Este 5 de marzo se cumplen 150 años del nacimiento de Rosa Luxemburgo, la marxista intransigente que desafió a la dirección de su propio partido, que levantó la bandera del internacionalismo proletario, que jamás cedió a las presiones de sus adversarios por muy fuertes que fuesen, pagó su lealtad a los trabajadores con el ostracismo, la prisión y la muerte.

Rosa Luxemburgo fue fundadora del marxismo revolucionario polaco, del ala izquierda del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), de la Liga Espartaquista y más tarde del Partido Comunista de Alemania (KPD). Su incansable e insobornable compromiso con los oprimidos la convirtió en una brillante oradora y en una teórica marxista de altura. Su producción política abarcó todos los campos: artículos periodísticos de coyuntura, folletos de propaganda, estudios teóricos de gran profundidad contra el reformismo y la guerra imperialista, sobre la cuestión nacional o la economía política. Las ideas de Rosa Luxemburgo han trascendido el tiempo y sus obras se han convertido en clásicos del marxismo. Basta señalar la importancia que para la educación política de generaciones de militantes revolucionarios han tenido textos como Reforma o revolución y Huelga de masas, partido y sindicatos.

La lucha por la emancipación de la mujer trabajadora

Rosa Luxemburgo nunca se desentendió de los problemas que afectaban a la mujer trabajadora y la opresión que sufre bajo el capitalismo. Pero jamás se equivocó de lado. Ella militaba en la clase obrera y defendió siempre que la liberación de la mujer era una tarea inseparable de la lucha de clases y el derrocamiento del orden burgués.

Rosa sufrió en sus carnes la discriminación como polaca, como marxista y como mujer de talento. En las filas de la socialdemocracia alemana, donde el machismo era otro rasgo del reformismo y del servilismo a la moral burguesa que impregnaba a sus círculos dirigentes, tuvo que abrirse paso apartando a codazos el paternalismo y los prejuicios sexistas de muchos líderes.

Rosa Luxemburgo se vinculó tempranamente a la causa del feminismo de clase y socialista, fruto también de la influencia y amistad de su camarada Clara Zetkin, fundadora del movimiento de mujeres socialistas de la Segunda Internacional. Rosa colaboró asiduamente en el periódico que dirigía Clara, Gleichheit (Igualdad), orientado a despertar la conciencia socialista de las trabajadoras y organizarlas en las luchas cotidianas por su emancipación.

En 1907 se celebró la primera Conferencia de Mujeres Socialistas en Stuttgart, con la asistencia de 59 delegadas en representación de quince países. Todas las participantes aceptaron como algo natural el papel dirigente de Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin y consideraron a ­Gleichheit como el centro orientador de su actividad. Alexandra Kollontái señaló que los trabajos de aquella Conferencia hicieron “una enorme contribución al desarrollo de un movimiento de trabajadoras en líneas marxistas”.

A principios del siglo XX el papel de la mujer trabajadora en la lucha de clases mundial iba ganando cada vez más peso. En marzo de 1908, 15.000 obreras textiles marcharon por la ciudad de Nueva York exigiendo mejores salarios, la reducción de la jornada laboral y el derecho al voto. Poco después, en noviembre de 1909, estalló la sublevación conocida como el levantamiento de las 20.000, una huelga en la industria de camisas que duró once semanas y cuya principal dirigente fue una mujer, Clara Lemlich. Finalmente se consiguió reducir la jornada laboral a 52 horas (antes oscilaba entre 65 y 75 horas), cuatro días de vacaciones pagadas y el derecho a la negociación colectiva de los salarios y las condiciones laborales.

En el sector de la industria textil, 339 compañías de 353 firmaron el acuerdo. Una de esas excepciones fue el taller de camisas Triangle en Nueva York, una de las más importantes y cuyas condiciones eran terribles. Los patronos de la fábrica, situada en los pisos octavo, noveno y décimo, bloqueaban habitualmente las puertas para impedir que las trabajadoras pudieran hacer descansos o paradas. Cuando el 25 de marzo de 1911 se propagó un incendio, la actitud de la patronal tuvo consecuencias trágicas: 140 trabajadoras perdieron la vida, muchas arrojándose al vacío desde las ventanas. Tras esta masacre, las huelgas y protestas públicas forzaron importantes cambios en la legislación de seguridad y salud laboral de los EEUU.

La actividad de Rosa Luxemburgo en este terreno no se detuvo. En las II Jornadas de Mujeres Socialdemócratas, celebradas en Stuttgart el 12 de mayo de 1912, Rosa Luxemburgo presentó una ponencia titulada El voto femenino y la lucha de clases. En ese momento la batalla por conquistar el voto de la mujer era un eje importante de la agitación política del movimiento socialista:

“En realidad para el Estado actual se trata de negar el voto a las mujeres obreras, y sólo a ellas. Teme, acertadamente, que puedan ser una amenaza para las instituciones tradicionales de la dominación de clase, por ejemplo, para el militarismo (del que ninguna mujer obrera con cabeza puede dejar de ser una enemiga mortal), la monarquía, los impuestos fraudulentos sobre los alimentos y los medios de vida, etc. El voto femenino aterra al actual Estado capitalista porque tras él están los millones de mujeres que reforzarían al enemigo interior, es decir, a la socialdemocracia.

“Si se tratara del voto de las damas burguesas, el Estado capitalista lo considerará como un apoyo para la reacción. La mayoría de estas mujeres burguesas, que actúan como leonas en la lucha contra los “privilegios masculinos”, se alinearían como dóci­les corderitos en las filas de la reacción conservadora y clerical si tuvieran ­derecho al voto. Serían incluso mucho más reaccionarias que la parte masculina de su clase (…) La historia de todas las grandes luchas revolucionarias lo confirma de una forma horrible (…) en 1871, en París, cuando la heroica Comuna obrera fue aplastada por los cañones, las radiantes mujeres de la burguesía fueron incluso más lejos en su sangrienta venganza contra el proletariado derrotado. Las mujeres de las clases propietarias defenderán siempre fanáticamente la explotación y la esclavitud del pueblo trabajador gracias al cual reciben indirectamente los medios para su existencia socialmente inútil.

“(…) Hace cien años, el francés Charles Fourier, uno de los primeros grandes propagandistas de las ideas socialistas, escribió estas memorables palabras: En toda sociedad, el grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general. Esto es totalmente cierto para nuestra sociedad. La actual lucha de masas a favor de los derechos políticos de la mujer es sólo una expresión y una parte de la lucha del proletariado por su liberación. En esto radica su fuerza y su futuro…”1.

Rosa Luxemburgo enfatizó el carácter clasista de la lucha por la emancipación de la mujer trabajadora. La opresión de género, indiscutible en la sociedad capitalista patriarcal, no es sufrida de la misma manera por parte de la mujer burguesa y pequeñoburguesa que por las millones de trabajadoras que no tienen más propiedad que su fuerza de trabajo. Rosa lanzó un mensaje de rebeldía a la mujer, pero no para perpetuar las cadenas de su esclavitud, sino para que se organizara y luchará contra la causa de su opresión: el sistema capitalista.

La llama de la revolución

Como otras mujeres de la talla de Clara Zetkin, Nadezhda Krúpskaya o Alexandra Kollontái, a Rosa Luxemburgo nunca le regalaron nada. Desde su juventud tuvo que perseverar contra sus opresores, que también lo eran de la clase obrera: los polizontes rusos, los académicos de la universidad, los jerifaltes socialdemócratas o los jueces de los tribunales militares. Rosa siempre encontró la manera de encolerizar a los servidores del capitalismo y dar aliento a los explotados.
La opinión pública burguesa, antes de aplaudir su asesinato, ya había condenado a Rosa Luxemburgo. Pero hay que subrayar que entre sectores de la izquierda, su figura y su obra se han visto envueltas permanentemente en todo tipo de distorsiones, calumnias y olvidos interesados. Su independencia de criterio, su obstinada honestidad intelectual, su fidelidad a los principios del marxismo revolucionario y del internacionalismo, la convirtieron en una proscrita para el estalinismo. Por su parte, la socialdemocracia y sectores del anarquismo han pretendido oponerla a Lenin y los bolcheviques, convirtiendo lo que fueron discrepancias tácticas y coyunturales en diferencias de principios.

Rosa Luxemburgo fue asesinada ­junto a su camarada Karl Liebknecht el 15 de enero de 1919, por encabezar a los sectores más conscientes de la clase obrera, los soldados y la juventud durante la revolución alemana. Su detención, martirio y muerte por comandos de los Freikorps2, a las órdenes del ministro de Interior socialdemócrata, Gustav Noske, coronó la derrota sangrienta de la revolución. Algunas semanas después la policía arrestó, torturó y asesinó a Leo Jogiches, el indomable comunista y compañero de Rosa por muchos años. Pero el sacrificio de Rosa y sus camaradas no fue en vano. Nos dejaron un legado maravilloso, imprescindible para las batallas que estamos librando actualmente.

La construcción de una nueva sociedad socialista, liberada de todo tipo de opresión y basada en la igualdad, la fraternidad y en la solidaridad es el motor que nos inspira en Izquierda Revolucionaria y Libres y Combativas. Por eso invitamos encarecidamente a la lectura y el estudio de los textos de la gran revolucionaria ­polaco-alemana. Conociendo su obra es imposible no contagiarse de una pasión inmensurable por la vida y la revolución, y aprenderemos a no renunciar jamás a las armas de la crítica.

Notas.

1. Rosa Luxemburgo, ‘El voto femenino y la lucha de clases’, en María Jose Aubet, El pensamiento de Rosa Luxemburgo, Ediciones del Serbal, Barcelona 1983.
2. Freikorps (Cuerpos Francos) grupos militares de choque integrados por oficiales, soldados y voluntarios monárquicos y de extrema derecha.

Marxismo Hoy
Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 28. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista.

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