Medioambiente

Desde hace semanas asistimos a una de las mayores catástrofes naturales que haya conocido la humanidad, los masivos y virulentos incendios que están asolando el sureste de Australia. Hasta el momento se han quemado más de 10 millones de hectáreas, una superficie superior a la de Andalucía; han muerto 1.000 millones de animales, entre ellos un tercio de la población de koalas; se han destruido ecosistemas únicos, como el de la Isla Canguro que ya se ha quemado en una tercera parte; Camberra se ha convertido en la ciudad más contaminada del mundo, con 5.000 microgramos de partículas tóxicas por metro cúbico de aire (más allá de 200 microgramos es nocivo para la salud); miles de viviendas ha quedado arrasadas, más de 300.000 personas han sido evacuadas y casi 30 personas han muerto. Los daños se cuantifican en miles de millones de dólares, y se prevé que las nubes de humo, que ya han alcanzado la estratosfera afectando a las condiciones atmosféricas, den la vuelta al mundo.

Esta semana arrancará en Madrid la Cumbre Mundial del Clima COP25. A pesar de que ya no se organiza en Chile, la presidencia de la misma seguirá correspondiendo al Gobierno asesino de Piñera, algo que no parece incomodar ni a Pedro Sánchez, ni a las Naciones Unidas, ni a ninguna de las democráticas naciones europeas. Una cumbre, además, que está siendo una plataforma publicitaria descarada para las grandes empresas capitalistas que son la causa de la actual degradación medioambiental.

Ahora resulta que la energía del sol radiante tiene precio; las empresas lograron conformar una industria “emergente” que “ayudará” en la lucha contra el cambio climático. El tratamiento de la energía solar alcanza hoy por hoy ocho millones de dólares de acuerdo a datos de la Asociación Nacional de Energía Solar (ANES). Sólo que su incipiente uso llega a unos cuantos porque aún no beneficia del todo a la mayoría de población. 

El surgimiento del movimiento “viernes por el futuro” en Europa, se ha extendido rápidamente por todo el mundo ante la necesidad que tenemos millones de jóvenes y trabajadores por vivir un mundo más natural, sin contaminantes y sin devastación. Esto ha abierto un profundo debate sobre el carácter que debe adoptar el movimiento ecologista mundial. Desde Izquierda Revolucionaria y el Sindicato de Estudiantes, nos sumamos y queremos contribuir a impulsar un movimiento combativo y anticapitalista que ponga encima de la mesa cómo podemos frenar la catástrofe ecológica que vive nuestro planeta.

Los incendios en la selva más grande del mundo a cimbrado la conciencia de miles de jóvenes y trabajadores, porque ha puesto de manifiesto que los intereses de los capitalistas responsables de la deforestación, agroindustria y demás megaproyectos de “desarrollo” son totalmente antagónicos a los de la mayoría de la sociedad. Para estos dueños del dinero les da igual que el Amazonas absorba millones de toneladas de dióxido de carbono presente en la atmosfera y esto contribuya a frenar el cambio climático y que sea una gran generadora de oxígeno. Pero no sólo eso, regula las lluvias y mantiene el ciclo del agua a nivel mundial, influyendo en el clima mundial y en la circulación de las corrientes oceánicas; su suelo y vegetación contienen una cuarta parte de todo el carbono que se almacena en la tierra. 

El cambio climático se ha convertido en un grave peligro para el futuro del planeta y de la propia humanidad. Cuando desde los medios de comunicación se señala que la catástrofe ecológica que vive nuestro ecosistema es producto directo de la “acción del hombre”, hay que ser concretos: esta situación de emergencia refleja la lógica y el funcionamiento del sistema de producción capitalista que arrasa con todo lo que encuentra, incluido el medio ambiente, para garantizar los beneficios económicos de un puñado de monopolios y multimillonarios.

Ante esta realidad, los gobiernos capitalistas de todo el mundo intentan presentar los protocolos medioambientales y las cumbres climáticas como pasos adelante y como una forma de controlar la actividad de las empresas. Pero la realidad es que son una farsa utilizada por los responsables de la degradación medioambiental para lavarse la cara y forman parte de una campaña muy consciente para asimilar al movimiento ecologista y descafeinar su contenido revolucionario.

El cambio climático se ha convertido en una realidad que pone en grave peligro el futuro del planeta y de la propia humanidad. Nos dicen que la catástrofe ecológica que hoy vive nuestro ecosistema es producto directo de la “acción del hombre”, pero para ser rigurosos hay que ser específicos: esta situación de emergencia es el producto de la lógica y del funcionamiento del sistema de producción capitalista que arrasa todo lo que encuentra, incluido el medio ambiente, para garantizar los beneficios económicos de un puñado de empresas.

Sin duda, uno de los proyectos más ambiciosos del gobierno de AMLO es el tren Maya, éste ha declarado contar sólo con la tercera parte del dinero necesario, el resto saldría de la iniciativa privada. Esto megaproyecto correctamente está considerado como uno de los más desbastadores por parte de las comunidades y reflejan una de la contradicciones que el gobierno de AMLO mantiene, concesiones a los grupos empresariales con tal de obtener recursos para financiar el Estado.

Pocos ponen en cuestión el hecho de que la humanidad se enfrenta a una crisis ambiental sin precedentes. Los datos son muy clarificadores en este sentido: la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera se ha disparado desde comienzos del siglo pasado, la temperatura media mundial se ha incrementado más de un 25% en el mismo periodo, el nivel del mar subirá más de medio metro en 80 años y provocará serios problemas a las ciudades costeras y cada vez son más frecuentes eventos climáticos extremos en todo el mundo (olas de calor, sequías, inundaciones, derretimiento de los polos...).

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