En breve van a celebrarse dos acontecimientos globales importantes. El primero es más regional: la cumbre de la Unión Europea. El primer ministro británico Tony Blair será el anfitrión de la reunión que marcará el final de los seis meses de presidencEn breve van a celebrarse dos acontecimientos globales importantes. El primero es más regional: la cumbre de la Unión Europea. El primer ministro británico Tony Blair será el anfitrión de la reunión que marcará el final de los seis meses de presidencia británica de la UE antes de entregar el mando a los austriacos.

Normalmente, están reuniones tienen mucha palabrería y se dice realmente poco, son cada vez más caras y llenas de seguridad. Pero en esta ocasión no será así. La reunión será el centro del enfrentamiento sobre el papel y el objetivo de la Unión Europea, y el modelo económico que deben seguir las clases capitalistas europeas.

A un lado de la contienda está Gran Bretaña. Dirigida por el líder “laborista”, en realidad es un fiel representante de las multinacionales y las crecientes fuerzas de la derecha cristiana, la clase dominante británica (especialmente su enorme sector financiero) mira hacia el modelo estadounidense de progreso capitalista y también al “libre mercado” para el movimiento de dinero, capital y trabajo a través de todas las fronteras sin ningún obstáculo para los beneficios de las grandes empresas. Esto último es lo que se llama globalización.

Los británicos, junto con las elites dominantes de los nuevos candidatos para entrar en la UE de Europa Central (Polonia, República Checa, Hungría, etc.,) y hasta cierto punto Holanda y Dinamarca, quieren que la UE acaba con su regulación de las empresas capitalistas, que acabe con la influencia sindical en el centro de trabajo, que ponga fin a las subvenciones a la agricultura y la industria, y que elimine las barreras arancelarias a la importaciones extranjeras a la UE.

Frente a estos promotores de la globalización están las clases dominantes de Francia, Alemania y Bélgica, y hasta cierto punto, Italia y España, en otras palabras, lo que el neo-conservador secretario de defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, llamó la “vieja Europa”. Este grupo siempre ha visto a la UE como una entidad diseñada para desafiar la hegemonía de EEUU en el comercio y la industria mundial, incluso para preservar su independencia en la política mundial (por ejemplo en Iraq).

Además, este grupo todavía sufre una enorme presión política para mantener algún tipo de estado de bienestar adecuado para los enfermos, ancianos y parados, objetivos que hace ya tiempo las clases dominantes de EEUU y Gran Bretaña acabaron con ellos, con Reagan y Thatcer. Su modelo europeo es antagónico con la “globalización”, ellos correctamente consideran la globalización un eufemismo del dominio del imperio norteamericano para abrir las economías de todo el mundo a los tentáculos financieros y empresariales de EEUU.

El enfrentamiento entre estos dos modelos saldrá de nuevo en la cumbre de la UE porque Gran Bretaña una vez más está presionando a los alemanes y franceses para que acepten el desmantelamiento de la Política Agrícola Común que protege a los campesinos europeos (por supuesto a los grandes) con ayudas y cuotas a las importaciones. El sector agrícola británico prácticamente ha desaparecido, así que la clase capitalista aquí está muy contenta con la idea de reducir los costes presupuestarios de la UE y permitir la entrada de comida más barata, procedente de países con salarios de esclavitud en América Latina, África y Asia.

Irónicamente, Blair ofrecerá prescindir de la “rebaja” especial (cheque británico) mediante la cual los británicos reciben cada año 2.000 millones libras de la UE por sus contribuciones al presupuesto. Parece que no hay razón aparente, aparte de mantener a Gran Bretaña lejos del problema en el que se encontraron los europeos cuando crearon la zona euro y la moneda única a mediados de los noventa.

Por supuesto, los franceses y los alemanes dicen que Gran Bretaña deberían renunciar al cheque sin condiciones. Además, los franceses dirigidos por el viejo Chirac, y los alemanes, dirigidos por la derechista Merkel no quieren hacer concesiones en la PAC, en los impuestos, la desregulación ni en ninguna otra cosa que dañe el modelo económico europeo. Ellos han presenciado la derrota en el referéndum de la Constitución Europea el pasado mes de mayo en Francia y el fracaso de la derecha en Alemania, que no consiguió una victoria clara en las elecciones alemanas a pesar del enorme desencanto existente con la política reformista de los socialdemócratas con Gerhard Schroeder.

Así que quedarán en tablas. Es muy probable que también acabe en tablas el otro gran acontecimientos global: la cumbre del comercio mundial en Hong Kong que debe reducir aún más los aranceles, las cuotas y otras restricciones comerciales bajo la llamada ronda de Doha de liberalización comercial.

Una vez más, la batalla será entre los que están a favor de la “globalización” como un paso adelante para el capitalismo (“todo beneficiará y nada se perderá con el final de las restricciones al libre movimiento de mercancías, capital y trabajo”) y los que temen que la apertura de sus agriculturas, industrias y sectores financieros a las multinacionales estadounidenses o a las importaciones de América Latina o Asia (fabricadas por las multinacionales norteamericanas), afecte seriamente a los intereses de sus propias clases dominantes.

Los que quieren reducir las tarifas arancelarias son los que conseguirían grandes beneficios con la venta de comida: Brasil en América Latina, Nueva Zelanda, Canadá, etc., (aunque perderían porque más empresas financieras extranjeras adquirirían su industria y banca). También los estadounidenses conseguirían más implantación en Europa, Asia y, sobre todo, China.

La vieja Europa se opone a reducir más las barreras arancelarias porque eso afectaría a las restricciones de la UE y una vez más ganarían los estadounidenses. Luego están unos cuantos llamados países “en vías de desarrollo” que quieren resistirse a la presión del capitalismo global, países como Venezuela o Malasia, cada uno por razones diferentes.

La razón de las tablas en Hong Kong es inevitable porque la globalización no está funcionando. No funciona porque estás economías serán secuestradas por las grandes multinacionales en el momento que se abran las puertas. Pero lo que preocupa a algunos estrategas del capital es más que eso, lejos de que la globalización esté generando un crecimiento económico sostenido y equilibrado para todo el mundo, lo que está provocando son serios desequilibrios en el capitalismo.

Sólo un dato demuestra el riesgo que ven estos estrategas: los 1.300 millones de habitantes de China consumen sólo el 42 por ciento de su producción mundial, ahorran y el resto lo venden al extranjero (el 40 por ciento a EEUU). En el otro extremo, los estadounidenses consumen el 71 por ciento de su producción anual, no ahorran nada y cada vez importar más para cubrir sus necesidades diarias de energía y consumo. EEUU está pidiendo mucho prestado para financiar su orgía de gasto y cada vez depende más del resto del mundo, particularmente de Arabia Saudí, Rusia, China, India, Brasil y Japón, para que les proporcionen lo que necesitan a crédito. EEUU ahora es el mayor deudor del mundo, mientras que Japón y China son su mayor prestamista y la diferencia se amplía.

Hasta el momento, EEUU ha mantenido este desequilibrio porque controla los cordones de la bolsa con el dólar que es la principal moneda internacional, tiene un enorme sector bancario y financiero y, como último recurso, su poderosa maquinaria militar le permite acabar con cualquier resistencia a su control imperial (¡no siempre con éxito!).

La globalización realmente significa el ascenso del Imperio Estadounidense. Esa fue la historia capitalista del siglo XX. La historia del siglo XXI probablemente será la caída del imperio estadounidense cuando estallen todos esos desequilibrios. Lo que habrá que decidir es si el mundo se desliza hacia algún tipo de barbarie, como ocurrió con el colapso del rapaz Imperio Romano en el siglo V, o si será sustituido por la verdadera globalización, es decir, el socialismo mundial.

En realidad, el “imperio” se ha convertido en la palabra de moda para muchos de los libros empresariales de éxito que se venden en EEUU estas navidades. Están los que apelan a esos capitalistas que reconocen que todo va bien, como The world is flan: a brief history of 21st century de Thomas Friedman. En él, el autor defiende que la globalización, junto con la revolución tecnológica e Internet, están abriendo el mundo a una gran aldea global donde todo será estandarizado (McDonalds, Coca Cola, Gucci, etc.,) y la población mundial poco a poco igualará sus ingresos, su riqueza y se desarrollará armoniosamente bajo el “libre mercado”.

Luego hay otros más pesimistas, pero desde el punto de vista capitalista, se trata de otro betseller: The Empire of Debt, que ve a EEUU encaminándose hacia el desastre porque su población no puede ahorrar, sólo gasta y acumula deudas que nunca podrá pagar. El capitalismo estadounidense irá retrocediendo en comparación con China, e incluso Europa, y posiblemente todo caerá con él.

Los autores no son marxistas. Todo lo contrario, son teóricos del libre mercado de la llamada escuela austriaca, que defienden que la manera de que el capitalismo triunfe no es gastando al estilo keynesiano, sino ahorrando todo lo que pueda. Seguramente, si los capitalistas nunca pagaran a sus trabajadores tanto y no gastaran en sí mismos, podrían aumentar la inversión y la rentabilidad, durante un tiempo. Pero ¿qué ocurre cuando nadie tiene suficientes ingresos para gastar en lo que produce? El dilema para el capitalismo está entre el gasto y el ahorro excesivos. ¡Ninguno de los dos parece preservar durante mucho tiempo los beneficios!

Otra idea más reveladora del efecto de la globalización está en el libro: The Politics of Empire de Alan Freeman. Aquí el imperio estadounidense es visto desde el punto de vista de su impacto en la clase obrera y las desigualdades entre las naciones. En un capítulo bastante perceptivo, Freeman demuestra que entre 1980 y 2000 la población que vive en los llamados países desarrollados (las principales economías capitalistas) pasó del 32 al 19 por ciento y su parte del ingreso mundial pasó del 80 al 84 por ciento, ¡ese es el éxito de la globalización para todos! El ingreso anual per cápita de los países desarrollados en 1980 era once veces superior al de los llamados países subdesarrollados. Pero en 2000 era 23 veces superior.

Pero la globalización no está ayudando al sistema capitalista como un conjunto. Mientras que en 1988 la producción anual media per cápita en el mundo era de 4.885 dólares, en 2002 había caído a 4.778 dólares. En los años setenta, el PIB anual mundial per cápita subía más de un 4 por ciento anual, en los años ochenta era sólo un 0,8 por ciento anual, en los noventa el crecimiento era negativo. El mundo bajo el capitalismo retrocede. El resultado es aún pero si no tienes en cuenta a China, una economía que acaba de entrar el control del capitalismo.

Por supuesto, en el corazón del imperio capitalista estadounidense (los propios EEUU), la globalización no ha hecho nada por el trabajador norteamericano, las grandes multinacionales se llevan al extranjero su fábricas donde pueden encontrar manos de obra más barata y el gobierno permite la importación de mercancías y servicios más baratos, destruyendo la industria local.

El resultado es que las desigualdades de ingresos y riqueza dentro de EEUU han empeorado, particularmente en el reciente apogeo de la globalización. Ahora, si tu ingreso familiar medio en EEUU es de 57.000 dólares al año o menos, entonces estás entre la mayoría que forman el 75 por ciento de las familias. En 1993, el 50 por ciento con menos ingresos ganaban el 15 por ciento del ingreso nacional; en 2003 cayó al 14 por ciento. Mientras tanto, el 25 por ciento que más gana vio aumentar su parte de los ingresos, del 62 al 65 por ciento en 2003.

Así que la globalización, la siguiente etapa de desarrollo capitalista, no ha generado un mundo de desarrollo armónico y enriquecimiento para todos. Sólo ha sembrado desequilibrios y contradicciones para los capitalistas que no pueden resolver, aumentando las desigualdades entre las naciones y dentro de las naciones. Los ricos cada vez son más ricos y los pobres más pobres, pero los ricos cada vez tendrán también más dificultades para enriquecerse.


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