desde la Nueva España están documentados algunos comportamientos que hoy podríamos identificar como homosexuales o transgénero, las autoridades los persiguieron y los castigaron con tal dureza que lograron ocultarlos del todo. Después de siglos bajo semejante control, el machismo quedó tan introyectado en la población que ni siquiera la separación iglesia-estado, promovida por los liberales en el siglo XIX lo afectó.

Tampoco las aspiraciones europizantes del Porfiriato mejoraron las cosas. El famoso episodio de los “cuarenta y uno”, sólo añadía al machismo una dosis de clasismo. Los participantes de dicha fiesta con recursos económicos pudieron pagar por su libertad; los que no, fueron enviados a Yucatán para ser humillados. La Revolución, por su parte, tuvo un carácter eminentemente machista en ambos bandos y en todas las facciones.

En la posrevolución, las alternativas a la heteronormatividad fueron invisibilizadas y sólo podían ser expresadas en dos polos opuestos: en los ambientes cultos de la burguesía, como fue el caso del poeta Salvador Novo; y en la cultura popular. En teatros de carpa y en chistes se asumía la existencia del “otro bando”, de los “volteados”. Claro, esta existencia era reconocida en tanto dentro del juego machista del albur y para burlarse de estas expresiones. Por lo que toca a las lesbianas y mujeres no tan ”femeninas”, la cultura popular[CT1]  tenía palabras para nombrarlas: “tortilleras” y “marimachas”, respectivamente[CT2] .

El modelo de desarrollo estabilizador, con su avanzada sobre el proletariado, orientó los movimientos sociales hacía reivindicaciones primordialmente económicas, como la cuestión obrero-sindical o el reparto agrario. Otro tipo de demandas, como las estudiantiles o culturales tuvieron que esperar o acotarse a sus propios espacios. En este contexto, las expresiones sexuales no binarias, estaban fuera de las agendas de los partidos y movimientos de izquierda. La represión salvaje en 1968 y en 1971, y la guerra sucia, concentraron aún más la atención de las organizaciones de izquierda en sus propias demandas particulares[CT3] .[CT4]

Mientras tanto, en los países desarrollados surgía un movimiento por los derechos de las minorías sexuales, detonado por los hechos de Stonewall en 1969, e influenciado por una mezcla de condiciones en el mundo. Por un lado, algunos grupos se alzaban por sus derechos; entre ellos: la revolución cubana, los movimientos estudiantiles de 1968 y el antiracial del Black Power. En tanto, otros grupos intentaban saltar las barreras y fronteras invisibles del sistema: la contracultura, el hippismo, el rock.

En[CT5]  este contexto, en 1971 se forma la primera organización política que reivindicaba los derechos de expresiones sexuales no binarias: el Frente de Liberación Homosexual de México (FLHM), con el apoyo de la dramaturga Nancy Cárdenas y del escritor Carlos Monsiváis. Ella, por cierto, sería vetada tácitamente en 1973 por declararse lesbiana en televisión nacional.

Posteriormente, se forma SEXPOL en 1975, cuyo nombre probablemente tenga relación con el movimiento liderado por Wilhelm Reich, uno de los primeros comunistas que trató de introducir la cuestión sexual en la discusión política, buscado quitar la etiqueta de “burguesa” a esta[CT6]  característica humana.

También en los setentas, se forman las organizaciones de lesbianas: Ákratas en 1975, Lesbos en 1977, y Oikabeth en 1978. Para 1978, se forman el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), y el feminista Grupo Lambda de Liberación Homosexual. Este año es un parteaguas en la historia del movimiento LGBT+ en México porque, por primera vez, contingentes de grupos defensores de estos derechos participan en manifestaciones. Primero, el 26 de julio, el FHLM participa en la marcha conmemorativa de la Revolución Cubana. Luego, el 2 de octubre, el FHAR, Lambda y Oikabeth marchan dentro de la protesta por la masacre de 1968.

A muchos les pareció extraño ver a personas homosexuales politizadas, pues la izquierda cometió el error de estigmatizar al homosexualismo de “individualismo” de “acto burgués”. Incluso, cuando en una de esas marchas el contingente del FHAR quedó entre el del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y del estalinista Partido Comunista Mexicano (PCM), estos últimos se alejaron físicamente.

No obstante, y con este impulso, se organiza la Primera Marcha del Orgullo Homosexual en 1979. El contingente intentó avanzar por el Paseo de la Reforma, pero la policía lo desvió hacía calles menos transitadas. De cualquier modo, la manifestación fue un éxito, pues liberó a los participantes del miedo de salir a la calle; y visibilizó, con matices según la perspectiva, la existencia de expresiones sexuales diferentes. Si bien la izquierda aplaudió esta marcha, mantuvo cierta distancia, con pocas excepciones. Sin embargo, el movimiento fue tomando fuerza y ligándose a algunas corrientes de izquierda; en particular con las feministas y con el PRT, pues muchos de sus activistas provenían del anarquismo y del trotskismo. Por desgracia, los ochentas traerían a la comunidad un enemigo poderoso que la diezmo y distrajo sus esfuerzos, además de permitir a la derecha difundir su homofobia: la pandemia del VIH.

Cabe mencionar que, si bien la revuelta de Stonewall visibilizó la lucha de los homosexuales en EE.UU., al no haber una alternativa revolucionaria ni una transformación social de fondo, se les fue confinando sutilmente a sitios “de ambiente”: las discotheques, a las que sólo podían acudir homosexuales con cierto poder adquisitivo, y algunas de las cuales eran propiedad de ellos mismos. Por esta razón, en ese país les empezaron a llamar gays (alegres), o el Gay Power. Este concepto de “gay” fue permeando en México, pues permitió crear espacios donde la homosexualidad se expresará libremente en sitios como el célebre “41”. Pero no todos los homosexuales podían pagar o entrar a esos lugares. Los que no podían fueron excluidos. Más aún, algunos de estos lugares prohibían la entrada a mujeres, lesbianas o heterosexuales.

Esta cooptación del movimiento por la ideología burguesa y comercialización de lo gay llevó a extremos tales que algunos correlacionaban la democracia de un país con la cantidad de bares gay, ignorando el proceso histórico que permitía la existencia de esos lugares a costa de una conquista real de los derechos para la comunidad sexodiversa; mientras la marcha en la Ciudad de México se fue convirtiendo en desfile. De las marchas con descubiertas de travestis o “vestidas”, pasamos a carros alegóricos con anuncios de sitios gay.

El escenario político mexicano también fue cambiando después del fraude en las elecciones presidenciales de 1988. El partido que aglutinó a las fuerzas de izquierda, Partido de la Revolución Democrática (PRD), se enfocó en lo electoral, descuidando los movimientos obreros y campesinos, e ignorando los de las mujeres y de la comunidad LGBT+. En 2000 la presidencia es ganada por la derecha con un candidato que, para denostar a su adversario, Labastida Ochoa, lo llamaba “la vestida”. El poco avance en temas sexuales fue revertido en dos sexenios. Actualmente, México es gobernado por el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), cuyo líder y presidente del país, López Obrador, ha manifestado posiciones de postergación en estos temas, cuando no claramente conservadoras.

Hoy, no hay un movimiento LGBT+ fuerte y articulado en México, ni esta comunidad tiene presencia política real dentro de las organizaciones de izquierda. Nuestra situación es producto del mismo sistema que oprime a las mujeres, que depreda la naturaleza, que niega futuro a los jóvenes, que explota a los obreros y que mata de hambre a los campesinos; el enemigo es el mismo y, en consecuencia, la lucha debe ser coordinada.  La comunidad LGBT+ y las organizaciones de izquierda recordemos un lema de la Marcha del Orgullo Homosexual en México de 1979: “sin revolución sexual, no hay revolución social”, lema que vale en ambos sentidos.


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