El pasado 30 de agosto se escribiría un nuevo capítulo gris en la historia de México: ese día el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) calificó como válidas las elecciones del 1° de julio, mismas que le dieron el triunfo a Enrique Peña Nieto (EPN), del PRI, en la contienda por la presidencia de la República, legitimando así un nuevo fraude electoral. Según los resultados oficiales el PRI obtendría la presidencia con un nivel del voto 100% superior al de 2006, es decir con 18 millones 727 mil 398 sufragios (38.15%) contra los 9 millones 301 mil 441 (22.26%) logrados 6 años atrás.

Por su parte el candidato de coalición de partidos de izquierda, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) alcanzó 15 millones 535 mil 117 votos (31.60%), menos de un millón por encima de los 14 millones 756 mil 350 comicios (35.31%) obtenidos en 2006. Para el PAN el número de votos fue de 12 millones 473 mil 106 (25.40%) contra los 15 millones 284 mil (35.89%) alcanzados seis años antes, traduciéndose esos resultados en un descalabro de aproximadamente 2 millones de sufragios.

En definitiva el éxito del PRI y su espectacular salto en su cuantía de votos no pude ser explicado sin la multimillonaria campaña que desplegaron los empresarios para asegurar su triunfo, pues como lo demostró el equipo de AMLO, los gastos para apuntalar la figura de EPN ascendieron a los 4 mil 599 millones 947 mil 834 pesos, cantidad dramáticamente superior a los 328 millones 608 mil 267 pesos impuestos por el IFE como tope de campaña para cada uno de los candidatos.

Si bien el fraude electoral tuvo un peso especialmente relevante en el triunfo del PRI, al mismo tiempo es necesario señalar que en esta nueva derrota también intervinieron otros factores, los cuales vale la pena analizar con la intención de sacar las mejores lecciones de cara al futuro.

Giro a la derecha

El 2006 marcó una antes y un después en la historia de la lucha de clase en México: como no se veía en décadas, ese año quedó de manifiesto la enorme voluntad de las masas oprimidas para trasformar la realidad, expresándose todo ello en un apoyo masivo a AMLO de cara a las elecciones de ese año; pero también dicha voluntad se expresó a través de la extraordinaria insurrección revolucionaria en Oaxaca con la APPO al frente y por medio de una significativa agitación sindical que tuvo como algunos de sus principales saldos la holeada huelguística de los mineros, el paro laboral de la sección XXII del CNTE-SNTE y la conformación del Frente Nacional.

El momento cumbre de este período fue el que se abriría el 2 de julio, día en que toda esa agitación social se manifestó de forma abrumadora por medio del voto para la coalición PRD-PT-Convergencia con AMLO a la cabeza, y que se extendió hasta mediados de septiembre, cuando millones de mexicanos movilizándose contra el fraude electoral abrieron una crisis revolucionaria en nuestro país.

Así, en el terreno de las posiciones políticas, las posiciones hacia derecha y hacia izquierda se cimentaron aún más no sólo entre los partidos tradicionales de la burguesía, sino también al interior del PRD donde corrientes como Nueva Izquierda, capitaneada por Jesús Ortega, y Foro Nuevo Sol, de Amalia García, entre otras, acostumbradas a cohabitar con el Régimen, asumieron más enérgicamente su papel como contenedores de la rabia social para impedir que esta utilizará como vehículo de expresión al partido del sol azteca. 

Con dichos objetivos los chuchos y demás corrientes de derecha reconocieron por la vía de los hechos a Calderón además de que lanzaron una enérgica política de alianzas electorales con el PAN para contender por diferentes gubernaturas en 2010.

El giro a la derecha de la dirección nacional del PRD, bajo control de los chuchos, provocó confusión y desaliento entre los seguidores de la izquierda, viéndose ello reflejado en las preferencias electorales del partido del Sol Azteca. También otro ejemplo de desánimo fue el gobierno de Juan Sabines, mismo que renunció al PRI en 2006 para ese mismo año postularse y ganar las elecciones en Chiapas por la alianza de PRD, PT y Convergencia. Ya como gobernador, la primer medida de Sabines fue romper públicamente con AMLO y reconocer a Calderón para, acto seguido, gobernar con la misma política del PRI. Bajo Sabines, Chiapas, donde el pasado 1° de julio el voto rural en favor del PRI creció en un 274% respecto a 2006, fue transformado en una entidad clave para el fraude electoral. Y ni qué decir de la contrarreforma laboral impuesta en octubre del 2011 por la Junta Local de Conciliación y Arbitraje del Distrito Federal al amparo de Marcelo Ebrard, en la que se endurecieron los criterios para ir a huelga. También este es el caso de Gabino Cué, quien al frente del gobierno de Oaxaca, (al que llegó  en 2010 gracias a una alianza electoral entre PAN, PRD, Convergencia y PT) reprimiera salvajemente a una movilización de profesores de la sección XXII del CNTE-SNTE, en febrero del 2011.

Titubeos

Todo lo anterior, y un rosario aún más largo de ejemplos de esa naturaleza, fue alejando a la base de apoyo del PRD de las urnas, a tal grado que en 2009 el voto para diputados federales total de los tres partidos de izquierda fue de 6 millones 355 mil 233 sufragios, cantidad inferior a los 11 millones 969 mil 049 de 2006. Para esos momentos esos resultados ya marcaban una tendencia, misma que se vio ratificada en las elecciones del 2010 y 2011 en las que el PRD perdería los gobiernos de Zacatecas, Baja California Sur y Michoacán, además del poderoso bastión amarillo de la región oriente del Estado de México.

En mucho todo ello fue obra del giro a la derecha de la dirección perredista bajo el control de los chuchos; sin embargo ese es sólo un lado de la moneda, el otro lo es el hecho de que el ala de izquierda del PRD, con AMLO al frente, no supo apoyarse en la significativa base de activistas honestos y democráticos al interior del partido, ni tampoco fue capaz de utilizar su enorme apoyo popular para frenar y expulsar del movimiento a las corrientes de derecha.

Y verdaderamente hubo varias oportunidades para rescatar al PRD de las garras de la derecha, una de ellas fue la elección interna del 2008 por la dirección nacional del PRD en las que izquierda y derecha se enfrentaron con Alejandro Encinas y Jesús Ortega como sus candidatos respectivamente; las votaciones de marzo dieron como vencedor a Encinas, provocando con ello la intervención de Calderón a través del TEPJF en favor de la derecha, asegurando que en noviembre Jesús Ortega fuera designado presidente nacional del PRD.

Otra oportunidad desperdiciada fue la polarización que se generó al interior del partido a principios de 2011 por el impulso de la alianza electoral entre PRD y el PAN para la contienda por el gobierno del Edomex; aquella vez la oposición abierta y decidida de la izquierda perredista hacia esa medida y el llamado de AMLO (quien solicitaría licencia temporal para retirarse del PRD) para rechazar esa alianza, provocó una reacción muy entusiasta de cientos de miles de militantes de base del PRD y de Morena que a través de diferentes actos de repudio presionaron hasta que la dirección del partido dio marcha atrás en su intento de contender en mancuerna con el PAN.

En ambos casos AMLO y los demás dirigentes debieron haber llamado a la masiva base de apoyo del PRD y de Morena a conformar comités de base para votar democráticamente resoluciones desconociendo a la dirección de Jesús Ortega y a todos sus aliados enquistados en el aparato de las direcciones municipales y estatales para convocar a nuevas elecciones internas y depurar al partido de todos los elementos arribistas y de derecha. Sin embargo titubearon y no lo hicieron, y los errores se pagan caros ya que al no ir con todo sobre las corrientes de derecha se permitió que estas continuaran con el PRD bajo su control, impulsando la misma política que fue socavando las posibilidades del movimiento de masas de llegar a la presidencia de México con AMLO al frente en 2012.

Pero también fue un error permitir que una serie de expriístas se encumbraran al amparo de AMLO, tales como Marcelo Ebrard, Juan Sabines y Gabino Cué. Desafortunadamente esta clase de historias aún no terminan, pues este es el caso de Camacho Solís y Manuel Bartett, quienes de la misma manera lograron sus respectivas senadurías tras las elecciones del 1° de julio pasado. Lamentablemente también esa clase de medidas genera confusión, desalentando a amplios segmentos del movimiento.

Todos esos elementos de derecha, desde los Chuchos y secuaces, hasta Camacho Solís, Marcelo Ebrad y otros han jugando un papel protagónico de manera abierta o tras bambalinas en la campaña de AMLO con el acuerdo de éste último, tenían como único objetivo evitar que el movimiento de masas en el marco de las pasada elecciones fuera más lejos, manteniéndolo dentro de márgenes manejables para impedir de esa manera que en esta nueva oportunidad, y ante la eventualidad de un nuevo fraude electoral, se repitieran escenas de la lucha de clases simulares o de mayor magnitud a las vistas en 2006.

Esa misma lógica fue la que impidió que en 2008 la contrarreforma petrolera de Calderón fuera derrotada estrepitosamente; en aquella oportunidad AMLO consultó y acordó con los cientos de miles de mexicanos que abarrotaron el Zócalo por su llamado el 18 de marzo de ese año, ir a un “un paro nacional patriótico” en caso de que el presidente espurio no diera marcha atrás en sus pretensiones. Sin embargo el plan de lucha votado ese día no se llevó a la práctica y se desperdició una oportunidad de oro para otorgarle un triunfo al movimiento de masas sobre sus enemigos de clase.

Otra oportunidad desaprovechada fue la lucha en defensa Luz y Fuerza y el SME, cuando tras el sabadazo del 10 de octubre del 2009, día en que la Policía Federal tomó las instalaciones de dicha paraestatal, la respuesta de la clase obrera para tratar de frenar el ataque de Calderón fue masiva: el domingo 11 por la mañana cientos de miles trabajadores y estudiantes tomaron las calles del centro de la Ciudad de México, cantidad que escalaría el jueves 15 hasta las 300 mil personas movilizándose nutridas por amplios contingentes sindicales, todo ello como acciones de repudio ante dicho ataque. Ello sin descontar las decenas de movilizaciones y actos de protesta desarrolladas en todo el país durante esos días.

Al igual que la contrarreforma petrolera, el ataque al SME removió las entrañas de la lucha de clases en nuestro país, teniendo esta vez como centro de la ofensiva de Calderón a uno de los sindicatos más combativos, y provocando una agitación y rabia social óptima para lanzar acciones de fondo para derrotar al Régimen. Si bien AMLO convocó a movilizaciones contra la extinción de Luz y Fuerza, nuevamente las acciones no estuvieron a la altura de las circunstancias.

Tanto en el caso de la contra reforma petrolera como en el de la lucha en defensa de Luz y Fuerza, la inconsecuencia política, es decir la falta de un llamado serio a pasar a los hechos por medio del “paro nacional patriótico” como lo llamó AMLO en aquel 18 de marzo, pretendió ser sustituida por la promesa de que, un vez en el poder, tras las elecciones del 2012, el gobierno de izquierda se encargaría de revertir esos ataques, disipando de esa forma los ánimos de lucha del movimiento de masas.

El hecho es que esa táctica, la de no ir a fondo en cada oportunidad depositando todas las expectativas de solución de los problemas en un eventual gobierno bajo la conducción de AMLO tras las elecciones del 2012, impidió que éste llegara con un triunfo sobre el Régimen a la cita del pasado 1° de julio, ello a diferencia del 2006 cuando las elecciones estuvieron precedidas de la derrota de Fox y el desafuero en mayo del 2005 a cargo del movimiento de masas.

De cara a las elecciones del 2012, un triunfo de AMLO y del movimiento de masas sobre Calderón habría creado la agitación y el entusiasmo necesarios que acabarían dándole más confianza a la clase trabajadora en sus propias fuerzas, sacudiendo de esta forma a amplios sectores ahora afectados por el escepticismo y distanciados de la participación política desconsolados por la política de derecha de los chuchos y otros dirigentes de izquierda, pero también por la política de puertas abiertas para expriístas arrepentidos y los titubeos para ir a fondo en cada oportunidad. Nos atrevemos a asegurar que una política más decididamente de izquierda por parte de AMLO, apoyada en la huelga general, en el frente de las movilizaciones y la lucha contra los ataques de Calderón, habría allanado el camino no sólo para vencer a la derecha con relativa facilidad el pasado 1° de julio sino además para derrotar cualquier intentona de fraude electoral. Sin embargo eso no fue así y ahora las posibilidades de que Peña Nieto jure como presidente de la República el próximo 1° de diciembre son más que altas.

En condiciones de polarización social como la que se vive en México desde hace más de media década, lanzar una política clara, sin titubeos y que distinga claramente a la izquierda de la derecha resulta clave para el avance de la lucha contra el Régimen, pues de lo contrario, es decir zigzagueos políticos que en ocasiones no permitan percibir nítidamente la distancia entre uno y otro polo político, o sea entre izquierda y derecha, sólo alimenta el escepticismo inhibiendo la participación política de amplios sectores de entre los desheredados, prueba de ello son los millones de trabajadores y de jóvenes que no acudieron a las urnas el pasado 1° de julio. Y, por consecuencia, si AMLO, Morena y los partidos de izquierda pretenden verdaderamente ganar para el futuro el apoyo de esos millones que no acuden a las urnas y, cosa también especialmente importante, además  preservar su actual base de seguidores, necesitarán un giro total hacia una política mucho más combativa en relación a la del pasado.

La lucha contra el fraude electoral

Sobre el fraude es necesario señalar que la derecha (los empresarios, sus partidos y su gobierno) inevitablemente usará todos los medios a su alcance para perpetuarse en el poder. Esa es una ley bajo la democracia burguesa y por ello en el marco de sus diferentes procesos electorales los poderosos pondrán a su servicio a las diferentes instancias electorales, el grueso de los medios informativos, así como todos los millones de pesos que se necesiten para asegurar el triunfo de su candidato. Y la magnitud mayor o menor con que empleen esos medios, es decir del fraude electoral, dependerá del grado de peligrosidad que representen sus adversarios. Es por ello que en una sociedad bajo la propiedad privada de empresarios y banqueros, la democracia no es más que la dictadura de los capitalistas sobre el resto de la sociedad.

¿Lo anterior quiere decir que la izquierda está condenada de por vida a las derrotas electorales? No en  lo absoluto. Lo anterior significa que para que la izquierda acceda al poder se necesita algo muy por encima de lo que ha hecho hasta el momento, pues sin ser muy severos con AMLO ni soslayar importantes avances como lo fue la construcción de Morena, es preciso señalar que su táctica empleada durante los últimos seis años sólo se tradujo en un avance de un poco más de 750 mil votos respecto a 2006. Es evidente que el saldo hubiera sido significativamente mayor si AMLO hubiera optado por una política de rescate del PRD de las garras de los chuchos para poner la dirección de este partido al servicio del movimiento; si a la par de ello en cada oportunidad de luchar contra la políticas de Calderón se hubiera ido a fondo y si se le hubiera cerrado el paso a toda clase de arribistas que llegaron a enquistarse tanto en los tres partidos de izquierda como en Morena.

Además, en cuando a la compra del voto, factor de especial relevancia para el resultado en favor del PRI, para lograr una explicación de fondo que nos permita extraer las lecciones adecuadas de cara al futuro, es necesario señalar que sería totalmente insuficiente explicar ese fenómeno únicamente con argumentos como la ignorancia de los sectores más empobrecidos de la sociedad. Es cierto que la desesperación y atraso en que viven estas capas de mexicanos los hace presa fácil de la manipulación política, pero también es cierto que una política adecuada que conecte con sus sentimientos sociales hace que su conciencia política de un salto hacia adelante con relativa facilidad. Esa es la experiencia del partido bolchevique en la extremadamente atrasada Rusia de 1917, cuando de sus 120 millones de habitantes, 100 millones de ellos eran de campesinos analfabetas marcados por enormes sentimientos religiosos y que vivían en condiciones infrahumanas. Durante décadas la derecha y la contrarrevolución en Rusia se basaron en el campesinado como contrapeso a las aspiraciones revolucionarias de la clase obrera; son esos mismos campesinos los que van a atender por miles y miles el llamado del Zar a la guerra que sacudió a Europa entera desde 1914.

Sin embargo, llegado el momento y dadas las severas contradicciones del joven capitalismo ruso y los enormes costos de la guerra, entre estos el hambre generalizada, en 1917 los bolcheviques, quienes para entonces ya eran una fuerza con un serio reconocimiento entre el movimiento obrero a tal grado que podían convocar huelgas de masas, acuñaron el grito de “Pan, paz y tierra”. Lenin y Trotsky, máximos dirigentes del partido bolchevique, sabían que el proletariado ruso sólo podría tomar el poder a condición de ganarse el apoyo del campesinado pobre; y que para ello tenían que ser todo lo audaces posible; al grito de “Pan, paz y tierra” los bolcheviques lograron arrebatarle a la derecha en cuestión de semanas a su principal base de apoyo, el campesinado pobre, para ponerla al servicio de la revolución. Es por ello que la toma del poder del proletariado ruso el 24 de octubre de 1917 fue un acto prácticamente pacífico dado que ya no existía para ese entonces una fuerza seria capaz de levantar la voz para defender a la derecha y a los capitalistas rusos.

El ejemplo de la Rusia de 1917, en condiciones de atraso, pobreza, ignorancia y desesperación por mucho superior a las que predominan hoy día en México, demuestra cómo sectores tradicionalmente manipulados por la reacción pueden ser ganados para las fuerzas del progreso a condición de una política revolucionaria. Pero esa no fue la tónica de la campaña de AMLO la cual, con la entrada de empresarios arruinados o desamparados por el Régimen (tal es el caso de Cristina Sada Salinas, hermana de Eugenio Garza Sada, jefe del Grupo Monterrey, quien contendiera al senado por el Movimiento Progresista) perdió contenido haciendo un marcado énfasis en que su gobierno no haría ninguna clase de nacionalización o expropiación, pasando por alto, por ejemplo y de cara a los intereses del campesinado pobre y su enorme sed de tierras, la necesidad de revertir el profundo proceso de concentración de tierras que se ha dado a raíz de la contrarreforma al Artículo 27 Constitucional hecha por Salinas de Gortari y que ha dejado como uno de sus saldos, por ejemplo, que el 16.58% de la superficie del país esté bajo control de los consorcios mineros. Otro ejemplo es el de Cargill, empresa de origen estadounidense que, gracias a los cambios a la legislación, las sociedades mercantiles tienen derecho a la explotación de tierras con un límite de 20 mil hectáreas, tiene posesiones que le aseguran el control sobre la producción del 70% de los granos básicos de nuestros país. Sin expropiaciones y nacionalizaciones es imposible revertir ese proceso de concentración de tierras que ha empobrecido a millones de campesinos en México.

Sin embargo la ausencia de propuestas de fondo pretendió ser compensada por un discurso abstracto que no significaba nada, absolutamente nada, para los más de 22 millones de campesinos mexicanos, la mayoría de ellos hundidos en la miseria y desesperación más atroz: nos referimos a la República del amor. Estamos absolutamente convencidos de que la gran mayoría de esa gente humilde, para la cual 500 pesos son la garantía para mal comer durante un par de semanas o más, habría estado dispuesta a soportar su hambre y no vender su voto para apoyar a una alternativa de lucha que ha demostrado su valía en las calles enfrentando, e incluso derrotando en algunos casos, al Régimen y que además los llama a luchar por la expropiación de los latifundios, velados o abiertos, para dotarlos de tierra, y por la nacionalización de la banca para dotar al campo de créditos blandos para su industrialización y sacarlo del atraso. Pero lo que sucedió fue todo lo contrario, pues AMLO en lugar de plantear medidas de fondo para solucionar los problemas de los casi 60 millones de mexicanos pobres, optó, con los empresarios atrás de él picándole las costillas, por el leguaje abstracto de la República del amor, y de eso no se le puede culpar en nada a aquella pobre mujer que hundida en la desesperación y la miseria aceptó vender su voto ante el hecho de que aquellos que tienen el deber de organizar el malestar social, es decir la izquierda, y transformarlo en fuerza organizada verdaderamente capaz de subvertir el orden establecido, no lo hicieron.

Es por todo ello que, de cara al futuro, una lección es la de que el fraude electoral sólo puede ser combatido con posibilidades por medio de un profundo giro a la izquierda, mismo para el cual necesariamente se requiere romper todo compromiso con los empresarios, por muy “emprendedores” que sean, y también depurar a la vez al movimiento de elementos de derecha y arribistas.

Prueba categórica de lo anterior es la clase de lucha contra el fraude tras el 1° de julio impulsada por AMLO y que tuvo como cause exclusivamente el frente legal; es decir, la vía que significa dejar todo en manos del enemigo, en este caso el TEPJF, el cual pudo actuar prácticamente con manos libres para avalar el fraude al no contar con la presión adecuada en la calles. AMLO actuó de esa forma porque llegó a las elecciones atado de pies y de manos dado los compromisos adquiridos con los chuchos, los Camacho Solís, los Marcelo Ebrard y el ala de empresarios y demás elementos de pequeñoburgueses intelectuales infiltrados en Morena, ello sin olvidar que ya antes del 1° de julio el candidato de izquierda había firmado el pacto de civilidad con el resto de candidatos para reconocer los resultados de las elecciones, mismo que fue promovido por el IFE con los empresarios tras bambalinas. En ese contexto es como Peña Nieto pudo recibir su constancia como presidente electo prácticamente sin romper un vidrio.

Por un partido obrero con un programa socialista

El balance anterior nos sirve además como una magnífica base como punto de partida respecto al debate que se abrió el pasado domingo 9 de septiembre en el que, en medio de una asamblea informativa, AMLO llamó a sus seguidores a reflexionar sobre la pertinencia de transformar a Morena en un nuevo partido político o dejar a dicha organización en un estatus similar al que ha tenido desde que nació formalmente en octubre del 2011. Un detalle sobre el cual creemos necesario abundar antes de entrar a este tema es el hecho de que, muy a pesar suyo, AMLO al hacer este llamado dejando de lado cualquier iniciativa de peso para dar una verdadera lucha contra el fraude electoral, distrajo la atención sobre la entonces muy fresca decisión del TEPJF de avalar la imposición de Peña Nieto, facilitándole las cosas a la mafia en el poder para que su candidato tome posesión el 1° de diciembre próximo. Desde nuestro punto de vista no había ninguna contradicción que impidiera que el llamado del 9 de septiembre sobre la reorganización de Morena fuera acompañado de una convocatoria a una verdadera lucha contra la imposición de Peña Nieto.

En lo referente a Morena, los marxistas insistimos en la idea de que la forma en que se organizan los trabajadores y sus organizaciones está determinada por la situación objetiva del capitalismo y de la lucha de clases, además de la experiencia histórica de batallas del pasado, incluidas las más recientes.

La situación objetiva del capitalismo es de crisis a escala mundial, creando un entorno muy desfavorable para la economía nacional y para las ganancias de los empresarios; en esa clase de contexto recuperar terreno exige de la burguesía abaratar el valor de la mano de obra para incrementar la explotación; es decir, los empresarios, incluso los “emprendedores”, necesitan profundizar la misma fórmula que de 1980 al 2006, por ejemplo, permitió que el volumen de sus ganancias en proporción al Producto Interno Bruto (PIB) creciera del 56.3% al 61.9%, a cambio de reducir la masas total de salarios del 36% al 28.6% durante el mismo periodo. La clave para la burguesía sobre el camino a seguir respecto a la crisis del capitalismo ha quedado de manifiesto en el gradual pero firme desplazamiento de mercancías chinas a cargo de mexicanas en el mercado de los Estados Unidos, ello a raíz de que la brecha entre los salarios de los obreros chinos, famosos por ser de los más bajos del mundo, prácticamente se ha cerrado: mientras que hace 10 años los salarios en las manufacturas mexicanas eran 237.9% superiores a los de China, actualmente esa ventaja es apenas del 7.3%. El objetivo de la burguesía mexicana es no sólo eliminar esa diferencia sino además invertirla para profundizar la explotación, traduciéndose ello en una tarea del movimiento obrero para ser enfrentada.

En lo referente a la política, si en condiciones de auge económico cuando los negocios marchan bien la burguesía no está dispuesta a ceder por las buenas sus posiciones en el Estado, menos lo hará en condiciones de crisis económica cuando la lucha por los beneficios es una cuestión de vida o muerte en tanto clase dominante. De ahí recursos como el fraude electoral y otras triquiñuelas para mantener en el poder a los agentes de la burguesía, tal como ha sido el caso de Calderón y Peña Nieto por citar los ejemplos más recientes.

Para salir de la crisis económica la burguesía necesita aplastar totalmente las condiciones de vida del proletariado, el apoyo de todas las leyes, de todas las instituciones y de toda la fuerza represiva del Estado.

De forma paralela a todo lo anterior se encuentra un gran descontento social que a cada oportunidad en los últimos años da enérgicas muestras de su voluntad de transformación social. Unas veces en millones movilizándose contra el fraude electoral del 2006 y otras con apenas unos cuántos de miles, como los 4 mil obreros de la automotriz Nissan que el sábado 22 de septiembre tomaron la carretera México-Cuernava por espacio de tres horas en repudio de la contrarreforma laboral que en estos momentos se debate en el Palacio de San Lázaro,.

Todo lo anterior aderezado por una crisis exacerbada del Régimen, misma que no es más que la expresión superficial de la crisis y divisiones en el seno de la propia burguesía (un ejemplo de ello es la guerra por el mercado de las telecomunicaciones entre Televisa, TVAzteca, Multivisión y Telmex) que debilitan al Estado. De hecho Peña Nieto heredará para su gobierno la debilidad y divisiones que han caracterizado a la administración de Calderón.

En esencia esas son las variables que deben ser tomadas en cuenta para definir qué tipo de de organización necesitan los trabajadores y demás sectores oprimidos por el capitalismo mexicano, de ahí que el primer factor a resolver es el tipo de programa de lucha que necesitamos. El aferre de la mafia del poder al Estado es una prueba irrefutable de que la burguesía no está dispuesta a permitir ninguna clase de reforma que entorpezca el papel actual de las finanzas públicas como fuente de financiamiento de sus negocios, como es el caso del rescate bancario, o que impida que la explotación se profundice: por ejemplo un gobierno de AMLO pondría en aprietos una contrarreforma laboral como la que ha presentado Calderón a las cámaras. En esa medida el único programa posible de lucha y acorde a la altura de los retos que impone el momento actual de la lucha de clases es aquel que llame a luchar de forma unificada al conjunto de los trabajadores de la ciudad y del campo por mejores salarios, empleo estables, más escuelas y hospitales, por créditos blandos para el campo, por vivienda social y servicios públicos, por una jornada laboral de 40 horas sin reducción de salario, por seguro universal de desempleo, etcétera, y en el que se convoque a expropiar a la burguesía y a derrocar al Régimen para ser sustituido por una democracia obrera y socialista. Cualquier organización o partido que se diga representante de las causa de los pobres y explotados de este país se tiene que fijar como tareas prioritarias para el próximo periodo derrocar a Peña Nieto y expropiar a la mafia del poder y el resto de la burguesía, por ello es indispensable que AMLO y los demás dirigentes de izquierda rompan con los empresarios y abandonen cualquier ilusión en el capitalismo.

Para darle certeza a un plan de lucha de esa magnitud es indispensable la unidad con los sindicatos pues, dado el papel que juegan los trabajadores en la producción, solamente de ese vínculo puede brotar toda la fuerza necesaria para derrotar al Régimen y al capitalismo. En esa medida resulta indispensable que el partido no tenga un carácter electorero, es decir que sólo tenga vida en las coyunturas electorales, y que participe en las diferentes luchas de la clase obrera, desde una huelga en una pequeña fábrica hasta en las grandes batallas en defensa de los intereses de la clase obrera. Lo que no puede seguir sucediendo es que el movimiento de masas de la lucha política camine en carriles separados a los del frente sindical. Los trabajadores tenemos que impedir que, por ejemplo, de cara al pasado fraude electoral, los dirigentes sindicales, más allá del SME, Tranviarios y la CNTE, no hayan convocado a la lucha abierta contra la imposición de Peña Nieto ni que, en el caso de AMLO, la participación de éste en la lucha para frenar la contrarreforma laboral hasta el momento se haya limitado a declaraciones y sin hacer ninguna convocatoria para que Morena participara con toda su fuerza en la movilización organizada por los sindicatos el pasado 21 de diciembre.

Sin una vinculación decidida con los sindicatos, cualquier partido que pretenda representar los intereses de los pobres y explotados tendrá serios obstáculos de frente, algunos de ellos insalvables, para poder alcanzar sus objetivos.

Ante todo lo anterior otro ingrediente de especial relevancia será la democracia interna y la vida de partido; para ello se requiere métodos de organización que impulsen la creación de Comités de Base y la transformación de estos en la célula fundamental del partido. No puede haber ninguna decisión importante sobre la política del partido ni la definición de cargos internos de dirección o la postulación a un cargo de elección popular sin la participación directa y democrática en todo ello de los militantes de base. También para impedir que los dirigentes se burocraticen y transformen al partido en un medio para sus beneficios personales y de grupo, además de cerrarle el paso a toda clase de arribistas y elementos ajenos al movimiento, se deben implementar medidas como la rendición de cuentas por escrito y frente a los militantes de base de forma periódica, la revocación del cargo en asamblea democrática en el momento que sea necesario y la imposición de la política de diputado obrero, salario obrero, o sea que nadie al interior del partido reciba un ingreso superior al monto que le permita vivir dignamente, pero lejos de todo lujo y exceso, que son la fuente por medio de la que el sistema corrompe a los dirigentes de izquierda. Lo mismo aplica para todo aquel que asuma un cargo de elección popular, quien tendría que entregar integro su cheque al partido para que este le devuelva a cambio una cantidad en condiciones idénticas a las del primer caso.

Por último estamos convencidos que si la burguesía y sus organizaciones actúan como un sólo hombre al momento de luchar por imponer sus intereses de clase sobre los trabajadores, por consecuencia todos los explotados y oprimidos por el capitalismo estamos obligados a actuar con toda la mayor unidad posible en el marco de una política de independencia de clase; es por ello que pensamos que la medida correcta por encima de transformar a Morena en un cuarto partido de izquierda, es la de lanzar la conformación de un sólo partido, un partido obrero, basándose en la masiva base de apoyo de Morena y también en la del PRD, donde también hay cientos de miles de militantes de base honestos y entregados a la causa de la izquierda y del resto de partido de izquierda, lanzando a la vez una enérgica política para expulsar del movimiento a todos los elementos de derecha, empezando por los empresarios “emprendedores” y siguiendo con los chuchos y otras corrientes y personajes afines infiltrados tanto en el PRD, en PT en el MC y en Morena.

En síntesis proponemos un giro a la política con que se ha dirigido el movimiento de masas durante los últimos años, sustituyendo al reformismo por una política revolucionaria y socialista en la que el objetivo no sea la imposible tarea de humanizar el capitalismo, como se lo proponen inútilmente los reformistas, sino la de arrebatarle el poder político a la burguesía para eliminar su monopolio sobre los diferentes medios de vida y poner bajo el control democrático de los trabajadores en alianza con el campesinado pobre las fábricas, la banca, la tierra y el resto de palancas fundamentales de la economía.

La anterior es la política por la que continuaremos pugnando los compañeros de Militante entre los militantes de base de Morena, independientemente de que se mantenga como organización social o sea transformado en un nuevo partido, del PRD, de los sindicatos y de toda aquellas organización por medio de las que luchan los trabajadores. Los marxistas luchamos por un partido obrero con un programa de clase, democrático, combativo y que unifique como un solo cuerpo a la clase trabajadora. Camarada únete a Militante, lucha a lado de nosotros por la conformación de esa clase de partido, único capaz de derrotar al capitalismo.


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