Toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las fuerzas infernales que ha desencadenado con sus conjuros…la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que son la condición para la existencia y dominación de la burguesía”.

Marx-F. Engels, El Manifiesto del Partido Comunista

El sistema capitalista está completamente trastornado. La precipitación de la economía hacia una dura recesión —anunciada a bombo y platillo por las instituciones financieras globales y sus portavoces mediáticos— no es más que uno de los factores en la situación. Hay que remontarse a los periodos más convulsos del siglo XX, concretamente a la década de los años treinta y la de los setenta, para apreciar como los acontecimientos políticos se entrelazan con los económicos generando un clima de incertidumbre y pesimismo en los círculos de la clase dominante de todo el mundo.

Los elementos negativos de esta dinámica se extienden a todos los planos:

1 El recrudecimiento de la lucha interimperialista por el control de los mercados, áreas de influencia y materias primas se está dejando sentir con toda intensidad. Las relaciones internacionales han sufrido una fuerte sacudida: las viejas alianzas entre las grandes potencias y sus estados vasallos se rompen mientras otras nuevas se establecen, creando conflictos militares prolongados y una balcanización del planeta.

2 La pugna por la supremacía que libran EEUU y China tiene una dinámica propia, acelerando la guerra comercial con consecuencias muy perniciosas. Las devaluaciones competitivas de las divisas (el yuan en sus mínimos históricos y Trump clamando contra la Reserva Federal para que proceda a una bajada drástica de los tipos) empeoran la tendencia, mientras el comercio mundial sigue contrayéndose.

3 El Brexit supone la quiebra más importante de la UE y pone un gran signo de interrogación sobre su futuro. El bloque europeo se hunde todavía más en una su posición subalterna, acusando el retroceso de sus exportaciones en el mercado mundial. Tanto Alemania, la potencia dominante del viejo continente, como Gran Bretaña sufren ya los síntomas del ciclo recesivo (sus respectivos PIB cayeron un 0,1% y un 0,2% en el segundo trimestre del año). Italia, que en cinco trimestres ha intercalado dos caídas, dos estancamientos y solo una ligera subida, se enfrenta también a una crisis política de resultados imprevisibles.

4 La descomposición económica y social del capitalismo en América Latina, anuncia un ciclo de luchas obreras y sociales que pondrá en el orden del día nuevas crisis revolucionarias.

5 La decadencia de la democracia parlamentaria y las tendencias bonapartistas y autoritarias de numerosos gobiernos occidentales —el último ejemplo lo hemos tenido con Boris Johnson en Gran Bretaña— muestran la quiebra de la estabilidad y el equilibrio interno del sistema capitalista, marcada también por una profunda división de la clase dominante país tras país. La profunda polarización social y política, la escisión de las capas medias a derecha e izquierda, y la deslegitimación de la socialdemocracia y de los partidos conservadores tradicionales son el fruto de la extensión de la desigualdad tras años de recortes sociales y austeridad.

6 Aunque la reacción nacionalista conoce hoy un poder mayor que en décadas anteriores (Trump, Bolsonaro, Salvini… son un ejemplo), sería de una gran ceguera política ver sólo esta parte de la realidad. El proceso histórico muestra muchos elementos contradictorios y bajo la envoltura de estos gobiernos se desarrollan profundos procesos en la conciencia de las masas. Las tradiciones conservadoras que imbuyó el Estado democrático durante décadas se están transformando en un cuestionamiento del capitalismo por amplios sectores de la clase obrera y la juventud que giran a la izquierda. Las grandes movilizaciones de la mujer trabajadora por sus derechos, o las huelgas juveniles contra el cambio climático son tan sólo la punta del iceberg del ascenso y radicalización de la lucha de clases mundial.

Especulación financiera y deuda. Las lecciones del pasado no se han aprendido

No se puede rebatir que el capitalismo haya tenido un gran mérito histórico al elevar la técnica y la productividad del trabajo a lo más alto, haber establecido una economía global y crear objetivamente las condiciones materiales para que los grandiosos recursos del planeta puedan ser utilizados de manera racional y armónica. Pero el capitalismo del siglo XXI no sólo se haya más lejos que nunca de cumplir esta tarea, sino que la sobreabundancia de capitales, de mercancías y el avance de la tecnología se han convertido, bajo el dominio de la propiedad privada y el estado nacional, en la causa de una asombrosa escasez y pobreza, de un paro masivo y estructural, y una precarización laboral extrema.

La agenda capitalista desplegada para conjurar la Gran recesión de 2008 ha sido incapaz de responder al desafío y ha empeorado las contradicciones estructurales que afloraron hace una década. La burguesía mundial no ha pretendido en modo alguno este resultado, que se ha impuesto contra su voluntad y sus intenciones: las fuerzas productivas han rebasado su control empujando a la sociedad hacia la ruina o la revolución.

Según datos publicados por la OCDE el pasado mes de abril, la Inversión Extranjera Directa (IED) en el mundo se contrajo el 27% en 2018 y de 16% en 2017. El estancamiento global y la falta de fuelle económico también se han manifestado en el comercio mundial. Basta recordar que en la década de los noventa del siglo pasado y en la primera del actual, factores políticos de primer orden como el colapso del estalinismo en la URSS, Europa del Este y China, animaron la apertura de nuevos mercados y ramas de la producción propiciando una nueva división del trabajo internacional. La expansión del comercio fue un factor decisivo para que el capitalismo europeo y estadounidense, junto con China, registraran dos décadas de crecimiento sostenido salpicado de breves recesiones (desde 1987 hasta 2007 aproximadamente). La participación media de las exportaciones e importaciones en el PIB mundial pasó del 20% en 1995 al 30% en 2014 y, en ese mismo periodo, las exportaciones mundiales de mercancías se multiplicaron por cuatro.

Ahora, el repliegue del comercio internacional es un hecho: tras avanzar hace una década a una media del 7% crecerá un raquítico 2,6% en 2019 (en el primer trimestre del año las exportaciones globales acusaron un descenso interanual del 2,7% y las importaciones del 3,1%).

También la inversión privada, un factor clave para la reanimación del ciclo económico, experimenta un retroceso acusado. Según datos publicados por la OCDE el pasado mes de abril, la Inversión Extranjera Directa (IED) en el mundo se contrajo el 27% en 2018 y de 16% en 2017.

Tras el estallido de 2008, las cumbres del G-7 (o G-8 mientras Rusia participó en ellas) y del G-20 acababan con grandes declaraciones a favor de una estricta regulación de los bancos de inversiones y controles públicos para evitar la formación de una nueva burbuja especulativa. Toda esta propaganda no podía maquillar lo que realmente estaban haciendo los gobiernos de todo el mundo: inyectar liquidez a mansalva para salvar a los grandes bancos, corporaciones financieras y empresas endeudas hasta las cejas y con grandes problemas de solvencia, saqueando los recursos públicos mediante planes salvajes de recortes sociales y privatizaciones masivas.

Esa es la razón de unos beneficios financieros sin precedentes en ninguna otra etapa de la historia, que ha puesto en evidencia el carácter parasitario de este tipo de capital, cada vez más ficticio y divorciado de la economía real, que obtiene plusvalías no de la inversión productiva y la venta de mercancías sino de su reproducción en los mercados de valores utilizando productos financieros especulativos. En la actualidad, los bancos estadounidenses poseen 157 billones de dólares en derivados, es decir, el doble del PIB mundial y un 12% más de lo que acumulaban en 20081.

Junto con la gran burbuja especulativa que avanza con botas de siete leguas, la deuda mundial, tanto pública como privada, ha batido récords lastrando la recuperación y sentando las bases para una recaída aún más dramática. Según el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF), al cierre de 2018, la deuda de hogares, empresas, bancos y Gobiernos de todo el mundo ascendía a 243,2 billones de dólares, lo que equivale al 317% del PIB global.

Las tendencias recesivas globales son señaladas por dos fenómenos más: la deuda soberana de numerosos países que ofrece tipos de interés negativos (como el caso de la alemana), se ha incrementado un 50% en los últimos tres meses, hasta alcanzar la cifra global de 15 billones de dólares. Una situación tan excepcional que ha motivado al expresidente de la Fed, Alan Greenspan, a señalar: “definitivamente algo está fuera de control, los bancos centrales han puesto tanta liquidez en el mercado que el riesgo y el valor tienen muy poco significado”.

El otro factor es el diferencial de rentabilidad del bono norteamericano a dos años, que supera actualmente el que ofrece el bono a 10 años. Es decir, los grandes inversores dudan mucho de lo que pueda ocurrir en la economía estadounidense a medio plazo, a pesar de sus brillantes datos de crecimiento y escaso desempleo.

Lucha por la hegemonía

La guerra comercial entre EEUU y China representa una transformación cualitativa en las relaciones internacionales dentro de una pugna mucho más amplia por la supremacía mundial. Aunque EEUU sigue manteniendo la posición directora en muchos aspectos, no puede esconder sus grandes dificultades para hacer frente a la pujanza del imperialismo chino.

Algunos datos pueden servir de ejemplo. Entre 2000 y 2015, China pasó de producir el 3% del acero mundial a totalizar el 50%, y solo entre 2011 y 2013 consumió más cemento que Estados Unidos en todo el siglo XX (International Cement Review).

En 1980 sus exportaciones sólo representaban el 1% del total mundial, pero en 2018 se posicionó como la principal potencia exportadora del planeta con el 12,8% del total, seguida de EEUU (8,5%) y Alemania (8%). El déficit comercial de EEUU con China en 2018 superó los 420.000 millones de dólares. China acapara el 30% de las ventas mundiales de automóviles, el 43% de las de vehículos eléctricos y el 42% de las ventas minoristas de transacciones comerciales (China and the world: Inside a changing economic relationship, informe de McKinsey Global Institute)2.  También lidera el comercio electrónico: en 2018 se enviaron 50.000 millones de paquetes dentro de las fronteras del país, cifra que se espera crezca hasta los 71.000 millones el año que viene. La consultora Emarketer, prevé que en 2020 el comercio electrónico en China alcance los 2,5 billones de dólares, casi un billón más que la suma del resto del mundo.

China captó alrededor del 10% de la inversión extranjera directa (IED) mundial en 2017, frente apenas un 1% en 2000, y fue responsable de más de un tercio del crecimiento mundial en estos últimos diez años. Además, se ha transformado en el banquero de los EEUU controlando el 18,7% de la deuda estadounidense, 1,18 billones de dólares.

China disputa a EEUU los mercados globales en numerosos terrenos, y gracias a su abultado superávit comercial y a sus gigantescas reservas de divisas está invirtiendo cifras billonarias para hacerse con el control de la producción de materias primas estratégicas.

Pero el capitalismo de Estado chino también acusa la sobreproducción y, a pesar de todos los planes estatales de estímulo, su PIB solo creció un 6,6% en 2018, el menor nivel desde 1990. Esta es la razón objetiva por la que el régimen de Beijín no puede ceder.  A través de su megaproyecto de la “ruta de la seda” está llevando a cabo una agresiva política de acuerdos internacionales que suponen inversiones multimillonarias en infraestructuras, disputando el control y la dirección futura del comercio mundial.

La burguesía norteamericana se encuentra en una encrucijada histórica. Las cifras que la prensa económica muestra de EEUU, de su récord de 121 meses de crecimiento ininterrumpido y un índice de paro oficial del 3,6% –el menor registrado en medio siglo—, no pueden ocultar la decadencia de la gran potencia mundial. El crecimiento promedio del PIB en la era Trump, del 2,3%, es el más bajo de los últimos setenta años.

La producción industrial de EEUU ha ido retrocediendo desde 1970 cuando suponía el 25% del PIB, hasta la actualidad en torno al 11%. Lo mismo respecto a las inversiones en capital fijo y reposición de equipo: si a finales de la década de los noventa rondaba el 50% de las inversiones totales y ahora está por debajo del 30%. La responsabilidad de esto no es de Beijín, sino de la clase dominante norteamericana que impulsó la deslocalización industrial hacia China y otros países con bajos salarios y condiciones laborales de esclavitud.

Las medidas económicas de Trump sólo han agudizado la pauperización social, aumentando la desigualdad crónica que se arrastraba bajo la administración Obama. Su recorte fiscal, anunciado para auxiliar a la clase media, no ha hecho más que enriquecer a los muy ricos. De 267 billonarios en 2008 se ha pasado a 607 en 2018, mientras 39 millones de ciudadanos reciben ayuda federal para comida.

La media de ingresos por familia ha crecido un 8% entre el 2009 y el 2017, pero este dato esconde que la quinta parte del sector de la población con menos ingresos no ha captado más que un 0,2%. El coeficiente de Gini (la medida básica de la desigualdad) se encuentra en su nivel más alto en los EEUU, un pico de 0,48 que contrasta con el 0,38 de finales de 1960, es decir, un aumento del 30%

La clase media americana, tradicional baluarte de la reacción y del conservadurismo republicano, está siendo arrasada. Según la última encuesta de consumo de la Reserva Federal, un tercio de los adultos con ingresos medios dicen que pedirán dinero prestado, venderán algo o no son capaces de pagar 400 dólares en facturas inesperadas. Una cuarta parte renunció a algún tipo de atención médica en 2018 por su elevado coste, y casi tres de cada 10 mantienen un saldo negativo en su tarjeta de crédito la mayoría del tiempo. Mientras tanto, la proporción del ingreso gastado en alquiler por los inquilinos de clase media se elevó a un 25% en 2018 desde el 18% en 2007, un aumento del 40%. Esto explica las oscilaciones a derecha e izquierda de estos sectores y la volatilidad del apoyo a Trump.

Nacionalismo económico y guerra comercial

La crisis mundial desatada tras el crack 1929, y que no es posible analizar en este artículo, se vio reforzada por la adopción generalizada de medidas proteccionistas y devaluaciones competitivas entre las diferentes potencias para “proteger sus mercados”. El resultado fue que entre 1929 y 1935 el comercio mundial sufrió un retroceso superior al 30%, y el PIB de EEUU y de las principales naciones europeas se contrajo más de un 14%.

La explosión de nacionalismo económico no fue obra exclusiva de Hitler o Musolinni, sino del conjunto de las potencias capitalistas, tanto fascistas como “democráticas”. El renacimiento actual del nacionalismo económico y el populismo de derechas, adoptado como bandera por un sector amplio de la clase capitalista en numerosos países, no se explica por factores subjetivos derivados del carisma de ciertos individuos, sino como una tendencia objetiva de los procesos que se dan en la economía y la política mundiales.

Cuando Trump llegó a la reunión del G-7 en Biarritz a finales de agosto, toda su furia en las redes se había desatado: “…las vastas cantidades de dinero hecho y robado por China a EE UU, año tras año, durante décadas, deben ACABAR y acabarán”. “No necesitamos a China y, la verdad, estaríamos mejor sin ellos” … estos y otros mensajes semejantes llenaban las portadas de los medios de comunicación.

¿Qué creía Trump, qué el régimen de Beijin iba a quedarse de brazos cruzados sin responder a sus medidas? Por supuesto que no lo creía, y sus bravatas son una confesión de impotencia del imperialismo estadounidense.

Finalmente, el pasado domingo 1 de septiembre entraron en vigor aranceles adicionales del 15% sobre una parte de los 300.000 millones de dólares en bienes chinos importados que hasta ahora no habían sido penalizados. China contestó con gravámenes de entre el 5 y el 10 % a productos estadounidenses valorados en 75.000 millones de dólares (68.243 millones de euros).

Estas decisiones aumentarán los costes de producción tanto en EEUU, China y Europa. Afectarán duramente al sector del automóvil de EEUU, que en 2018 vendió en China vehículos por valor de 250.000 millones de dólares. Pero también al petróleo, la soja (China es el primer importador de soja estadounidense), frutos secos, cerdo, pescado y marisco congelado, ternera... El gigante asiático es el cuarto mayor mercado de exportación agrícola para Estados Unidos (9.300 millones de dólares en 2018).

No hay que olvidar tampoco que cerca del 77% de las exportaciones que EEUU recibe del país asiático corresponden a productos semifacturados utilizados para producir mercancías en las industrias americanas. La política proteccionista de Trump no resolverá nada y empeorará mucho.

Pero China también perderá con la guerra comercial. Entre 2011 y 2016 sus compras de tecnología en el mercado mundial estaban repartidas entre tres de sus rivales directos: el 27% provenían de los Estados Unidos, un 17% de Japón y un 11% de Alemania. En China se producen el 75% de los smartphone del mundo y el 90% de los ordenadores, y el bloqueo de los mercados internacionales, como se ha visto con el caso Huawei y del que hemos hablado en otros artículos3, podría tener efectos muy negativos.

Las empresas extranjeras producen en estos momentos el 87% de la electrónica china y el 60% de la maquinaria, y el número total de ellas que operan en China aumentó de 203.000 en 2000 a 481.000 en 2015, año en el que ocuparon a cerca de 14 millones de trabajadores. Cerca del 40% de las exportaciones de China salen de factorías de capital extranjero o mixto.

La eurozona no se librará de sufrir duramente los efectos de esta guerra. Actualmente es el bloque con mayor superávit por cuenta corriente del mundo, 465.000 millones de dólares en 2018. Pero desde enero este superávit ha descendido un 21%, impactando directamente sobre la economía alemana (cuyo sector exportador aporta el 50% de su PIB), Francia e Italia.

Socialismo o barbarie

Todos los datos anteriores demuestran que la producción capitalista se ha hecho completamente social, ha creado una división internacional del trabajo y un mercado mundial de los que ninguna economía nacional puede escapar. La autarquía y el nacionalismo económico constituyen un sueño reaccionario, como se comprobó en los años treinta del siglo pasado, y tras su pantalla realmente se esconde el más agresivo de los imperialismos.

Los mayores responsables de la política mundial, parafraseando a Trotsky, parecen niños correteando por la pendiente de un volcán antes de una erupción. La recesión parece inminente, pero los grandes poderes capitalistas divididos más que nunca, no calculan los efectos de una nueva crisis en la conciencia de las masas. Años de privaciones y empobrecimiento han generado una rabia colectiva que no deja de crecer. La clase dominante no podrá recurrir a las políticas que ya han mostrado su agotamiento frente a una nueva explosión de desempleo, cierres de empresas y descomposición económica.

Nos encaminamos a un choque fundamental entre las clases. Sí, la realidad revindica plenamente el programa marxista recogido en obras como El Capital o Teorías sobre la plusvalía, escritas hace más de 150 años. Pero la clase obrera no llegará a estas conclusiones sólo a partir de lecturas sino a través de su experiencia.

El socialismo no caerá del cielo como una fruta madura, sino como resultado de la intervención consciente de la clase obrera y la juventud en la acción. Sólo la socialización de los medios de producción puede resolver el colapso económico y la barbarie que se dibuja ante nuestros ojos. Las fuerzas productivas mundiales necesitan un nuevo sistema social que las organice y planifique armoniosamente y democráticamente. A través de errores y de derrotas, los trabajadores al frente de los oprimidos de todo el mundo sacarán las conclusiones políticas y prácticas oportunas, forjarán el partido revolucionario capaz de coronar con éxito la tarea y los expropiadores serán definitivamente expropiados. El socialismo vencerá, la humanidad vencerá.

NOTAS

1  “Los grandes bancos que fueron rescatados por el Gobierno de los Estados Unidos en 2008 —escribe Walden Bello— se han vuelto aún más grandes, y los ‘seis grandes’ bancos estadounidenses ―JP Morgan Chase, Citigroup, Wells Fargo, Bank of America, Goldman Sachs y Morgan Stanley― poseen, colectivamente, un 43 % más de depósitos, un 84 % más de activos y el triple de dinero en efectivo que tenían antes de la crisis de 2008. Esencialmente, han duplicado el riesgo que derribó el sistema bancario en 2008.” Walden Bello, El capitalismo financiero prepara la recesión 2.0, 19 de junio 2019 https://ctxt.es/es/20190619/Politica/26847/Walden-Bello-estado-del-poder-2019-capitalismo-financiarizacion-deuda-crisis-financiera.htm

2  China and the world: Inside a changing economic relationship, informe de McKinsey Global Institute

2  Nacionalismo económico y guerra comercial. El capitalismo ante el abismo, Bárbara Areal, junio 2019 https://www.izquierdarevolucionaria.net/index.php/economia/11563-nacionalismo-economico-y-guerra-comercial-el-capitalismo-ante-el-abismo


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